por Candela Saldaña – 23 feb 2020
Desde que la humanidad evolucionó, infinidad de bacterias y enfermedades nos han asolado con la idea de la agonía y la eventual muerte en los humanos. Básicamente, desde que el mundo es mundo, las terribles crisis en materia de salud dejaron grandes consecuencias y se expandieron tan rápido como era posible. Frente a enfermedades como la lepra, peste negra, fiebre amarilla, cólera, fiebre tifoidea, gripe española etc. las cuarentenas fueron utilizadas para la contención de esas expansiones tan desastrosas. Utilizada desde hace 3.000 años, en algunos casos pudo ser efectiva; y en otros, era cuestión de echar la moneda y solo esperar.
Durante el siglo XIV, debido a la peste negra el mundo vivía en carne propia las malas condiciones de higiene y alimentación. El contagio masivo de esta enfermedad cobró en poco más de un año la vida del 3% de la población mundial. Se la llamaba de esta forma por el color que tomaba la piel de los infectados y era transmitida por las pulgas de las ratas que se habían colado en los barcos que ingresaban al continente. Una vez que afectaba los pulmones era muy peligrosa. La cuarentena había sido un método poco eficaz; y en ese entonces, el avance de la medicina no había tenido una respuesta grata. Pero luego esta enfermedad dejó de propagarse en gran parte por la iniciativa propia de muchos pueblos al aislamiento individual.
A mediados del siglo XIX se avanzó en el estudio de los contagios y esta práctica tuvo fundamentos científicos. Otro ejemplo de su uso fue en 1793, frente al brote de fiebre amarilla; este fue el primer método utilizado para frenarla. Pero fue un fracaso porque se desconocía que el transmisor eran los mosquitos; como consecuencia, más de 4.000 personas murieron.
La llamada gripe española de 1918 mató, en solo un año, entre 40 y 100 millones de personas en el mundo. Para evitar su propagación, se implementaron intervenciones no farmacéuticas, como la promoción de una buena higiene personal, el aislamiento de afectados, la cuarentena y el cierre de lugares públicos. Si bien estos métodos ayudaron a contener la enfermedad en algunos casos, los costos sociales y económicos fueron muy elevados.
También es cierto que las epidemias a menudo desatan reacciones marcadamente racistas entre las poblaciones; un caso de esto es lo ocurrido con la fiebre tifoidea en 1892, en EEUU. Se expandió en barrios donde vivían inmigrantes judíos rusos. Las autoridades detuvieron y trasladaron a cientos de ellos a carpas de cuarentena en una isla. Allí se aisló exclusivamente a inmigrantes e incluso muchos que no estaban infectados contrajeron la enfermedad precisamente por estar allí.
Los ejemplos son múltiples: la estigmatización y discriminación hacia las poblaciones minoritarias en todo caso sirven como herramienta de exclusión. Muchas cuarentenas se han instalado en el mundo a causa de una enfermedad. Europa ha sufrido varias desde el pre siglo hasta poco más el siglo anterior. América Latina no ha sido descartada; más precisamente, Argentina hace 11 años vivió una cuarentena durante la gripe A.
Entonces, viendo el registro mortífero de la humanidad, devastadoras enfermedades nos han causado estragos; la cuarentena junto con los avances tecnológicos y la actual medicina intentan poner un freno a esto. Pero las precauciones, no solo frente a la enfermedad relativamente reciente del coronavirus sino a las que pueden seguirle, deberían impactar en cada uno con mayor responsabilidad, tanto del gobierno como de las organizaciones a nivel mundial.
No nos dejemos llevar por las simples palabras de “no pasa nada”, “es algo temporal” o “cerremos china y listo”. ¡No! Tomemos todos los recaudos necesarios. Siempre tengamos presente que la historia se repite por una razón: los humanos estamos sujetos a tropezar con los mismos errores. Y a menos que nosotros cambiemos como sociedad, la historia no lo hará por sí sola.
por Candela Saldaña – 09 feb 2020
Hace 90 años nacía en un suburbio de Buenos Aires nuestra más querida amiga. Esa que nos contaba acerca de una tortuga que se fue a una tintorería de Paris, de un brujito que no paraba de hacer desastres con sus travesuras o nos invitaba a tomar té con tetera de porcelana. Esta cantante, actriz, escritora, fue para muchos de nosotros una maestra con voz alegre, una heroína; un recuerdo dulce que intentamos transmitirle a las siguientes generaciones.
