por Candela Saldaña - 14 jul 2019

 

La Revolución Francesa fue un proceso político que puso fin al que desde entonces se llamó “Antiguo Régimen”.  Los cambios que introdujo fueron de tal importancia que le dio inicio a la Edad Contemporánea.  Fue un proceso complejo, que en el curso de pocos años cambio radicalmente la sociedad y la política de Francia y toda Europa, lo cual provocó una aceleración del tiempo histórico.

 

Hasta 1789, Francia era un reino gobernado por una monarquía absoluta bajo Luis XVI.  El absolutismo suponía la concentración del poder político en manos del rey, que reunía en su persona la soberanía del Estado.  En el transcurso del siglo XVIII, Francia había experimentado un notable crecimiento económico.  Sin embargo, la riqueza no se hallaba distribuida de forma equitativa.

 

La sociedad francesa estaba dividida en dos grandes grupos: los privilegiados y los no privilegiados.  Quienes tenían privilegios eran la nobleza y el alto clero, que estaban exentos de pagar impuestos y tributos.  La gran mayoría, que era el tercer estado, no gozaba de estos privilegios y debían pagar altos impuestos para sostener a los otros dos estados.  A comienzos de la década de 1770, las malas cosechas provocaron el alza en los precios de los cereales y el pan.  Los artículos de primera necesidad aumentaron su precio, por lo que se hizo difícil la situación de las clases bajas.

 

En 1785, una gran sequía provocó la muerte de miles de cabezas de ganado, ocasionando enormes pérdidas al sector rural.  Por otra parte, el Estado se hallaba sumido en una crisis financiera debido al sistema impositivo que eximía del pago a los sectores más adinerados.  Para 1787, la crisis financiera y los despilfarros de la corte hicieron que los ministros de Luis XVI trataran de cobrar impuestos a las clases privilegiadas.  Estas y otras medidas fueron rechazadas por los nobles.

 

Ante esta difícil situación, se decidió convocar a los Estados Generales, una especie de Parlamento formado por los tres estados.  De acuerdo con su funcionamiento tradicional, los representantes de cada estamento social debían reunirse por separado.  Una vez finalizadas las deliberaciones, los tres se debían reunir ante el rey para votar.  El voto se realizaba por estado: los nobles, el clero y el Tercer Estado.

 

Se presentaron dos propuestas: la primera se refería a la representación: ya que la mayor parte de la población constituía el Tercer Estado, su cantidad de representantes debía ser mayor que los otros dos grupos.  Esta propuesta fue aceptada.  La segunda proposición fue que se votara “por cabeza” y no por estamento, lo cual significaba dar la mayoría de la votación al Tercer Estado, que así ganaría la votación.  Esta propuesta fue rechazada por el rey, pero la resistencia que opusieron los parlamentarios y algunos motines populares en Paris hizo que estallara la llamada “revolución de los diputados”.  Así se iniciaba una primera fase de la revolución.

 

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Los representantes del Tercer Estado, junto con algunos miembros de la nobleza y el clero, constituyeron en 1789 una Asamblea Nacional afirmando la representación de la soberanía de Francia.  Se trataba de una acción revolucionaria: los diputados tomaban en sus manos la soberanía, arrogándose la capacidad de legislar en nombre del pueblo francés desconociendo la autoridad del rey.

 

Luis XVI intento presionar a los diputados utilizando la fuerza armada para disolver a la recientemente creada Asamblea Nacional, pero una inesperada reacción popular apoyó a la Asamblea.  Durante los primeros días de julio de 1789, se produjeron en Paris varios levantamientos populares cuando comenzaron a circular noticias acerca de que el rey estaba concentrando tropas en Versalles.

 

El punto crítico se dio el día 14 de julio, cuando una multitud, en busca de armas para defenderse, tomó por asalto el edificio de La Bastilla, símbolo de la monarquía real.  Este hecho es considerado como el estallido de la Revolución Francesa y se convirtió en un símbolo del triunfo popular sobre el despotismo.  Desde entonces, esta fecha se conmemora como el aniversario de la Revolución.  La ciudad de París quedó en manos de los insurgentes y el rey fue informado de que las tropas habían dejado de ser leales.  De este modo, el monarca ya no estaba en condiciones de hacer cumplir su voluntad.  Entonces, la autoridad real había colapsado.

