por Candela Saldaña - 17 may 2019
Las causas que originaron los sucesos del 25 de mayo de 1810 no surgieron de un día para el otro. Formaron parte de un proceso en el que jugaban cuestiones políticas, económicas y sociales de Europa y de América, que se fueron desarrollando durante años.
El deterioro del poder de las instituciones españolas en América, y concretamente en Buenos Aires, fue realmente importante: había poca comunicación con las autoridades de España y sobre todo había poco dinero en las arcas del virreinato. Las ideas de la Revolución de los Estados Unidos y la Revolución Francesa se expandían por el mundo y habían impactado a muchos porteños que querían otro tipo de régimen en el Rio de la Plata.
Otro factor que contribuía al clima revolucionario fue el poder que tenían las milicias criollas, que se habían formado a partir de las invasiones inglesas. Estas milicias, especialmente el Regimiento de Patricios, comandadas por Cornelio Saavedra, tuvieron una destacada actuación en los sucesos de mayo; y quedó en evidencia que los criollos podían tomar sus propias decisiones por sobre la de los peninsulares.
El ambiente estaba preparado para un cambio en las relaciones políticas y económicas entre Buenos Aires y su metrópoli. Solo faltaba el detonante. Y el detonante fue, en el Río de la Plata, cuando se supo que las tropas napoleónicas triunfaban en España y que por todas partes se reconocía la autoridad real de José Bonaparte. La noticia de la caída de la Junta Central de Sevilla a manos del ejecito francés, generaba una crisis en la representatividad del virrey, ya que la junta que lo había designado no existía.
En ese momento, el virrey a cargo del Río de la Plata era Baltasar Cisneros. No fue extraño que intentara, primero, demorar la comunicación de las novedades; y luego, ganar tiempo aduciendo que iba a consultar a las provincias. Pero no logró lo que quería y comenzó a producirse una grave crisis institucional.
Las reuniones, conspiraciones y rumores crecían hora a hora. Los jóvenes intelectuales, las autoridades criollas y las milicias participaban de estas conspiraciones cuyo objetivo era lograr un cambio institucional en el gobierno colonial. Los cuarteles estaban preparados y quedaba claro que no apoyaban al virrey.
El 21 de mayo núcleos de vecinos con el apoyo de los cuerpos militares nativos, exigieron de Cisneros la convocatoria de un cabildo abierto para discutir la situación. Saavedra, Juan José Castelli y Belgrano fueron los representantes de los grupos descontentos ante el virrey; mientras que las milicias y los activistas revolucionarios, como Domingo French y Antonio Beruti, movilizaban a la población. Ante estas presiones, Cisneros no tuvo más remedio que aceptar la convocatoria.
La reunión fue el 22 de mayo. Y las autoridades procuraron invitar el menor número posible de personas, eligiéndolas entre las más seguras. Pero abundaban los espíritus inquietos entre los criollos que poseían fortuna o descollaban por su prestigio o por sus cargos, a quienes no se pudo dejar de invitar; así, la asamblea fue agitada y los puntos de vista categóricamente contrapuestos.
Concurrieron 251 vecinos al Cabildo, más o menos la mitad de los invitados. Muchos revolucionarios estaban entre los convocados; otros, permanecieron en la Plaza ejerciendo presión sobre los que ingresaban.
El tema central de la discusión del Cabildo abierto fue si el virrey era una figura con la debida autoridad o si se debía buscar otra representación. Una de las posturas sostenida por el Obispo Lué y el fiscal Manuel Villota señalaba que el virrey debía mantenerse en su cargo y no agravar más la situación. Mientras que otra, sostenida por jóvenes revolucionarios representados por Castelli, proponía que el virrey cesara en su cargo, ya que ni la junta ni el rey estaban en el poder, y que fuera reemplazado por una junta elegida por el pueblo.
“…Ha caducado el gobierno soberano de España. Los derechos de la soberanía han revertido al pueblo de Buenos Aires, que puede ejercerlos libremente en la instalación de un nuevo gobierno, principalmente no existiendo ya, como se supone, la España en la dominación del señor don Fernando VII”. Estas vibrantes palabras expresaba Castelli, en un clima de tensiones incesantes y miradas detonadoras.