María Elena Walsh no solo escribía versos, obras de teatro y guiones para niños. Sino que detrás de esto se destacaba un trasfondo ideológico y crítico. Huía de los estereotipos y de las palabras edulcoradas para ser portadora de la temible verdad y mano tendida. Trataba infinidad de temas sociales y criticaba aspectos del mundo, tanto intelectual como social, que la rodeaba. Desde muy chica tuvo facilidad para las artes como la música, pintura y escritura. Siendo la combinación de las letras y la música su marca registrada.
Cuando tenía 17 años, frente a la muerte de su padre, decide invertir sus ahorros en la impresión de su libro “Otoño imperdonable”, el cual se destacó por la madurez literaria de sus poemas y le valió la atención del mundo literario hispanoamericano. Le siguieron varias publicaciones de ensayos, poemarios, artículos que gozaron de buena crítica y recepción del público. Sin embargo, decidió abrirse a nuevas experiencias: junto con Leda Valladares, viajaron en 1951 a Europa para ampliar el horizonte del folclore del noroeste argentino. Se asentaron en Paris, presentándose en cafés, boîtes, cabarets etc., relacionándose con otros artistas latinoamericanos y estadounidenses. Grabaron juntas 10 albúmenes tanto en Europa como en Argentina; realizaron extensas giras por todas partes de Europa, Latinoamérica y Argentina. A comienzos de los 60 decidieron separarse. Leda reivindicaba el puro valor del folclore, mientras que María Elena buscaba la creación de nuevas expresiones.
Al simultáneo de las giras y grabaciones, publico libros, escribió ensayos y gesto una idea, la de formar un cabaret para niños o un varieté infantil que revolucionaría el mundo del espectáculo. El éxito extraordinario de los espectáculos, que pronto empezaron a llevar a escena infinidad de compañías en distintos países, supuso para María Elena Walsh la consagración y la consolidación de su proyecto. Las grandes compañías grabadoras la llamaron para grabar sus primeros discos como solista: Canciones para mirar, Canciones para mí, El país del Nomeacuerdo y Villancicos, que desde entonces tienen su lugar en casi toda casa con niños.
En 1965 publicó Hecho a mano, un libro de poemas que se convirtió en un boom por la actualidad de su problemática y por su calidad poética. En 1968, Walsh estrenó su primer espectáculo de canciones para adultos -Juguemos en el mundo. Recital para ejecutivos- en el Teatro Regina, con enorme repercusión y éxito de público y crítica. Como Chico Buarque en Brasil, Joan Manuel Serrat en España o Víctor Jara en Chile, María Elena Walsh fue labrando un repertorio imbuido del aire contestatario de los tiempos –pacifismo, feminismo, “protesta” contra la injusticia social– pero mostrando un talento poético único y, sobre todo, una temática absolutamente personal y desconcertante. Le siguieron más de treinta años de éxitos, shows, grabaciones y carcajadas infantiles.
Hasta que, lamentablemente, en 1981 fue diagnosticada de cáncer de hueso. Pero hacia 1983, tras un penoso y prolongado período de tratamiento, cuando retornó la democracia ya estaba curada y dispuesta a encarar un largo proceso de rehabilitación y una nueva fase en su trabajo. Comprometida con la restauración de la democracia en los ámbitos más diversos, participó más o menos directamente en proyectos políticos, para recalar finalmente en la transformación de su gremio, la Sociedad Argentina de Autores y Compositores, SADAIC, donde su aporte en el Departamento Cultural fue decisivo. Más allá de un sinfín de textos escritos para televisión o por encargo de compositores, no dejó de engrosar la lista con obras literarias tan importantes como Novios de antaño (1991), una novela autobiográfica sobre la niñez en tiempos de la “década infame”. Siguió escribiendo para chicos, publicó poemarios y autobiografías. Falleció el 10 de enero del 2011, a los 80 años.
