por Candela Saldaña - 15 ago 2019
“Estos gallegos creen que nuestras bayonetas ya no cortan ni ensartan. Vamos a desengañarlos. Si nos faltan dinero y uniformes, vamos a pelear desnudos, como nuestros paisanos los indios. Seamos libres, que lo demás no importa nada.” Gral. José de San Martín
José de San Martín nació en Yapeyú, pueblo de las antiguas misiones jesuíticas, el 25 de febrero de 1778. Era hijo del oficial Juan de San Martín y de doña Gregoria Matorras, de igual nacionalidad. A los ocho años de edad, fue llevado a España por sus padres y estudió en el Seminario de Nobles de Madrid. Allí aprendió latín, francés, castellano, dibujo, poética, retórica, esgrima, baile, matemáticas, historia y geografía. En 1789, a los once años, ingresó como cadete al regimiento de Murcia. “El uniforme –escribe el historiador Mitre- era celeste y blanco y el joven aspirante vistió con él los colores que treinta años después debía pasear en triunfo por la mitad de un continente.” Con su regimiento, San Martín debió trasladarse al África y allí hizo su bautismo de fuego al defender valerosamente la ciudad de Oran contra un sitio de los moros (término para designar, sin distinción clara entre religión, etnia o cultura, a los naturales del noroeste de África o norte árabe). Entre 1793 y 1795, durante la guerra entre España y Francia, San Martín tuvo una actuación destacada en todos los combates en los que participó; y ascendió rápidamente en sus grados militares hasta llegar al de segundo teniente. En la guerra contra las fuerzas napoleónicas, y ya con el grado de Teniente Coronel, fue condecorado con la medalla de oro por su heroica actuación en la batalla de Bailén, el 19 de julio de 1808.
Después de este último combate, San Martin dio un nuevo rumbo a su existencia al seguir el llamado de su patria, que se había levantado contra su metrópoli. Decidió abrazar la causa de la emancipación americana. Había combatido por mar y por tierra veintiún años al servicio de España, pero juzgó llegado el momento de obedecer al dictamen de su conciencia. “Sin tener más que una vaga idea del verdadero estado de la lucha en América -escribe su contemporáneo, el general Guillermo Miller- resolvió marchar a serle tan útil como pudiera”. San Martin solicitó su retiro del Ejército Español; y al mismo tiempo, la autorización para trasladarse al Perú, con el pretexto de atender intereses personales. Concedida la baja, a mediados de septiembre, zarpó de Cádiz pero con destino a Inglaterra, luego de aceptar la valiosa ayuda del noble escocés lord Macduff. En Londres trabó amistad con varios americanos, entre ellos Manuel Moreno, Tomas Guido y el venezolano Andrés Bello. Estos jóvenes pertenecían a la sociedad secreta fundada por Miranda, que era matriz de la que funcionaba en Cádiz.
A fines del verano de 1812, el día 9 de marzo, arribó al puerto de Buenos aires, procedente de Londres, la fragata inglesa “Jorge Canning”, trayendo a su bordo a un varón de epopeya, el entonces teniente coronel José de San Martin, quien más tarde sería apellidado con justicia “el más grande de los criollos del nuevo mundo”. Soldado genial, abnegado y austero, sin más fortuna que su espada, llegaba a su patria para entregarse entero a la causa de la emancipación de medio continente. No trajo otros títulos que no fueran su destacada actuación militar en la península. Por tal causa, su presencia en Buenos Aires despertó recelos en los miembros del Triunvirato.
Sin embargo, disipadas las dudas, el 16 de marzo fue reconocido en su grado de teniente coronel. A mediados de noviembre se casó con María de los Remedios Escalada, nacida en Buenos Aires, el 20 de noviembre de 1797, hija de Antonio José de Escalada y Tomasa de la Quintana y Aoiz. Su familia era rica y prestigiosa y estaba vinculada a la causa patriota. Contrajo matrimonio con José de San Martín en Buenos Aires, el 12 de noviembre de 1812, cuando tenía 14 años de edad. Más adelante, ya en Mendoza, Remedios de Escalada fue la fundadora de la Liga Patriótica de Mujeres, con el objetivo de colaborar con el naciente Ejército de los Andes. Para ello, entre otros gestos, donó todas sus joyas. Falleció en Buenos Aires, el 3 de agosto de 1823. Antes de embarcar rumbo a Europa en 1824, su marido le hizo construir un sepulcro en el Cementerio de La Recoleta, cuyo epitafio reza: “Aquí yace Remedios de Escalada, esposa y amiga del general San Martín”.