Finalmente, una propuesta conciliadora de Saavedra dejo en manos del Cabildo la tarea de designar a una junta de gobierno. La asamblea realizada el 22 de mayo se diferencia fundamentalmente de los típicos cabildos abiertos de la época, pues surgió y fue impuesta por el curso de los acontecimientos, contra el parecer de los regidores y aun del propio virrey. Ya no fue un simple y cordial cambio de opiniones entre las autoridades españolas y unos pocos vecinos, sino la expresión de un verdadero movimiento revolucionario.
El día 23 por la mañana, el Cabildo ordinario efectuó el recuento de sufragios que arrojó las siguientes cifras: por la destitución del virrey, 155 votos; y por su continuación en el mando, ya sea solo o asociado, 69 votos. La mayoría de los sufragios decretaban la cesantía del virrey y la entrega del gobierno provisionalmente al Cabildo hasta constituirse una junta elegida por el pueblo.
El Cabildo abierto había demostrado el pensamiento de los patriotas y la solidaridad de algunos grupos, pero era evidente la diversidad de opiniones, debido a la falta de unidad de la masa revolucionaria. Sus vacilaciones fueron aprovechadas por el Cabildo ordinario para elaborar un audaz plan que burlaba la voluntad popular.
Al día siguiente, los ganadores se vieron sorprendidos y traicionados: el Cabildo anunció la formación de una junta integrada por criollos, pero presidida por el virrey y completamente independiente del Cabildo. El clamor de los criollos fue intenso y el día 25 se manifestó una demanda enérgica del pueblo, que se había concentrado frente al Cabildo encabezado por sus inspiradores y respaldado por los cuerpos militares de nativos.
El Cabildo comprendió que no podía oponerse y poco después, por delegación popular, quedó constituida una junta de gobierno que presidía el comandante de Patricios, Cornelio Saavedra; sus secretarios eran los abogados criollos Mariano Moreno y Juan José Paso. Con carácter de vocales se incorporaron los abogados Manuel Belgrano y Juan José Castelli, el sacerdote Manuel Alberti, el militar Miguel de Azcuénaga y los comerciantes librecambistas de origen español Juan Larrea y Domingo Matheu.
Este fue nuestro Primer Gobierno Patrio, todos eran criollos excepto por Matheu y Larrea, comerciantes españoles. Fue el primer gobierno en la historia del Río de la Plata encabezado e integrado en su mayoría por americanos.
Sin duda, los días anteriores al decisivo 25 de mayo fueron enmarcados por una agitación revolucionaria trascendental. Los sentimientos de independencia y de autogestión inundaban las mentes más ilustradas de la época. Al mismo tiempo, la petición del pueblo de un gobierno libre, encendía la llama de un fuego triunfante de cambio, que coronaría con laureles de gloria y libertad a muchos protagonistas que dejaron sus vidas durante las guerras de independencia. Iniciadas en el clima detonante de la histórica semana de mayo de 1810.
por Candela Saldaña - 11 may 2019
En el Río de la Plata, las Invasiones Inglesas fueron un suceso inesperado que antecedió y contribuyó al inicio del proceso revolucionario. Ante la ineficaz actuación de las autoridades españolas, los habitantes de Buenos Aires y de otras regiones del Virreinato debieron hacerse cargo de la defensa, lo que les permitió organizarse militarmente y reconocer su capacidad para gobernarse.
A principios del siglo XIX, la alianza con Francia convirtió a España en enemiga de Gran Bretaña. Como consecuencia de la derrota en Trafalgar, la Corona española perdió el control de las comunicaciones marítimas con sus colonias.
Buenos Aires era español y los británicos quisieron invadirla
Al mismo tiempo, Gran Bretaña, que se hallaba en plena Revolución Industrial y necesitaba del mercado europeo para colocar su producción, comenzó a padecer los efectos del bloqueo continental decretado por Napoleón. Esta situación la obligó a buscar nuevos mercados en otros lugares del mundo.
Fue así como eligió por objetivo las posesiones españolas en el Río de la Plata, donde el monopolio español perjudicaba a los comerciantes británicos. Así se conjugaron dos tipos de intereses: el militar y el comercial. Gran Bretaña quería asegurarse una base militar para la expansión de su comercio y, a la vez, golpear a España en un punto débil de sus posesiones coloniales.