Un poquito caminando y otro poquitito a pie, se fue convirtiendo en adoración de chicos y grandes. Piso el suelo de centenares de escenarios, canales de televisión, radios, estudios y auditorios. Realmente hizo y dejó un legado para jamás olvidarla; le contó historias a los chicos e hizo tararear a grandes. En las épocas más duras de nuestra historia dio esperanza con la mejor de todas las armas: las palabras. Escribió, escribió y escribió dejando a su paso un camino de borrones y garabatos con un dulce aroma a infancia.
por Candela Saldaña - 17 ene 2020
Roberto Sanchez ha vivido para alimentar una leyenda, la de una avalancha de testosterona y sex appeal que recorrió los escenarios de todo el continente; llegando a ser llamado como “Sandro de América”. Incluso este mes, a 10 años de su muerte, logra con su voz ardiente y grave volver a cautivarnos con tan solo un gemido que se haya escapado de esos carnosos labios.
Este febril ser masculino nació el 19 de agosto de 1945 en el nosocomio público Maternidad Sardá, emplazado en el barrio porteño de Parque Patricios, fruto del matrimonio compuesto por Vicente Sánchez e Irma Nydia Ocampo. Se cuenta el rumor de que sus padres intentaron anotarlo legalmente con el nombre de Sandro, pero para aquella época las normas que regían al Registro Civil de las Personas no permitían ese tipo de nombres, por lo que eligieron bautizarlo como Roberto.
De todas formas, con los años y durante su incipiente carrera en la música, el joven haría honor no sólo a la elección del nombre de pila que habían soñado sus padres con utilizar, sino también a las raíces húngaras de su abuelo, de apellido Popadópulos, motivo por el cual se lo apodó “El Gitano”. Durante su infancia y adolescencia residió en el barrio de Valentín Alsina, de Lanús, en el Gran Buenos Aires. Realizó sus estudios primarios en la Escuela Nº 3 República de Brasil, y ese fue precisamente el lugar donde nacería su verdadera vocación, gracias al apoyo que desde siempre encontró en su maestra de música, que invariablemente incluía en los actos del colegio la imitación que Roberto solía hacer de su gran ídolo, Elvis Presley. No en vano, con los años Sandro fue considerado el Elvis Presley argentino, ya que en realidad ha sido uno de los pioneros del rock en español.
La primera incursión destacada y profesional de Roberto Sánchez tuvo lugar a principios de la década del sesenta, cuando junto a Héctor Centurión, Enrique Irigoytía, Armando Cacho Quiroga y Juan José Sandri, fundó la banda llamada “Sandro y Los de Fuego”. El éxito de la banda, sobre todo por el talento y el carisma de Sandro, logró que la agrupación captara la atención del público, por lo que comenzaron a ser invitados en diversos programas televisivos de gran éxito en esa época, como fue el caso de los ciclos “Aquí la Juventud” y “Sábados Circulares”, de Pipo Mancera. Sin embargo, el comportamiento desenfadado y el modo de moverse con gran connotación sexual que caracterizaban las actuaciones de Sandro, le costó a la banda que fueran excluidos de la pantalla chica, ante las fuertes críticas originadas en el sector de los fundamentalistas católicos.
A finales de la década del 60, el joven Roberto Sánchez decidió comenzar su carrera solista. Su talento y originalidad fueron los promotores del origen de una nueva corriente, por lo que es considerado un pionero de la balada romántica latinoamericana, ya que Sandro logró llevar adelante una empresa que parecía imposible, incluyendo en las canciones románticas y los boleros, los ritmos, el baile y las temáticas propias del rock and roll.
