por Candela Saldaña - 22 jun 2019
En el Río de la Plata, en mayo de 1810, el virrey dejó su cargo y fue reemplazado por una junta encabezada por criollos. Allí se inició un tiempo de conflictos: la guerra de la Independencia y los desacuerdos que se producían en cuanto a la organización del territorio. Patriotas y realistas combatían en varios frentes, los gritos de independencia resonaban al sentir de choques de espadas y estallidos estremecedores de cañones.
Esta tensa situación vio nacer la valentía y la ferocidad de muchos personajes emblemáticos de nuestra historia. Uno de ellos fue Manuel Belgrano, una de las glorias más puras de la argentinidad.
Nacido en el seno de una acomodada familia porteña, la del comerciante italiano Domingo Belgrano y Pérez y la criolla María Josefa González Casero, Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano se educó en el Real Colegio de San Carlos con la mejor formación que podía encontrarse en la colonia en el último cuarto del siglo XVIII. Luego se fue a España, a estudiar leyes en Salamanca, Valladolid y Madrid, para recibirse de abogado, finalmente, en la cancillería de Valladolid.
Manuel Belgrano
Estando él en España, ocurre la Revolución Francesa y el joven argentino se ve envuelto por las ideas iluministas que se desprenden de la gesta francesa: “Se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y solo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre, fuese donde fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido, y aun las mismas sociedades habían acordado en su establecimiento directa o indirectamente.”
En 1793 fue designado Secretario perpetuo del Consulado de Buenos Aires. Su rol consistió en desarrollar una ardua actividad en la promoción de la industria colonial, de la mejora de la producción agrícola y ganadera, y de las formas de comercio.
Propuso la creación de una escuela de matemáticas, y otras de diseño y de comercio. Por su iniciativa, nace en 1799 la Escuela de Geometría, Arquitectura, Perspectiva y Dibujo. En el Reglamento, que redacta, Belgrano le da derechos igualitarios de educación a los indios (tanto a criollos como a españoles) y ordena cuatro vacantes para huérfanos, mostrando así las altas consideraciones sociales que se gestaron en Europa.
En 1806 se producen las primeras invasiones inglesas. El acontecimiento despertó todo el celo patriótico del joven abogado, quien encontró en la tarea de promover la independencia su más alto cometido. Sin haber vestido nunca un uniforme, ni haber recibido instrucción, se hizo militar. Los sucesos europeos alentaron la revolución y Belgrano protagonizó el movimiento independentista.
De inmediato, se lo convoca para dirigir una campaña militar al Paraguay, a fin de propagar la revolución. Y a pesar de su escasa experiencia militar, se las arregla para instituir la subordinación y el orden en las tropas, haciendo del respeto por la población civil la máxima premisa de la expedición.
Uno de los más importantes logros de Manuel Belgrano fue el comando del Ejército del Norte en la zona de mayor riesgo para la revolución. Sufrió derrotas, pero también logro triunfos memorables por el arrojo de sus hombres y por su presencia atenta en el campo de batalla.
Cuando llegaron noticias de que una escuadra enemiga estaba próxima a zarpar de Montevideo en dirección a Rosario y ante la inminencia del peligro, Belgrano resolvió levantar el patriotismo de sus tropas por medio de un símbolo, que sería a la vez el distintivo de la Revolución. El 13 de febrero se dirigió al Triunvirato solicitándole la autorización para el uso de una “escarapela nacional”, con los colores azul celeste y blanco.
En el acuerdo del 18 de febrero de 1812, el gobierno resolvió reconocer la Escarapela Nacional de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, “declarándose como tal la de los colores blanco y azul celeste, quedando abolida la roja con que antiguamente se distinguía”. El día 23, Belgrano entrego el nuevo distintivo a sus soldados.
Continuando con sus nobles decisiones, Belgrano juzgó que con los mismos colores de la escarapela debía flamear una bandera bajo el cielo de la Patria. El 27 de febrero enarboló una nueva bandera “conforme a los colores de la escarapela nacional”.
En él se conocen las virtudes comunes a muchos patriotas, como la honestidad, la probidad y la austeridad, combinadas con una particular moderación, que para muchos era signo de debilidad de carácter. A comienzos de 1815, Belgrano abandona completamente sus funciones militares y es enviado a Europa, junto a Rivadavia y Sarratea, en funciones diplomáticas. También se destacó como diplomático, desarrollando una importante labor propagandística, cuya finalidad era que la revolución sea reconocida en el Viejo Continente.
Regresa al país en julio de 1816 y viaja a Tucumán para participar de los sucesos independentistas, donde tiene un alto protagonismo. Más tarde, Belgrano siguió desarrollando una ardua actividad político-diplomática. Fue el encargado de firmar el Pacto de San Lorenzo con Estanislao López que, en 1919, puso fin las disputas entre Buenos Aires y el litoral.
Volvió a encabezar el Ejercito del Norte, en el cual gracias a la fama que gozaba entonces como jefe y patriota, fue vivamente admirado por la tropa. Sirvió de apoyo al esfuerzo de San Martin en Cuyo y en los Andes hasta que, enfermo, tuvo que retornar a Buenos Aires.
Aquejado por una grave enfermedad, el prócer murió en Buenos Aires el 20 de junio de 1820, empobrecido y lejos de su familia. Culminaba así una vida dedicada a la libertad de la Patria y a su crecimiento cultural y económico.
Momentos antes de fallecer el general Manuel Belgrano pidió a su hermana Juana, que lo asistía con el amor de una madre, que le alcanzase su reloj de oro, que tenía colgado a la cabecera de la cama. “Es todo cuanto tengo para dar a este hombre bueno y generoso”, dijo dirigiéndose al doctor escocés que lo atendía, José Redhead, quien lo recibió enternecido.
La pieza, un reloj de bolsillo con cadena fabricado en oro, le había sido obsequiado por el rey Jorge III de Inglaterra, y fue la que el prócer entregó en su lecho de muerte al médico como pago de sus honorarios, al no contar con otros recursos económicos.
Luego empezó su agonía, que se anunció por el silencio, después de prepararse cristianamente, sin debilidad y sin orgullo como había vivido, a entregar su alma al Creador. Las últimas palabras de sus labios, fueron: “¡Ay patria mía!”.