Lucha en las calles
En abril de 1806 se dio la primera invasión inglesa en el Río de la Plata. Sin autorización de la Corona Inglesa, tropas británicas emprendieron una expedición desde cabo de Buena Esperanza, con el objetivo de ocupar Buenos Aires. Eran unos mil seiscientos hombres al mando de Home Riggs Popham y William Carr Beresford. El 25 de junio desembarcaron en Quilmes, al sur de la ciudad. Los jefes ingleses suponían que sería una conquista fácil y que tendrían el apoyo de los criollos, a quienes pensaban convencer con promesas de independencia y de comercio libre.
Ante las noticias del avance inglés, el virrey Sobremonte se retiró a Córdoba, en busca de ayuda militar que nunca llegó. El 28 de junio, las tropas de Beresford ocuparon la ciudad. Las autoridades españolas no ofrecieron resistencia y juraron fidelidad al monarca ingles Jorge III. Incluso entregaron parte de los caudales reales y los depósitos militares, por miedo a que los dispusieran de las fortunas privadas. En cambio, la mayoría de los criollos no aceptaron la presencia inglesa, en la que veían una nueva dominación colonial.
Santiago de Liniers
Mientras la ciudad se hallaba ocupaba por los ingleses, el capitán de navío Santiago de Liniers, Juan Martín de Pueyrredón y Martín de Álzaga organizaron tropas. Liniers reunió tres mil hombres en la Banda Oriental, con los que desembarcó el 3 de agosto cerca de San Fernando, al norte de la ciudad. El 12 de agosto entró a la ciudad para iniciar la Reconquista. Los habitantes se sumaron a una intensa lucha callejera en el centro de la ciudad y en la zona del Retiro. Finalmente, los británicos se rindieron.
El 14 de agosto, los vecinos celebraron un cabildo abierto para decidir sobre la crisis de autoridad que había producido la conducta del virrey. Delegaron el mando militar en Liniers y los asuntos de gobierno en el presidente de la Audiencia. Ante la posibilidad de una nueva invasión inglesa, Liniers organizó cuerpos de milicias.
En febrero de 1807, una nueva expedición inglesa al mando del brigadier Achmuty conquistó Montevideo. Alarmados por la actitud del virrey Sobremonte, quien no interpuso resistencia alguna, el 10 de febrero los habitantes de Buenos Aires exigieron su deposición frente al Cabildo. Liniers convocó a una junta de guerra que resolvió destituir a Sobremonte y poner a Liniers en el mando militar.
Rendición
El 28 de junio, unos ocho mil soldados ingleses, dirigidos por el teniente general John Whitelocke avanzaron sobre Buenos Aires. Liniers intentó detenerlos pero fue vencido; primero, en la zona del Riachuelo, y luego, en los Corrales de Miserere.
El 5 de julio los ingleses penetraron en la ciudad, que esta vez se hallaba preparada para la defensa. El comerciante Martín de Álzaga, alcalde del Cabildo, organizó la resistencia de los habitantes de Buenos Aires, que lucharon junto a los milicianos desde trincheras que cortaban las calles y desde los techos y ventanas de las casas.
Martín de Álzaga
Dos días después, sin haber ocupado la ciudad, Whitelocke capituló. Los ingleses tuvieron que abandonar sus posiciones en el Río de la Plata y Buenos Aires volvió a ser lo que fue. Pero solo en apariencia. La situación había cambiado profundamente a causa de las experiencias realizadas, dentro del cuadro de una situación internacional muy oscura.
Las Invasiones Inglesas produjeron consecuencias decisivas para el inicio de la Revolución de Mayo. Revelaron la fragilidad del orden colonial, la conducta de huida del virrey Sobremonte puso en cuestión el sistema de autoridad de la Corona española y la militarización de la ciudad otorgó un nuevo estatus de acción política para los criollos.
Poco a poco, comenzaría a verse que las transformaciones provocadas por las invasiones inglesas, configurarían una nueva era en el desarrollo de las facultades institucionales del Virreinato del Río de la Plata. Nombre que con el correr de guerras independentistas y sesiones de cabildos abiertos cambiaría al estado libre e independiente de una Nación Argentina.
por Candela Saldaña - 14 abr 2019
“-Ladislao, ¿estás ahí…? -A tu lado, Camila”. Camila (1984)
Desde que vi por primera vez la película Camila, dirigida por María Luisa Bemberg y protagonizada por Susú Pecoraro e Imanol Arias, quedé fascinada por ese trágico y prohibido amor. Si hay algo que verdaderamente me encanta de la historia argentina son los romances: apasionados, desenfrenados y ocultos, de aquellos personajes a los que conocemos por la importancia de sus vidas públicas.
