por Candela Saldaña - 24 mar 2019
1976. Tal vez para el resto del mundo sea solo un año más dentro de algún viejo calendario o una agenda olvidada en algún cajón. Pero para nosotros, el gran pueblo argentino, significa lágrimas, dolor, rabia e impotencia. Sentimientos que comenzaron el 24 de marzo de ese mismo año, cuando se produjo el golpe de estado que derrocó al gobierno de María Estela Martínez de Perón y se inició la última dictadura en la Argentina. El golpe fue dado por una Junta Militar integrada por los tres Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas: Emilio Eduardo Massera, de la Marina; Orlando Ramón Agosti, de la Aeronáutica; y Jorge Rafael Videla, del Ejército. Si bien lo encabezaron las Fuerzas Armadas, contó con el apoyo de varios sectores de la sociedad civil: el sector agroexportador, las empresas transnacionales y organismos económicos internacionales como el FMI (Fondo Monetario Internacional).
La Junta Militar impuso mecanismos para tener un poder ilimitado, dejando sin efecto la Constitución Nacional, garante de los derechos de los ciudadanos. Así, dictó el Acta y el Estatuto del Proceso de Reorganización Nacional, en los cuales se establecía que el órgano supremo de gobierno sería la Junta Militar. Mientras que el Presidente, elegido por la Junta, sería el ejecutor. Jorge Rafael Videla ocupó ese cargo desde 1976 hasta 1981.
Al mismo tiempo, los militares disolvieron el Congreso y removieron de su cargo a los miembros de la Corte Suprema de Justicia, así como también a las autoridades provinciales y nacionales que habían sido elegidas a través del voto. Los partidos políticos y muchas organizaciones estudiantiles y culturales fueron prohibidos.
Junto con la dictadura de 1976 se instauró un régimen represivo que las fuerzas militares y policiales planearon y ejecutaron. Estas fuerzas, organizadas en los llamados “grupos de tareas”, se encargaban de secuestrar personas y conducirlas a centros clandestinos de detención. Los detenidos no eran registrados en ninguna dependencia, lo que los despojaba de sus derechos como ciudadanos. Los familiares buscaban en hospitales, comisarías, pero no recibían información sobre su paradero. Así surgió la figura del “desaparecido”.
Los “desaparecidos” eran llevados a centros clandestinos de detención (hubo por lo menos 340 en todo el país), donde se los despojaba de su nombre, que era reemplazado por un número, debían moverse encapuchados y no se les permitía comunicarse con los demás detenidos. Sobre ellos se ejerció una sistemática violación de sus derechos. Se les aplicaron torturas para obtener datos sobre sus compañeros de militancia, como también para quebrar su voluntad. Las mujeres que se encontraban embarazadas en el momento de ser detenidas tuvieron sus hijos en condiciones infrahumanas y luego esos niños fueron apropiados o entregados a otras familias.
En muchos casos, los detenidos fueron arrojados inconscientes al Rio de la Plata en los llamados “vuelos de la muerte”, o enterrados en fosas comunes. Por eso, muchos aún continúan desaparecidos. También junto con esta figura del desaparecido existe una palabra que nos revuelve las tripas y estruja el corazón cada vez que se la menciona, sobre todo en la histórica fecha del 24 de marzo: Memoria”. Aquella cubierta por los incontables pañuelos blancos agitados por la fuerza de la esperanza y la ansiedad de una respuesta. La memoria de un pueblo cansado de llorar a sus madres, padres, hijos e hijas sumidos en la incomprensión de su dolor y desesperación de sus almas.
Esta última dictadura estuvo plagada de sucesos trágicos y lamentables que quedarán escritos en los libros de Historia, detallando fecha por fecha los sucesos, junto con los nombres de los responsables de tal infames actos.
Mientras que el pueblo, seguirá con el objetivo de buscar justicia y sacar a la luz los acontecimientos que tuvieron lugar en aquella triste etapa de la historia argentina. Manteniendo viva la memoria de aquellos que perdimos y a quienes les debemos seguir luchando por la justicia que tanto merecen.
por Candela Saldaña - 16 mar 2019
Octavo día del mes de marzo. Esta fecha carga con una gran significación, ya que es el Día de la Mujer. Aquella que para la ciencia evolucionó del simio; y para la religión, se creó de la costilla de Adán para que este no estuviera solo.
