por Patricia Gr-Dckmnn - 11 ago 2024
Los invisibles átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman….
(Gustavo Adolfo Bécquer)
Mi enseñanza de la historia del arte siempre tomó caminos no usuales. La mayor parte de los profesores insisten en fechas, períodos, estilos. Yo enseño a descubrir lo escondido, disfrutar de los colores, a encontrar los simbolismos, preparo a los alumnos (adultos universitarios) para que formulen su propio juicio.
En 2000, estando en Italia, fui hasta Milán sólo para ver la Piedad Rondanini, de Miguel Ángel (1475-1564), su inacabada última obra. La encontré en un lugar sin importancia, aislada del resto de la sala por una pared de bloques de cartón y con una única silla a disposición del visitante.
Piedad Rondanini, Miguel Ángel Buonarroti, Castillo Sforzesco, Milán.
Inesperadamente, me inundó la emoción. Estaba allí, sola, sin vigilancia, sin visitas, sin otro que explotara de emoción como yo. Se decía que Miguel Ángel se levantó de su lecho la última noche de su vida para cambiar la pose de la estatua, que quedó inacabada, aunque no incompleta. Di vueltas y vueltas a su alrededor, pensaba que allí había estado Miguel Ángel, exhalando hacia el mármol sus últimos suspiros de vida, apurado, tocando, midiendo, golpeando con su cincel y respirando: respirando sobre el mármol, respirando alrededor de la escultura al igual que yo. Estiré mi mano y acaricié. Después tuve que sentarme y me quedé tres horas dando vueltas, rozando, aspirando y sentándome nuevamente.
Piedad Rondanini, Miguel Ángel Buonarroti, Castillo Sforzesco, Milán.
Desde entonces, siempre insinué a mis alumnos que, si podían, se acercaran al aura de las obras y acariciaran levemente, casi sin tocar, las estatuas que les atrajeran. Si no hay cámaras, ni guardas, ni público cerca, rócenlas con la mano, aunque sea con el dorso. Decía: “Den vuelta alrededor de la escultura y, como sin querer, dejen que el dorso de la mano suelta roce al mármol”. ¿Por qué? Porque ahí estuvo el autor. Y a través de los siglos aún continuamos recibiendo la energía, el tesón, el amor, la preocupación, la fatiga, la preocupación, el conocimiento del artista que talló esa obra.
Cuando rozo apenas una estatua, siento que de ella ha salido una virtud. Salvando las distancias, la caricia que hizo Santa Marta al ruedo de Jesús tiene el mismo efecto que tocar una estatua. Con cada roce, la escultura que estamos admirando deja escapar una virtud. Por eso, más allá de que en las fotos ensaye un gesto pícaro para mis alumnos, ese es el sentimiento detrás de esta acción.
El espinario, Museo Capitalino de Roma, helénica, siglo I a.C.
La estatua helenística de alrededor del siglo I a.C. llamada El espinario muestra a un niño sentado intentando sacarse una espina de la planta del pie. El espinario me remite a mi niñez. Había una réplica (desaparecida misteriosamente hace tantísimos años) en la plaza Grigera de Lomas de Zamora, frente a la catedral. Esta vez estaba frente al original: emoción pura. ¿Por la belleza del original? No: por la belleza que ya había descubierto en mi niñez, tan lejana.
El Museo Británico es más problemático: cámaras y vigilancia. Salvo en las gigantescas escaleras internas. Hay que esperar en el descanso que nadie suba o baje y apurarse a poner el dedito en la cariátide que allí se encuentra. Las cariátides son columnas con figuras de mujer. En este caso, la Cariátide Townley es una escultura romana de inspiración ática.
Cariátide Townley, 140-170 a.C., British Museum, Londres.
Al Doríforo de Policleto lo visité en el Museo de Bellas Artes cuando lo trajeron a la Argentina en 2011. Estaba sobre una amplia pero chata plataforma cuadrada y en cada esquina, un guarda a cara de perro. Ni meter la mano en el aire de la plataforma podía.
Años después, en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, en un pasillo lejos de las salas principales, como si fuera un desecho, me topé con esa escultura que abrió el camino para todas las increíbles estatuas griegas posteriores al introducir el contrapposto. ¡El Doríforo de Policleto! La escultura más bella del mundo. Se la conocía sólo de mentas hasta que en 1797 fueron descubiertos en Pompeya los fragmentos de su copia romana en mármol. Y no pude evitar llevar mi picardía al extremo, en un gesto indigno de una dama y más indigno aún de una profesora de historia del arte.
Policleto, Doríforo, s. V a.C., 213,3 cm, Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Copia romana en mármol del original griego en bronce.
Hace un par de días me escribió una de mis inolvidables alumnas: “Acá estoy poniendo el dedito en una columna en las ruinas de Éfeso”. Y me manda un par de fotos. Hace años que es profesora de historia. Y a mí se me infla el pecho de orgullo al ver la carita pícara de Nati disfrutando de las prohibidas emanaciones escultóricas. Digna discípula.