Esta historia en particular ocurre durante la segunda presidencia de Juan Manuel de Rosas, a quien la Sala de Representantes volvió a nombrarlo Gobernador de la Provincia de Buenos Aires debido a la conmoción por el asesinato de Facundo Quiroga. En Córdoba, la Sala confirió al “Restaurador de las Leyes” la suma del poder público.
Durante este segundo mandato, que junto con el anterior lo tuvo diecisiete años en el poder, el Gobernador redujo considerablemente el accionar de sus rivales políticos, entre ellos, los unitarios. Por este motivo, estableció la obligación de portar sobre las prendas una cinta colorada: la divisa punzó como distintivo de los federales, para diferenciarse del celeste que representaba a los unitarios.
Este tenso clima de rivalidades políticas entre unitarios y federales, así como también el accionar de cada uno, estuvo en el ojo público. Pero sin duda, el turbulento romance entre Camila O’Gorman, una señorita de la más alta sociedad, con amistades políticas directas con el gobernador Rosas; y Ladislao Gutiérrez, sacerdote de la Iglesia del Socorro, sobrino del caudillo federal Celedonio Gutiérrez, gobernador de Tucumán, fue lo que más escandalizó a la sociedad porteña de entonces.
El romance comenzó en 1843 cuando Camila, una joven aristócrata de 18 años, conoció al padre Ladislao Gutiérrez, un sacerdote jesuita un año mayor que ella, que había asistido al seminario junto al hermano de esta y que provenía de un entorno católico familiar muy respetado. Había sido nombrado párroco de la familia O’Gorman y pronto pasó a ser invitado a la propiedad familiar de estos. Camila y Ladislao comenzaron rápidamente un romance clandestino.
El 12 de diciembre de 1847, se fugaron a caballo y tras una escala en Luján llegaron al pueblo de Goya, en Corrientes. En ese entonces, esa provincia se encontraba bajo el control de opositores al gobernador Rosas. Una vez allí cambiaron sus nombres por los de Máximo Brandiu, comerciante, natural de Jujuy; y su esposa, Valentina Desan. Con esas nuevas identidades decidieron abrir una escuela para niños, mientras se preparaban para su huida definitiva a Brasil. Vivieron en la ciudad de Goya cuatro meses.
Hasta que el 16 de junio de 1848, Ladislao fue descubierto por un sacerdote irlandés que estaba de paso por el poblado, quien lo denunció ante las autoridades. La pareja fue encarcelada y trasladada a la cárcel Santos Lugares de Rosas, en la provincia de Buenos Aires, donde permanecieron en celdas separadas esperando la decisión del gobernador.
Estaban incomunicados entre ellos, pero hay registros que establecen que Camila pudo hacer llegar una carta a su amiga Manuela Rosas, hija del gobernador. Esta le contesta el 9 de agosto alentándola a no dejarse quebrar y diciéndole que la ayudaría.
Rosas, acorralado por las críticas opositoras que lo acusaban de ser un régimen sin moral alguno y frente a los amancebamientos de algunos curas, ordenó el fusilamiento de la pareja, pese a los pedidos de clemencia de su hija.
En la mañana del 18 de agosto de 1848, Camila O’ Gorman de 23 años y Ladislao Gutiérrez de 24, fueron llevados en sillas con los ojos vendados hasta el patio trasero de la prisión, donde un pelotón de fusilamiento los ejecutó.
En una nota escrita por Ladislao en su celda, cuando se enteró que Camila correría su misma suerte, decía: “Camila mía: Acabo de saber que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la tierra unidos, nos uniremos en el cielo ante Dios. Te abraza tu Gutiérrez”.
Esta historia de amor de inocentes víctimas de intereses políticos, iba a convertirse con el tiempo en uno de los sucesos más recordados de los ocurridos durante el régimen de Rosas.