El gobierno encomendó a San Martín la organización de un escuadrón de caballería. Así surgió el más tarde famoso regimiento de Granaderos a Caballo, cuyo cuartel se estableció en el Retiro, al norte de la ciudad. San Martín eligió uno a uno los oficiales y soldados, todos ellos jóvenes de alta talla, física y moralmente sanos. Les enseñó en persona el manejo de las armas y su experiencia guerrera, a la vez que los dotó de un vistoso uniforme. “El jefe -escribe Ricardo Rojas- viste uniforme de paño azul con vivos rojos, botas de cuero opaco, sable corvo, espuelas y falucho forrado de hule.” Inculcó en sus hombres el culto de la dignidad y del coraje, para lo cual reglamentó un código de honor destinado a los oficiales del regimiento y que castigaba, entre otras faltas, la cobardía en acción de guerra. De esta manera, se forjó el heroico cuerpo que debía derramar su sangre en las luchas por la independencia, que tuvo su bautismo de fuego en el combate de San Lorenzo. Más tarde, se le encargó la jefatura del Ejército del Norte, en reemplazo del general Manuel Belgrano. Allí concibió su plan continental, comprendiendo que el triunfo patriota en la guerra de la independencia hispanoamericana solo se lograría con la eliminación de todos los núcleos realistas, que eran los centros de poder leales a mantener el sistema colonial en América. Nombrado gobernador de Cuyo, con sede en la ciudad de Mendoza, puso en marcha su proyecto: tras organizar al Ejército de los Andes, cruzó la cordillera del mismo nombre y lideró la liberación de Chile, en las batallas de Chacabuco y Maipú. Luego, utilizando una flota organizada y financiada por Chile, y luego de recibir instrucciones del Senado de Chile, atacó al centro del poder español en Sudamérica, la ciudad de Lima, y declaró la independencia del Perú en 1821. Finalizó su carrera de las armas luego de producida la Entrevista de Guayaquil con Simón Bolívar, en 1822, donde le cedió su ejército y la meta de finalizar la liberación del Perú.
Batalla de San Lorenzo
Tras regresar a Mendoza en enero de 1823, pidió autorización para regresar a Buenos Aires y reencontrarse con su esposa que estaba muy enferma. Bernardino Rivadavia, Ministro de Gobierno del gobernador Martín Rodríguez, se lo negó argumentando que no sería seguro para San Martín volver a la ciudad. Su apoyo a los caudillos del Interior y la desobediencia a una orden que había recibido del Gobierno de reprimir a los federales, le valió que los unitarios quisieran someterlo a juicio. Al empeorar la salud de su esposa, decidió viajar a Buenos Aires. Al llegar, su mujer ya había fallecido el 3 de agosto de 1823.
Al llegar a Buenos Aires, se lo acusó de haberse convertido en un conspirador. Desalentado por las luchas internas entre unitarios y federales, decidió marcharse del país con su hija, quien había estado al cuidado de su abuela. El 10 de febrero de 1824 partió hacia el puerto de El Havre (Francia). Tenía 45 años y era generalísimo del Perú, capitán general de la República de Chile y general de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Luego de un breve período en Escocia, se instalaron en Bruselas y poco después en París. Su mayor preocupación era la educación de su hija. En 1825 redactó las Máximas para Merceditas, donde sintetizaba sus ideales educativos. En marzo de 1829 intentó regresar nuevamente a Buenos Aires, al saber que había vuelto a estallar la guerra civil. Permaneció a bordo de incógnito, aunque fue descubierto. Su antiguo subordinado, el general Juan Lavalle, había derrocado y fusilado al gobernador Manuel Dorrego, pero ante la imposibilidad de vencer en la contienda, ofreció a San Martín la gobernación de la provincia de Buenos Aires, pero este juzgó que la situación a que había llevado el enfrentamiento solamente se resolvería por la destrucción de uno de los dos partidos. Respondió a Lavalle que: “el general San Martín jamás desenvainará su espada para combatir a sus paisanos”. Se trasladó a Montevideo donde permaneció tres meses para finalmente volver a Europa.
San Martín en su vejez
Durante los años que duró su exilio, San Martín mantuvo contacto con sus amigos en Buenos Aires, tratando de interiorizarse de lo que sucedía. En 1831 se radicó en Francia, en una finca de campo cercana a París. Por esos años tuvo lugar su encuentro con su antiguo compañero de armas en el ejército español, Alejandro Aguado, marqués de las Marismas del Guadalquivir, quien convertido en un exitoso banquero, lo designó tutor de sus hijos, con una buena paga. Tres años más tarde, gracias al dinero ahorrado con este trabajo y a la venta de las fincas con que lo habían premiado el Gobierno de Mendoza y el de Perú, se mudó a una casa que compró en la villa de Grand Bourg, actualmente parte de la ciudad de Évry, departamento de Essonne, a corta distancia de París.
José de San Martín fechó su testamento ológrafo en París el 23 de enero de 1844, en el que deja como única heredera a su hija. Entre sus cláusulas establecía:
1. Que Mercedes otorgue a su tía María Elena una pensión hasta su fallecimiento.
2. Que a la muerte de María Elena le otorgue una pensión a la hija de esta, Petronila.
3. Que su sable corvo favorito, el de las batallas de Chacabuco y Maipú, fuera entregado al gobernador porteño Juan Manuel de Rosas “como una prueba de la satisfacción que, como argentino, he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”.
4. Prohibió la realización de funerales y de acompañamientos hasta el cementerio, “pero sí desearía que mi corazón fuese sepultado en Buenos Aires”.
5. Declaraba como su primer título el de generalísimo del Ejército del Perú.
En marzo de 1848, al estallar la revolución en París, se trasladó a una habitación alquilada en la ciudad costera de Boulogne-sur-Mer. Allí falleció a la edad de 72 años, a las tres de la tarde del 17 de agosto de 1850, en compañía de su hija, de su yerno y sus nietas. Finalizaba así, la vida de quien fue sembrado de laureles a su paso triunfal, llevando a cuestas los ideales de emancipación y libertad impartidos con orgullo, altivez y dignidad.