En 1969 protagonizo su primera película “Quiero llenarme de ti”, que fue un enorme éxito; y luego “La Vida Continua”, que siguió el mismo camino. No solamente se convirtieron en éxito en Argentina, sino también en buena parte de América Latina: Venezuela, Puerto Rico, Santo Domingo, Costa Rica, Ecuador, México y hasta en la parte latina de los Estados Unidos. Ya estaba llegando a ser “Sandro de América”. A comienzos de 1970 se estrenó su tercera, y hasta entonces su mejor película: “Gitano”. En abril de ese año, mientras filmaba su cuarta película “Muchacho”, debió interrumpir la filmación para viajar a Nueva York y cantar en el Madison Square Garden, convirtiéndose así en el primer cantante latinoamericano en cantar en ese estadio; y convirtiéndose también, en la primera transmisión realizada vía satélite de un espectáculo musical en el mundo en la historia del satélite.
Durante su carrera, publicó 36 álbumes y vendió un total de 8 millones de copias. Entre sus éxitos se destacan “Dame fuego”, “Rosa, Rosa”, “Quiero llenarme de ti", "Penumbras", "Ese es mi amigo el puma", "Tengo", "Trigal" y "Una muchacha y una guitarra", entre tantos otros. Además de sus éxitos musicales y la cantidad de películas arrasadoras que siguieron, cosechó años de increíble repercusión con el público, dándoles a sus amadas “nenas” décadas de sensualidad y magia.
Casi a finales de los 90 y principios de los 2000, la salud de Sandro comenzó de a poco a deteriorarse: fue diagnosticado de un fatídico enfisema debido a su adicción al tabaco. Dejó los escenarios y permaneció por su salud en su mansión de Banfield. Superó diversas operaciones que fueron muy complicadas debido al ya deteriorado estado de sus pulmones y corazón. Por esta razón, su mujer Olga en el año 2008 dio a conocer a la prensa el siguiente comunicado: “Buenas tardes a todos. En nombre de mi esposo, Roberto Sánchez, quisiera decirles que si bien su estado de salud es estable, me doy cuenta que estamos cada vez más cerca de considerar el doble trasplante de corazón y pulmones como imprescindible, no solo para mejorar su calidad de vida sino también para prolongarla. No es mi intención ni la de mi esposo dramatizar ni atemorizar a nadie, ni deseamos hacer sufrir a quienes tanto lo quieren”.
Esa posibilidad llegó a concretarse el 20 de noviembre de 2009, tras varios meses en los que Sandro encabezó la lista de emergencia del Incucai. La intervención se realizó en el Hospital Italiano de Mendoza, donde pasó los últimos días de su vida. En ese período, atravesó serias complicaciones y algunas cirugías en su dificultosa recuperación.
En la calurosa noche del 4 de enero de 2010, "El Gitano" decidió pasar a la inmortalidad. Los noticieros emitieron esta noticia con las tomas de las nenas de Sandro llorando a mares por su partida. Más de treinta mil personas se acercaron en largas filas al Salón de los Pasos Perdidos, en el Congreso de la Nación Argentina, para despedir para siempre a uno de los más grandes artistas que sin dudas ha tenido nuestro país.
Con Sandro se habían esfumado esa atmosfera febril y sudorosa que envolvía lo que generaba su presencia en un escenario, junto con su cantar tembloroso y su rabia cuando había que cantarle a un amor perdido. Esa voz grave y seductora siempre nos recordará la voluptuosidad de unos inconfundibles labios gitanos.
por Candela Saldaña – 03 feb 2020
En los Estados Unidos, desde fines del siglo XIX los afroamericanos fueron marginados del espacio público por una serie de prohibiciones y exclusiones. Las leyes de segregación racial autorizaban la separación física entre negros y blancos en escuelas, baños, bares y transportes. Las leyes racistas impedían a los afroamericanos presentarse como candidatos en elecciones y acceder a la universidad. En la década de 1930, se crearon organizaciones como la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP, por sus siglas en inglés), que lucharon contra la segregación a través de medios legales.