Algunos turbulentos romances de nuestra historia argentina quedaron plasmados en testimonios y registros históricos. Otros, quizá, hayan muerto junto con sus apasionados protagonistas. Sin embargo, podrán pasar siglos que seguirán estando en la memoria colectiva por mucho tiempo más. Porque, ¿existe algo que genere mayor atracción que los amores clandestinos, prohibidos o secretos?
por Candela Saldaña - 30 abr 2019
Hacia fines del siglo XVIII se desencadenaron en Europa dos revoluciones que tuvieron un fuerte impacto en todo el mundo. Una de ellas fue la Revolución Francesa. La otra fue la Revolución Industrial, que introdujo la producción en serie con mano de obra asalariada. A esta revolución se la divide en dos fases; la primera de ellas, inició en Inglaterra durante la segunda mitad del siglo XVIII.
Esta primera fase se caracterizó por el uso de nuevas tecnologías y fuentes de energía, por cambios en los métodos de producción y por el surgimiento de nuevos sectores sociales derivados de las nuevas relaciones económicas.
Estas nuevas relaciones se dividieron en dos grupos: la gran burguesía o burguesía industrial y los obreros o trabajadores industriales.
La burguesía industrial estaba integrada por el empresariado, que contrataba mano de obra asalariada para operar los medios de producción (maquinas, herramientas, tierras) que le pertenecían. Defendía el liberalismo económico, ya que creía que el control estatal de la economía limitaba sus negocios.
Los obreros solo tenían para ofrecer en el mercado su fuerza de trabajo. Y esta pronto se convirtió en una mercancía sujeta a los cambios de la oferta y la demanda. Dado que los salarios bajos permitían a los empresarios obtener mayores márgenes de ganancia, los trabajadores fueron sometidos a condiciones de explotación extremas, con largas jornadas de trabajo (de hasta dieciséis horas diarias) y remuneraciones que no les permitían satisfacer necesidades elementales. En un principio, este proletario urbano asalariado reaccionó destruyendo las maquinas, a las que culpó de su situación.
Pero luego, los obreros fueron organizándose en gremios y sindicatos para luchar por la mejora de sus condiciones de trabajo y de vida. Esa lucha les permitió obtener diversos derechos a lo largo del siglo XIX.
La segunda fase se inició a partir de 1850 en Europa Occidental y en los Estados Unidos. Las nuevas industrias que se desarrollaron fueron las que utilizaban hierro, acero y carbón. La construcción de ferrocarriles fue la principal actividad industrial que combinó esos tres elementos. Las redes ferroviarias se extendieron por casi todo el mundo.
La característica distintiva del mundo del trabajo europeo de mediados del siglo XIX, fue la aparición de un número cada vez más significativo de obreros industriales que se agrupaban en ciertas zonas de las ciudades. Dentro del mundo de los obreros de las fábricas existieron diferencias. La aparición de tareas cada vez más complejas y que requerían de mayor técnica produjo la formación de núcleos de trabajadores especializados que se encontraron en una posición mejor para negociar ante sus patrones.
Por ello uno de los hechos más significativos de este periodo de grandes transformaciones que se extendió entre 1850 y 1870, fue el nacimiento de las primeras asociaciones sindicales y de sociedades de socorro mutuo formadas por estos grupos de trabajadores.
Paralelamente a la formación de estas primeras organizaciones que luchaban por mejorar las condiciones de vida y de trabajo de los obreros, se difundió el movimiento socialista, promovido por un grupo de intelectuales de diferente origen. Pero entre el socialismo y las organizaciones obreras de reciente formación no hubo una relación casual directa: más aun, por mucho tiempo ambos movimientos se desarrollaron de manera completamente autónoma.
Solamente con la creación de la internacional de trabajadores en 1864, el movimiento obrero y el socialismo se acercaron. A partir de 1860, en los países industrializados se registró un aumento del número de sindicatos que luchaban por obtener mejoras en las condiciones de trabajo y de vida de sus afiliados. Frente a la expansión del capitalismo a escala mundial, los obreros consideraron necesario organizarse internacionalmente.
Con este propósito crearon, en 1864, la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), conocida como la Primera Internacional. Estaba formada por agrupaciones obreras de distintos obreros.
En 1869, los obreros estadounidenses organizaron la primera central de trabajadores denominada Caballeros del Trabajo. Nucleó a más de 1.000 sindicatos, la mayoría de los cuales eran obreros no calificados; y llegó a reunir a 700.000 afiliados.
