por Candela Saldaña – 19 mar 2020
Martes 17 de marzo. Un día caluroso y nublado de un verano que ya se estaba yendo, un día más de trabajo. Lejos estaba imaginar que a las 14:45 iniciarían los estruendos y gritos de “¡AMBULANCIA, UNA AMBULANCIA POR FAVOR!”. El epicentro del desastre sucedió en el barrio porteño de Retiro; el alboroto con la nube de polvo negra se notó por muchos kilómetros más. El desconcierto invadió a todos, las conjeturas no tardaron en hacerse presentes. Se hablaba de un terremoto, una explosión. ¿Habría sido una fuga de gas? Hasta que finalmente se comprobó que se trataba de una bomba, de un atentado terrorista.
El punto de ataque, la Embajada de Israel ubicada en la esquina de Arroyo y Suipacha. El modus operandi, una camioneta repleta de explosivos, al mando de un atacante suicida, que colisionó con la entrada del edificio. Dejó a su paso 22 muertos y 242 heridos, junto con un cráter de un metro y medio de diámetro. También daño en forma considerable una iglesia y una escuela ubicadas en un edificio cercano. Centenares de personas removieron escombros a mano y con baldes para evitar derrumbes.
El gobierno israelí expresó: “Esta cuenta será saldada”. Mientras que el por entonces presidente Menem pidió la intervención de agentes del servicio secreto de Israel y la CIA. Este ataque terrorista tuvo muchas denuncias y conspiraciones, pocas investigaciones y ningún culpable. Lo único que se sabe con certeza es que fue perpetrado por el grupo terrorista Jihad Islámica, brazo armado del Hezbollah. Por este hecho, la Corte Suprema pidió en 2005 la captura internacional del agente de Hezbollah, Hussein Mohamad Ibrahim Suleiman, que hasta el momento sigue vigente y nunca se concretó.
Está acusado de haber ingresado al país, a principios de 1992, por la triple frontera de Argentina, Paraguay y Brasil, los explosivos que fueron utilizados en el coche-bomba que detonó frente a la sede diplomática israelí. La investigación, que quedó a cargo del máximo tribunal por tratarse de una representación extranjera, también determinó que el atentado fue en represalia por el asesinato del secretario de la organización, Abbas Musawi.
A partir de esa conclusión, la Corte había procesado y pedido la captura internacional de Imad Mughniyah, responsable de la Jihad Islámica y del aparato de seguridad central y exterior de Hezbollah al momento de cometerse el atentado; pero luego constató que había muerto en un atentado en Damasco, en febrero de 2008. La búsqueda de la verdad tuvo varios altibajos y pasó por muchos intentos de "cajonear" la causa.
La explosión dejo víctimas y escombros. ¿Cómo se investiga un atentado que redujo a polvo un edificio de cuatro pisos? Los motivos del ataque todavía siguen sin esclarecerse; sin embargo, los que investigaron el hecho no tienen dudas sobre el rol de los agentes locales. Todo indica que hubo inteligencia previa y posterior de la mano de personal interno local. Aún hoy esta conspiración permanece en las sombras; lo visible del atentado son las víctimas y sus testimonios.
Las primeras horas de la explosión fueron caóticas; no había experiencia y no se pensaba que podía pasar algo así. Los sobrevivientes salieron de las ruinas por sus propios medios, ensangrentados y aturdidos, solo con su voluntad. El rescate fue improvisado. Se esperaba que la justicia calmara las heridas.
Pero aquellas, después de 28 años, siguen sangrantes a todo el sentir de nuestro pueblo y crecen a la par de los árboles de tilo plantados en honor a las víctimas del fatídico 17 de marzo de 1992.