por Candela Saldaña - 08 jul 2019
Entre 1810 y 1820 se realizaron innumerables actos electorales a lo largo de todo el exvirreinato del Río de la Plata, para designar integrantes de gobiernos centrales (juntas, triunviratos, directorios etc.), miembros de juntas electorales, juntas provinciales y juntas subordinadas, diputados para diferentes asambleas constituyentes, gobernadores intendentes y miembros del cabildo. Eso, debido a la invasión napoleónica a España de 1808, el cautiverio de Fernando VII y el nombramiento del hermano de Napoleón, José Bonaparte, como nuevo monarca. Lo que desató una profunda crisis política en el imperio español y, como consecuencia, en sus colonias.
La ausencia del rey legítimo y la resistencia contra el invasor francés plantearon cuestiones esenciales como en quién residía la soberanía o cómo se constituirán gobiernos legítimos. En un escenario plagado de incertidumbres, surgió una clara certeza: las ideas independentistas plagaban las mentes más emblemáticas de los ciudadanos más poderosos del Río de la Plata. La efervescencia social y política desatada luego de la Revolución de Mayo llevó a que los mismos capitulares respaldaran esta idea.
Luego de la restauración de Fernando VII como rey español, todos los movimientos revolucionarios en América habían sido sofocados, excepto el del Río de la Plata. Aunque también en esta región americana el panorama era muy complejo: los dirigentes revolucionarios se habían aislado de la clase política urbana y del pueblo; la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe formaban la Liga de los Pueblos Libres, bajo la protección de Artigas militar y heraldo del federalismo; el Ejército del Norte se autogobernaba, apoyado por los pueblos del Noroeste; Cuyo era la base de poder de San Martin, quien en 1814 había asumido como gobernador intendente para organizar el Ejército de los Andes.
En medio de esa difícil situación, el Estatuto Provisional de 1815 decidió la convocatoria de un Congreso a reunirse en Tucumán. Tal como lo indicaba el citado documento, se aplicó el sistema de votación indirecta y se eligieron diputados a razón de uno cada quince mil habitantes o fracción mayor de siete mil quinientos.
Los diputados electos por Buenos Aires resultaron doce y recibieron instrucciones para dictar una constitución, en la que figurasen los tres poderes por separado, asegurarle al pueblo el ejercicio de la soberanía y que el Ejecutivo recayera en una sola persona. Las instrucciones nada decían respecto del delicado problema de la forma de gobierno.
De acuerdo con la convocatoria remitida por el gobierno de Buenos Aires, en el interior también se efectuaron las elecciones de los diputados, aunque no respondieron las provincias sujetas a la influencia de Artigas, es decir, la Banda Oriental y el litoral; por su parte, el Paraguay se mantuvo en un tradicional aislamiento.
A comienzos de 1816 y en vísperas de reunirse el Congreso de Tucumán, graves peligros amenazaban a la Revolución Argentina. En el orden externo, la restauración del monarca Fernando VII y sus procedimientos absolutistas indicaban claramente a los gobiernos de América hispana, que debían reanudar con mayor empeño la lucha por la emancipación. Las armas españolas vencían desde México hasta Cabo de Hornos.
El sacerdote Morelos, patriota mexicano, había caído fusilado en manos de sus enemigos, mientras la expedición española liderada por Morillo doblegaba a los patriotas de Venezuela y Colombia. En Chile la situación no era mejor, por cuanto después de la batalla de Rancagua, los realistas dominaban ese territorio con un poderoso ejército.
Acta de la Independencia
En esas circunstancias, la Revolución argentina era la única que mantenía erguido el estandarte de la rebelión, aunque amenazada por el enemigo, después de la derrota de Sipe Sipe. El tradicional peligro portugués se hizo presente una vez más y en el mes de agosto los ejércitos invadieron la Banda Oriental.
En el orden interno, el mayor problema lo representaba Artigas; quien había formado una liga de provincias federales, las cuales negaron obediencia no solo al Director Supremo, sino también al Congreso. Además, en Salta se produjo un serio incidente entre Güemes y Rondeau, solucionado después de momentos inquietantes; y en la propia Buenos Aires, la agitación federal había encontrado apoyo en destacadas figuras.
En medio de todos estos problemas, los representantes de los pueblos comenzaron a llegar a la ciudad de Tucumán, elegida por ser distante a Buenos Aires, a fin de no despertar recelos del interior hacia el centralismo porteño. En su mayor parte, los diputados pertenecían al clero o eran hombres de leyes y le seguían en menor cantidad, los hacendados y comerciantes. Con la presencia de dos tercios de sus miembros y para no demorar por más tiempo se dio el comienzo de las deliberaciones. El Congreso asistió el 24 de marzo de 1816 a una solemne misa en el templo de San Francisco y ese mismo día a las 9 de la mañana, declaró abiertas las sesiones en la casa de Doña Francisca Bazán de Laguna.
El doctor Pedro Medrano fue elegido presidente y secretarios los doctores Paso y Serrano. Varios eran los asuntos fundamentales que debía resolver el Congreso, entre ellos la declaración de la Independencia, la unión del país, el dictado de una Constitución y la forma de gobierno a adoptarse.
La destitución de Álvarez Thomas y la designación de Balcarce motivaron a que el Congreso resolviera de inmediato el nombramiento de un Director Supremo titular. Con este propósito, los diputados se reunieron en una sesión extraordinaria en la mañana del 3 de mayo, bajo la presidencia de Castro Barros y ante la presencia de un numeroso público. Acto seguido, se procedió a la votación y de los veinticuatro diputados presentes, veintitrés lo hicieron a favor de Juan Martin de Pueyrredón, representante por San Luis.
En esos momentos, el país estaba dividido por las rencillas interiores, el gobierno central había perdido autoridad ante las provincias rebeladas y los enemigos exteriores amenazaban la integridad territorial. En tales circunstancias, Pueyrredón insistió a los congresales sobre la necesidad de proclamar de inmediato la Independencia.
Ante los anhelos populares representados por San Martin y Belgrano a través de sus gestiones, los congresales dispusieron declarar oficialmente que las Provincias Unidas del Rio de la Plata formaba una Nación soberana, desligada de todo vínculo de sometimiento con respecto a los reyes de España. Era evidente que tal proclamación ejercería beneficiosa influencia sobre el espíritu del país y daría poderoso estímulo a los ejércitos revolucionarios.
En la sesión del 9 de julio de 1816, el presidente de turno Francisco Narciso Laprida propuso que el Congreso tratara el punto tercero del plan redactado. El secretario Paso leyó la proposición que debía votarse y luego preguntó a los diputados “…si querían que las Provincias Unidas de la Unión fuese una Nación libre e independiente de los reyes de España y su Metrópoli”.
La decisión unánime de los diputados provocó manifestaciones de júbilo en el numeroso público presente, que exteriorizó de esa forma su satisfacción por la importancia y trascendencia del pronunciamiento.
La Declaración de la Independencia fue sancionada el martes 9 de julio de 1816 en la casa de Doña Francisca Bazán de Laguna, en la provincia de San Miguel de Tucumán. Por la cual el país proclamó su independencia política de la monarquía española y renunció también a toda dominación extranjera. Se iniciaba entonces un período de guerras que estarían al frente de los más valientes y altivos personajes de nuestra historia. Los cuales llevarían en sus sienes laureles de independencia, mientras recorrerían los campos de guerra al estruendo de cañones y clarines. Estando al frente de la batalla, desgarrarían con sus brazos robustos al ibérico altivo león.