Pero más allá de ser a partir de la evolución que dio el tiempo o de la costilla extraída con un propósito, es el nacimiento de una verdadera historia que trae consigo triunfos, altibajos, reconocimientos y cuestionamientos, de un mundo muchas veces cruel y perseguidor para con las mujeres.
Recordemos a aquellas que han dejado jirones de su vida por entregarse a un solo propósito: la igualdad. Esa que se persigue hace tanto tiempo en distintos aspectos como la ciencia, la literatura, la música, las instituciones, etc. En definitiva, igualdad en la palabra y en la acción. Mujeres inteligentes, revolucionarias y con un espíritu de cambio que merecen el reconocimiento de no olvidar jamás sus nombres.
Desde escritoras, como Mary Shelley, Jane Austen, Victoria Ocampo, Alfonsina Storni; hasta damas de la guerra, nuestras guerras, que han apoyado la lucha de nuestro país: mujeres como Juana Azurduy, Mariquita Sánchez de Thompson, Encarnación Azcuénaga e incontables más. Personajes de nuestra historia que han luchado por nuestro despertar nacional haciéndose oír aun teniéndolo todo en contra. Y esa lucha tiene su recompensa en la actualidad, ya que ahora tenemos importantes participaciones en la política, el arte y otros campos de acción, con una amplitud que antes se nos habían negado por el solo hecho de ser mujeres.
Esas castas que repudiaron nuestro despertar, año tras año vieron nuestra lucha cada vez más estremecedora. Y hoy en día, ese espíritu revolucionario no concluyó: vive en cada maestra, enfermera, personal doméstico, etc. que como todos, tienen boletas que pagar, hogares que proteger y sueños que cumplir.
Estas hijas de la libertad y mujeres revolucionarias no se dan por vencidas ni ahora ni nunca. Porque si de algo estoy segura es que si una sola mujer trastabilla o cae, habrá miles que le sujetarán la mano y la levantarán sin importar su ideología política, raza o religión.
Altivas y orgullosas, estas espaldas cargaron la historia y continuarán haciéndolo. Por esta razón, se merecen que las tengamos siempre presentes. Porque sin ellas, no habría historias que contar o triunfo alguno que merecer.
por Agustín Boero - 29 nov 2018
Los escandinavos no contaban con una cultura escrita en el sentido moderno de la palabra, puesto que no tenían libros, pero disponían de unos caracteres alfabéticos, la escritura rúnica, cuyas letras se llamaron runas. La inspiración tal vez haya llegado desde la región del Rhin.
Las runas estaban compuestas de manera que podían ser grabadas, y en la época de los escandinavos “vikingos” fueron grabadas en madera, hueso, metal y piedra. La escritura se había empleado en los países nórdicos varios siglos antes de la época vikinga, y las primeras inscripciones rúnicas que han sobrevivido se remontan a un par de siglos después de Cristo. Las runas no eran tampoco algo especialmente escandinavo.
Varios pueblos germánicos las utilizaban para escribir: alemanes, godos, frisones y anglosajones, así como los pueblos norgermánicos, de los que descendían los nórdicos. A juzgar por las muchas inscripciones tempranas, encontradas en un área bastante reducida, es de suponer que Dinamarca es la cuna de las runas (según la teoría del runólogo Erik Moltke). No había una única escritura: los detalles de los signos rúnicos variaban de una región a otra y de un siglo a otro.
U 165, Vallentuna
Los tres períodos y sus alfabetos
Se suele dividir la época en tres períodos rúnicos. Cada período dispone de su versión del alfabeto rúnico, el llamado "futhark".
1. El primer período comprende los años que van desde el nacimiento de Cristo hasta 600-700. El primer y más antiguo alfabeto rúnico que conocemos consta de 24 caracteres y su nombre "futhark" viene de las primeras seis runas. Se han encontrado ejemplos escritos del "futhark" -más o menos completos- en Escandinavia, Francia (Borgoña) y la región de los Balcanes (Yugoslavia, Rumanía). En el Período I, las runas eran utilizadas por toda Germania, o mejor dicho en todas las regiones en las que se habían establecido tribus germánicas, pero siempre sobre objetos que se podían desplazar.