Una huelga realizada por este movimiento en Chicago, en 1886, que buscaba la reducción de la jornada laboral a ocho horas, fue reprimida violentamente y siete dirigentes obreros fueron condenados a muerte. El 1º de mayo de ese año, la central de trabajadores realizó una gran movilización e impulsó una huelga general por “las ocho horas” y para honrar a los considerados mártires de Chicago. Desde entonces, en muchos países del mundo el 1º de mayo se conmemora el Día del Trabajador.
El movimiento de la clase obrera en Argentina tiene una larga y compleja historia de luchas. Senatorialmente, comienza con el movimiento independentista que buscaba la abolición de la servidumbre, la encomienda a que estaban sometidos los indígenas y la esclavitud a que la estaban sometidos las personas secuestradas en África y sus descendientes, por el Imperio español.
Las organizaciones obreras comenzaron a crearse poco después de la mitad del siglo XIX, tanto por la comunidad de obreros afroargentinos como por grupos socialistas y anarquistas llegados en la gran ola de inmigración, primero como mutuales y luego como sindicatos. En el curso del siglo XX desarrolló grandes y poderosos sindicatos de industria que pusieron a la clase obrera como protagonista de la historia argentina y al mismo tiempo fue objeto de grandes persecuciones y matanzas.
Pero el florecer del movimiento obrero fue en la década del 40, escenario del surgimiento de un fenómeno político que marcó profundamente la historia argentina y especialmente la de la clase obrera hasta nuestros días.
El peronismo fue el resultado de un complejo proceso que implicó cambios en la relación del país con el imperialismo y entre las clases sociales dentro del país. Como fenómeno de “nacionalismo burgués”, el peronismo buscó fortalecerse ofreciendo una cierta resistencia a la penetración del imperialismo norteamericano en el país. Perón encontró para esta política una clase social clave, la clase obrera. Parte de esta política de ganar el apoyo de la clase obrera, implicó diseñar una política social que significó importantes conquistas que mejoraron en gran medida la calidad de vida de los trabajadores.
Junto a Perón la imagen de Evita agudizo su permanencia en el movimiento y en el rol que jugaban las mujeres en este. Con la promulgación de la ley del voto femenino, la figura de Eva Perón se enarboló como el símbolo femenino de la clase obrera trabajadora.
“Mujeres de mi patria, recibo en este instante de manos del Gobierno de la Nación, la ley que consagra nuestros derechos cívicos, y lo recibo ante vosotras con la certeza de que lo hago en nombre y representación de todas las mujeres argentinas, sintiendo jubilosamente que me tiemblan las manos al contacto del laurel que proclama la victoria. Aquí está hermanas mías, resumida en la letra apretada de pocos artículos, una historia larga de luchas, tropiezos y esperanzas; por eso hay en ella crispaciones de indignación, sombras de ocasos amenazadores, pero también alegre despertar de auroras triunfales, y esto último que traduce la victoria de la mujer sobre las incomprensiones, las negaciones y los intereses creados de las castas repudiadas por nuestro despertar nacional.”
por Candela Saldaña - 01 abr 2019
Un año antes del regreso a la democracia mediante la elección de Raúl Alfonsín como Presidente de la Nación, que puso fin al infame régimen de la última dictadura militar iniciada en 1976, ocurrió uno de los sucesos más tristes y trágicos de nuestra historia, que marcó a todo un país: la Guerra de Malvinas.
Fue la culminación de la vocación bélica demostrada por los generales del Proceso durante esos años. La historia de la lucha por nuestra soberanía sobre las Islas Malvinas comienza en 1833, cuando fueron ocupadas ilegítimamente por los británicos. Se trató de un verdadero atropello a nuestra soberanía territorial, a partir del cual nuestros gobiernos reclamaron permanentemente desde entonces.
En 1965 la cuestión llegó a las Naciones Unidas, que dispuso que los dos países debían negociar, sin que el tema avanzara demasiado desde entonces. A pesar de la corriente anticolonialista existente en el mundo desde fines de la Segunda Guerra Mundial, los ingleses no se mostraban dispuestos a reconocer nuestros derechos.