En 1955, la afroamericana Rosa Parks fue arrestada en Montgomery por desobedecer las leyes racistas, que obligaban a los negros a darle el asiento de los autobuses a los blancos. Ante esta situación, las organizaciones afroamericanas llamaron al boicot y el movimiento por los derechos civiles comenzó a crecer masivamente. Como consecuencia, en varios estados se adoptaron medidas represivas y la NAACP fue prohibida. En el sur, en cambio, comenzó a crecer la Conferencia Sur de Liderazgo Cristiano, donde militaba el pastor Martin Luther King Jr.
Martin Luther King Jr nació en 1929 y cursó estudios de teología. En 1954, fue nombrado pastor de una iglesia bautista en Montgomery, Alabama, y rápidamente se convirtió en el líder del movimiento contra la segregación, iniciado por Rosa Parks. Para boicotear las leyes segregacionistas en el transporte, organizó viajes mixtos entre negros y blancos. Como consecuencia, fue encarcelado y su casa, atacada con bombas incendiarias. Sin embargo, continuó su lucha por los derechos civiles a través de protestas no violentas.
El 28 de agosto de 1963, durante la marcha sobre Washington por el trabajo y la libertad, Martin Luther King pronunció un discurso que cambiaría su vida y el de todos los presentes solo con unas simples palabras “I have a dream”. Este mítico discurso dio a entrever el deseo de una América igualitaria, tanto en sexos como en razas. Desde las escalinatas del Monumento a Lincoln, se pronunciaban palabras que marcarían un antes y un después en la vida de las personas de color. “Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo. (…) Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales".
Movimientos de la reivindicación de los derechos civiles se levantaron en todos los estados americanos; y gracias a estas palabras encontraron su fortaleza en la unión de sus pares para alcanzar un solo objetivo que mejoraría la calidad de vida de ellos, sus hijos y los hijos de estos. “Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad”.
Treinta mil personas presenciaron este sueño del pastor Martin Luther King Jr. Y otras de miles lo escucharon a través de los medios de comunicación que transmitieron la marcha. Esto significó un importante avance en la reivindicación de los derechos civiles y le valió a King el Premio Nobel de la Paz en 1964.
Tristemente, el 4 de abril de 1968, mientras estaba en la terraza de la habitación del hotel donde se alojaba, murió por el disparo de un segregacionista. Solo tenía 39 años. Las últimas palabras de King en ese balcón fueron dirigidas al músico Ben Branch, quien iba a actuar esa noche durante una reunión pública a la que asistiría: “Ben, prepárate para tocar “Precious Lord, TakeMy Hand” (“Señor, toma mi mano”) en la reunión de esta noche. Tócala de la manera más hermosa”.
Cinco días más tarde, el presidente Johnson decretó un día de luto nacional (el primero por un afroamericano) en honor de Martin Luther King Jr. A los funerales asistieron 300.000 personas. Por petición de su viuda, Martin Luther hizo su propia oración fúnebre con su último sermón, «Drum Major», grabado en la Ebenezer Baptist Church. En este sermón, pedía que en sus funerales no se hiciese mención alguna de sus premios, sino que se dijese que él había intentado “alimentar a los hambrientos”, “vestir a los desnudos”, “ser justo sobre el asunto de Vietnam” y “amar y servir a la humanidad”.
por Candela Saldaña - 22 dic 2019
Nuestro histórico cementerio de la Recoleta es un lugar lleno de un sinfín de historias. Algunas de ellas cuentan pasiones desenfrenadas, amores trágicos, odios miserables y traiciones que transcienden la muerte. Bóvedas realmente preciosas, con influencia de las arquitecturas francesa e inglesa, pertenecientes a las familias más ricas de la socialité argentina, que mandaron a construir verdaderas maravillas para sus hijas, hijos, madres, esposas etc. Yacen en los fríos mármoles los restos de escritores, héroes de guerra y hasta presidentes. Los sucesos que envuelven las muertes de estos personajes de nuestra historia, resuenan entre las callecitas y diagonales estrechas del cementerio.