 

En pueblos y ciudades se produjeron levantamientos armados, lo que denotaba el resentimiento que tenían las clases oprimidas por el Antiguo Régimen.  También en diferentes regiones de Francia se sucedieron revueltas populares de campesinos en contra de los señores y nobles, dueños de las tierras.  Mientras se debatían las características de la Constitución, ese mismo año la Asamblea dispuso La Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano.  Implantó la igualdad civil y jurídica, lo cual significaba el fin de los privilegios de la nobleza y la aplicación de una ley común a todos los ciudadanos franceses.

 

Luis XVI mantuvo correspondencia con muchos nobles emigrados y monarcas europeas entre 1789 y 1791.  El rey esperaba que una intervención extranjera pusiera fin a la revolución, entretanto buscaba que la Asamblea Nacional no adoptase cambios profundos.

 

La noche del 20 al 21 de junio de 1791, Luis XVI, su esposa María Antonieta y sus hijos, acompañados de unos pocos nobles que estaban a su servicio, salieron en varios carruajes del Palacio de las Tullerias, en Paris.  Iban disfrazados como una familia aristocrática y llevaban pasaportes falsos.  Su plan era llegar a Montmedy, cerca de la frontera oriental de Francia, donde el marqués de Bouille estaba dispuesto a iniciar un levantamiento militar contra la Asamblea.

 

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El plan fue preparado cuidadosamente, pero su puesta en práctica resultó un fracaso.  La salida se demoró varias horas, y luego, quien conducía el carruaje se perdió por la calles de París, ya que no conocía los barrios populares de la ciudad.  Finalmente, el rey y sus acompañantes, fueron reconocidos al día siguiente en la localidad de Varennes.  Los pobladores informaron a la Guardia Nacional, que los arrestaron y enviaron  de vuelta a Paris.  La Asamblea ordenó que la familia real quedase confinada en el Palacio de las Tullerias, prácticamente como prisionera.  El episodio aumentó la desconfianza hacia el rey entre los revolucionarios y buena parte del pueblo parisino, sobre todo por sus contactos con los aristócratas emigrados que amenazaban con una contrarrevolución armada desde el exterior.

 

El intento de huida del rey lo había convertido a él y a los partidarios de una monarquía constitucional moderada, en sospechosos de contrarrevolucionarios.  Los aristócratas, monárquicos y realistas, que buscaban que la Constitución redactada en 1791 por la Asamblea le otorgara más poderes a la figura del rey, se vieron en una situación difícil.  Los grupos más radicales de la Asamblea, los girondinos y los montañeses, exigían que el monarca continuase preso.  Estos sectores contaron con un aliado importante: la presión popular a través de manifestaciones callejeras.

 

Finalmente, el rey Luis XVI fue condenado a muerte en la guillotina por el gobierno revolucionario de la Convención el 21 de enero de 1793, declarado culpable de "conspiración contra la libertad pública y de atentado contra la seguridad nacional".  La cabeza del monarca yacía en las manos de los jacobinos, figuras que representaban la etapa inicial más sangrienta de la Revolución Francesa.

 

Las calles de Paris se amontonaron de barricadas formadas por hombres, mujeres y niños que exigían un cambio en la política y en la sociedad de la época.  Esa exaltación revolucionaria se vio alimentada por el grito desgarrador de las estrofas de la Marsellesa.  Himno francés creado un año antes de la ejecución del rey, en pleno enfrentamiento entre la monarquía y la república francesa.  Muchos dejaron sus vidas en las calles de Paris, ensangrentados y desollados al paso del grito de los ideales de la República: libertad, igualdad, fraternidad o la muerte.  Así como también las estrofas que hacían marchar a los hijos de la patria contra la tiranía que alzaba su sangriento estandarte.

 

A las armas ciudadanos, se proclamaba, porque “Qu'un sang impur abreuve nos sillons” (una sangre impura inunda nuestros surcos.)