La cuestión de las Malvinas -“la hermanita perdida”- es un tema de honor nacional para todos los argentinos. Para la dictadura, la ocupación militar fue un recurso apresurado que tenía un solo propósito: recuperar el prestigio de un gobierno desacreditado, apelando a un hecho muy sensible al sentir de casi todos los argentinos.
La Junta Militar vio en el inicio de una guerra para recuperar las islas la posibilidad de lograr un aglutinamiento social. Y de hecho, la guerra despertó en gran parte de la sociedad un sentimiento de nacionalismo que por un momento superó cualquier tipo de identidad. De ese modo, el sentimiento de pertenencia a la nación, reforzado por la oposición a Inglaterra, despertó voces que apoyaban a la Argentina como un todo indiviso y acallaron momentáneamente a las otras, a las que se oponían al régimen.
Los medios de comunicación ayudaron mucho en esta operación. El gobierno autorizó a un solo corresponsal para cubrir la guerra, con lo cual la información que se obtenía era muy sesgada. Por otro lado, muchos medios de comunicación publicaban datos falsos acerca de las bajas del ejército inglés y las victorias del ejército argentino. Pero la realidad era muy distinta.
El 2 de abril de 1982, tropas argentinas desembarcaron en las Islas Malvinas y las ocuparon rápidamente, luego de vencer la resistencia de unas pocas tropas británicas. En lo inmediato, esta acción representó un triunfo político del gobierno, ya que casi toda la sociedad argentina manifestó su apoyo. Así lo hicieron los sindicatos, los partidos políticos, los clubes deportivos y hasta las colectividades extranjeras. El entusiasmo popular fue desbordante, manifestándose el mismo clima festivo y triunfalista que se había dado durante el Campeonato Mundial de Fútbol, en 1978.
Así mismo, el pueblo argentino dio un total apoyo a la decisión del gobierno militar, no sólo con su voz sino también donando ropa, joyas, dinero, alimentos no perecederos, agua y todo lo que podía ser de ayuda para los chicos de la guerra.
Frente al desembarco del ejército argentino la respuesta de Inglaterra fue decisiva. El 2 de mayo, un submarino inglés bombardeó al Crucero General Belgrano, hundiéndolo y dejando como saldo 300 muertos. Entre el 20 y el 21 de mayo las tropas inglesas finalmente desembarcaron en las islas, lo que hizo inminente la derrota argentina.
Las tropas inglesas se enfrentaban con un ejército compuesto en su mayoría por chicos de 18 y 19 años que se encontraban haciendo el servicio militar obligatorio y no tenían la preparación necesaria. A esto se sumaba la deficiencia de armamento del ejército argentino respecto del inglés, como también errores políticos y diplomáticos como la expectativa de que Estados Unidos apoyaría la reivindicación argentina, lo que no sucedió.
La etapa siguiente fue protagonizada por nuestra fuerza aérea, que bombardeo a la flota británica, ocasionándole grandes pérdidas, aunque no pudo detener su avance. El 24 de mayo, los ingleses desembarcaron y comenzó la etapa final de la lucha. El 14 de junio la Argentina se vio obligada a capitular. El saldo del conflicto fue un gran número de prisioneros de guerra, 730 muertos y 1300 heridos de gravedad.
La derrota fue recibida con mucha sorpresa por parte de una población que había manejado una información distorsionada durante el conflicto. Ahora quedaba en evidencia que los jóvenes conscriptos habían sido enviados a combatir en una guerra sin la preparación militar necesaria, sin los armamentos adecuados, ni elementos básicos como abrigo y alimentos.
Lamentablemente, este hecho fue lo que más marcó a las generaciones de la dictadura y a las que le siguieron. Ya que después de todo lo que vivimos, sufrimos y padecimos como país, ¿qué es la historia sin Malvinas? Qué es de nosotros como argentinos si olvidamos el sacrificio de todos aquellos hombres que lucharon por una causa que no les correspondía, decidida por un gobierno que no eligieron y para la cual no contaban con el apoyo que necesitaban.
Muchos, valientemente dejaron cada fibra de su alma combatiendo. A otros, los perseguirá el recuerdo de los estallidos de cañones y balas. Junto con el palpitar de sus corazones cansados y abatidos por ver morir a sus amigos, compañeros y patriotas en el frío suelo de aquellas islas del sur.