2. El segundo período comprende la época que va del 650 al 1050, frecuentemente denominada la Época Vikinga. Este nuevo "futhark" se conserva en su forma más antigua en una piedra en Gørlev (Sjælland), que se suele fechar en torno al año 900. El "futhark" de 16 caracteres fue encontrado en los países nórdicos y en las regiones por las que habían pasado los vikingos.
3. El tercer período es la Baja Edad Media, es decir, aproximadamente 1050-1400. Se siguen empleando las runas después del tercer período, pero ya no son una tradición viva de la escritura. La lengua latina ha vencido y las runas se han convertido en una curiosidad.
Las piedras rúnicas
Las inscripciones rúnicas más notables que se han conservado hasta la fecha fueron grabadas en piedra. A veces estas piedras rúnicas forman parte de monumentos más grandes, pero se encuentran principalmente aisladas, colocadas en sitios destacados para atraer la atención de los transeúntes.
El mayor número de piedras rúnicas data de la Edad Vikinga. A menudo honran a un difunto, especialmente al rico e influyente. Las inscripciones eran generalmente escuetas y podían simplemente indicar un nombre. Algunas veces, se trata de pasajes enteros que ocupan varias o todas las caras de las piedras.
Las piedras rúnicas nos proporcionan una valiosa información sobre la vida social de entonces: nos hablan de las creencias religiosas, organización social y vínculos de lealtad. Evocan los derechos y las ocupaciones de las mujeres y se hacen eco de los viajes de los vikingos a lugares lejanos, sus incursiones, pillajes y expediciones comerciales.
por Agustín Boero - 25 ene 2019
Recientemente, desde la comodidad de mi sillón, tuve la oportunidad de ver una película realizada por Netflix. Aunque no se le había hecho demasiada propaganda, me interesó la mirada que podrían tener sobre un cuerpo de paz de la ONU, en un conflicto que asoló África a mediados del siglo XX, en el marco de la llamada “Guerra Fría” entre las dos antagónicas superpotencias: EEUU y la URSS.
“El asedio a Jadotville”, tal cual se titula el film, narra la recientemente desclasificada historia de un cuerpo de paz perteneciente a la República de Irlanda que fue enviado especialmente por la ONU a garantizar la estabilidad y defender a los civiles de la conflictiva República Democrática del Congo. El país se había hundido en un proceso de luchas internas auspiciadas por el asesinato del líder nacionalista congolés Patrice Lumumba, el 17 de enero de 1961.
Este hombre era considerado el héroe de la independencia congoleña obtenida un año antes, gracias a su trabajo denunciando los abusos coloniales de los belgas en su territorio. Lumumba, nacido en 1925, estudió en su propio país dentro de una escuela católica de misioneros y más tarde por sus condiciones de alumno brillante, fue becado para formar parte de una escuela protestante dirigida por suecos.
Siendo periodista, se involucró de lleno en los problemas de su pueblo que había sido oprimido por décadas. De hecho, Lumumba tenía antepasados asesinados en la primera etapa de la colonización belga en el Congo. Por su condición intelectual, en 1955 creó la Asociación del Personal Indígena de la Colonia, donde hizo una decena de reclamos al rey sobre las condiciones a mejorar en el pobre país centroafricano. Desde 1959, Lumumba se contactó con personas anticolonialistas y desde allí consolidaría el movimiento para buscar la independencia. Los belgas capturan a Lumumba antes que comenzara un levantamiento. Tras estar detenido varios meses, fue libertado y por presión del pueblo fue nombrado primer ministro. En junio de 1960, proclamó la independencia del Congo.
Lumumba denunció que existía un apoyo masivo de muchos países y servicios de inteligencia occidentales hacia el régimen belga, responsable de la muerte de millones de personas desde finales del siglo XIX. Tras asumir como Primer Ministro, intentó nacionalizar las empresas mineras occidentales para impulsar al país, además de negar el acceso a multinacionales estadounidenses y británicas que habían firmado convenios previos al ascenso de Lumumba. Por estas acciones comenzó a ser investigado por la CIA. Que finalmente en 1961, ejecutó su plan de “acción directa”. Capturaron al líder en un secuestro muy recordado, haciéndose pasar por hombres del ejército congoleño y solo horas más tarde lo ejecutaron y su cuerpo nunca fue encontrado.