He aquí una de las incontables historias que demuestran que los mitos transmitidos de generación en generación, que perduran entre estos rincones llenos de bóvedas y ataúdes, son verdaderos relatos cautivantes de la vida cotidiana.
Rufina Cambaceres
Rufina Cambaceres pasó por esta vida casi como en un suspiro, en una amarga mezcla de amor, horror y tragedia. Fue la hija del escritor argentino Eugenio Cambaceres y la bailarina italiana Luisa Bacichi. Único fruto de este matrimonio a quien desde la más tierna edad persiguió la censura de la que fue víctima su madre, quien era apodada por la "gente bien" como "La Bachicha", en burlesca alusión a su apellido y origen. Tiempo después, cuando Rufina era niña, su padre murió enfermo de tuberculosis, y así Luisa y ella quedaron solas, en un palacete sito en la calle Montes de Oca; y una estancia, "El Quemado", como parte de su herencia.
La niña desarrolló un carácter contenido y solitario. Mientras que su madre, un par de años después de la muerte de Cambaceres, pasó a convertirse en "la querida" de Hipólito Yrigoyen, el único presidente soltero que tuvo la Argentina; y con quien tuvo luego un segundo hijo, Luis Herman, el cual solicitó autorización para usar el apellido Irigoyen, anteponiéndolo a su apellido materno, lo que fue aceptado por la Justicia. Luisa Bacichi estuvo en silencio junto a Yrigoyen desde la primera presidencia, sin que esto tomase estado público oficial. Para ese entonces, Rufina ya había cumplido catorce años, era muy agraciada y cantidad de pretendientes rondaban la antigua casona de Montes de Oca.
Corría el año 1902. El 31 de mayo Rufina cumplía sus diecinueve años, y Luisa había dispuesto una importante celebración para terminar luego la noche en el Teatro Colón disfrutando de una función lírica. Sin embargo, el destino movió los hilos en un sentido diferente. Ese día del cumpleaños diecinueve de Rufina, mientras ella se estaba arreglando para dirigirse al teatro, recibió de labios de su amiga íntima una revelación que desencadenaría los hechos subsiguientes. Esta le confesó un secreto que había mantenido bajo resguardo durante largo tiempo y sintió el momento de revelarlo. El hombre a quien Rufina le había entregado su corazón y alma era el amante de su propia madre. Hipólito Yrigoyen se encontraba entrando y saliendo de las habitaciones de madre e hija. El impacto que le produjo esta confidencia ocasionó a Rufina tan lacerante dolor, que su corazón literalmente se destrozó y le provocó la muerte en el acto.
Ese fue el momento en que Luisa oyó el aullido pavoroso de la mucama que halló a Rufina, corrió a su recámara y la halló tendida en el suelo, inmóvil, muerta. Uno de los médicos presentes diagnosticó un síncope. Tres médicos certificaron que Rufina había muerto. Hipólito Yrigoyen se cuidó de acompañar a Luisa e inhumar sus restos en la Recoleta. Sin embargo, esta funesta historia no había acabado aún; el espanto recién comenzaba. Un par de días más tarde, el cuidador de la bóveda de los Cambaceres debió comunicar a Luisa que descubrió abierto y con la tapa quebrada el féretro de Rufina. El cajón se había movido; y cuando lo abrieron, encontraron a la joven con el rostro y las manos arañados y amoratados.
Se cuenta que Rufina habría sido víctima de un ataque de catalepsia y despertó en la oscuridad del sepulcro para rendirse y volver a morir después de una desconsolada y estéril pelea. Una versión más resonada del suceso relata que la madre de Rufina le proporcionaba un somnífero a su hija para poder encontrarse clandestinamente con su amante, que era verdaderamente el pretendiente de la hija. Parece que esa noche, la joven tomó una dosis más fuerte e ingresó en un coma profundo, del que despertó, pero en la oscuridad de su propia tumba.
Entonces este sería el motivo por el cual en el monumento que recuerda a Rufina se la representa tratando de abrir el picaporte de una puerta. Imagen dolorosa y trágica, de un escape que no pudo concretar.