Su lugar fue ocupado por Joseph Mobutu, considerado el arquetipo del dictador africano durante la Guerra Fría. Con el apoyo de las potencias occidentales, durante treinta años Mobutu encabezó uno de los regímenes más violentos, corruptos y dictatoriales que haya conocido África. Durante dicho lapso, se encargó de cambiar el nombre del país (en 1971 pasaría a ser conocido como Zaire), nacionalizó las mayores industrias (aunque nunca libre de negociados personales, con los que amasó una gran fortuna personal); y reprimió y persiguió a los opositores a su régimen.
por Agustín Boero - 28 oct 2018
Halloween es una fiesta de origen pagano que se celebra la noche del 31 de octubre y que tiene sus raíces en el antiguo festival celta de Samhain.
La fiesta de Halloween se ha convertido en una de las celebraciones más populares y difundidas del siglo XXI. Aunque la versión actual, la de los disfraces y el “trick or treat”, proviene de Estados Unidos y ha sido exportada al resto del mundo en los últimos años, el origen de esta fiesta es europeo y mucho más antiguo. La celebración que hoy conocemos como Halloween es una mezcla de la fiesta pagana de Samhain y la fiesta religiosa del Día de Todos los Santos.
Los pueblos celtas de Irlanda tenían, la noche del 31 de octubre, un festival conocido como Samhain (pronunciado “sow-in”) que significa “fin del verano” y que celebraba el final de la época de cosechas y el comienzo de un nuevo año celta, que coincidía con el solsticio de otoño. Desde la perspectiva de la religión wiccan, y tal como pasaba en muchas otras religiones del mundo antiguo, esta fiesta representaba la muerte y renacimiento de su dios, al igual que lo hacían los campos y la naturaleza.
Durante esta noche, se creía que la puerta entre el mundo de los espíritus y el de los vivos quedaba abierta, por lo que los fantasmas de los difuntos vagaban libremente y el poder mágico de los druidas crecía debido a esta conexión con el mundo astral. Era costumbre utilizar nabos llenos de carbón ardiendo como faroles para guiar a los familiares fallecidos y asustar a los espíritus malvados. Además, los niños recogían presentes de todas las casas para ofrecérselos a los dioses y los entregaban a los druidas para que realizaran un ritual sagrado en el que, según parece, los sacrificios humanos y animales eran un elemento muy importante.
La romanización de las tribus celtas supuso la desaparición de la religión de los druidas y sus fiestas paganas, como el Samhain, fueron perdiendo importancia aun sin llegar a desaparecer del todo. El Papa Gregorio IV (827 a 844), como solían hacer los cristianos para facilitar la conversión de otros pueblos, aprovechó la festividad de Samhain y la convirtió en el Día de Todos los Santos (“All Hallows Eve”), respetando en parte la importancia que se daba a los fallecidos. La versión cristiana de esta festividad está muy difundida en países europeos como España o en otros latinoamericanos como México, donde se adaptó a las costumbres mayas y acabó por derivar en el “Día de Muertos”.
El resurgir de Samhain se produjo en el siglo XVIII, cuando los inmigrantes irlandeses lo llevaron a Estados Unidos y popularizaron gracias a leyendas como la de Jack O’Lantern. Se dice que Jack O’Lantern era un pendenciero astuto y ruin que consiguió engañar al diablo para que no pudiera quedarse con su alma. Cuando murió, lo rechazaron en el cielo por sus pecados y el diablo lo expulsó del infierno, por lo que vaga por la Tierra alumbrando su camino con un nabo lleno de carbón al rojo, como se hacía en la tradición celta. En el siglo XIX, cuando la nueva forma de celebrar Halloween empezaba a estar asentada, se decidió cambiar los nabos por calabazas debido a que era más fáciles de tallar y a que había un excedente de calabazas en el país.