Capitel de columna corintia en Éfeso, Turquía.
por Patricia Grau-Dieckmann - 27 abr 2024
Policleto, el escultor griego más famoso e innovador, activo a mediados del siglo V a.C., cambió para siempre la estatuaria helena al crear la que probablemente sea la estatua griega más famosa: el Doríforo (440 a.C.). Descubierta en 1797 en un gimnasio de Pompeya, la copia en mármol del original en bronce de Policleto fue inmediatamente reconocida —pese a hallarse en pedazos— como el modelo descrito por Policleto en el Kanon. Se trataba del Doríforo, el “portador de lanza” (del griego δορυφόρος), actualmente alojada en el Museo Nacional de Nápoles.
Policleto recurre a un artilugio que a partir de ese momento adoptarán la mayoría de los escultores para lograr el equilibrio: el contrapposto, que alterna miembros tensos con relajados. Todo el peso descansa sobre la pierna derecha, por lo que la cadera correspondiente se eleva. Esta pierna está trabada en la rodilla para permitir el libre movimiento de la pierna izquierda que, al no tener que soportar ningún peso, hace que la cadera izquierda caiga y el pie pueda moverse hacia atrás, apenas apoyando la punta. El hombro izquierdo se eleva ligeramente. El brazo derecho cuelga relajado y el hombro correspondiente cae. Para lograr una mayor estabilidad en esta copia de mármol de 750 kilos se recurre a lo que simula ser un tronco de árbol, lo que le da la solidez necesaria. La creación del recurso del contrapposto permitió experimentar con nuevas poses que muestran un contraste muy marcado con la simetría estática de los kuroi.
Policleto, Doríforo, s. V a.C., 213,3 cm, Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Copia romana en mármol del original griego en bronce.
En su Kanon, Policleto consolidó el canon de las proporciones en siete cabezas, expresando la belleza vital del cuerpo, eternizándolo en su perfección. Este joven de 213,5 cm, ideal en su magnificencia masculina, está en actitud de marcha y sus brazos se encuentran cada uno en diferente posición.
Policleto, Doríforo, s. V a.C., 213,3 cm, Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.
Se ha especulado que, por la posición de los dedos de la mano izquierda, doblados hacia la palma, podría haber sostenido un escudo y una lanza al mismo tiempo. Otros estudiosos afirman que la lanza la portaba en su mano derecha.
Reconstrucción del Doríforo original, de Policleto. (Imagen tomada de https://www.alamy.es/imagenes/doryphoros.html?blackwhite=1&sortBy=relevant)
El Doríforo se encuentra en actitud de avanzar y aparentemente acaba de realizar una pausa momentánea en la que se pueden observar, simultáneamente, dos situaciones opuestas. Por un lado, hay una detención en la marcha, en una dilación que le otorga estabilidad. Y por otro, se capta la existencia de un movimiento en potencia, la continuación de su andar. Hay una combinación de músculos tensos y relajados, lo que se consigue por el contrapposto: la pierna diestra está extendida y en tensión, lo que produce que el lado derecho del torso se contraiga, mientras que el izquierdo se extienda, relajado, permitiendo a la pierna correspondiente que pueda apoyar tan sólo los dedos del pie pues no es la que soporta el peso del cuerpo. La cabeza, levemente inclinada hacia la derecha, permite que la estatua presente una suave curva en forma de “s” invertida. De ahí en más, los rostros abandonaron su “sonrisa arcaica”, pero son plácidos y neutros, sin signos de esfuerzo, objetivos e idealizados.
Policleto abrió la puerta para que los escultores se volcaran a innovar en las estatuas, siendo pionero del tesoro que los artistas helenos legaron a la humanidad. Al día de hoy, el Doríforo, con su calma posición, se ha convertido en el representante de una postura que —aunque artificial— es absolutamente armónica al ojo del observador.
(Mi agradecimiento a Sofía M. Bontempo)
por Patricia Grau-Dieckmann - 09 ene 2024
Los griegos antiguos consideraban que la belleza ideal encontraba su más cabal expresión en la representación del cuerpo humano armónico. En la Grecia arcaica (650 a 490 a.C.) el kouros era el tipo de estatua más difundida tallada en mármol. Se trata de hombres jóvenes desnudos que miran al frente en una postura simétrica, el peso repartido entre ambas piernas, con un pie adelantado y los dos brazos -los puños cerrados- cayendo a los costados del cuerpo, posición claramente inspirada en las esculturas egipcias, con los que mantenían un trato comercial. Los músculos y otros detalles corporales están tenuemente insinuados. Estas estatuas podían ser la representación de un dios o un atleta, una ofrenda a una divinidad o un homenaje en la tumba de un joven. No eran retratos pues presentan rostros idealizados y todos mostraban la llamada “sonrisa arcaica”.
Kouros de Melos, 550 a. C., Museo Arqueológico Nacional, Atenas.
Los kouroi (el plural en griego de kouros) no presentan innovaciones pues la repetición exacta del modelo aseguraba el éxito del escultor. Experimentar con una nueva pose era sumamente arriesgado ya que muchas piezas se rompían o desplomaban. Si bien el mármol es un material pesado, tiene poca fuerza tensora y se rompe simplemente por su propio peso si algún segmento (por ejemplo, un brazo extendido) sobresale del bloque y no está debidamente sostenido por puntos de apoyo.
Los artistas griegos creaban sus esculturas con un concepto abstracto de la belleza ideal. Creían que no sólo debía representar a un hombre real sino más bien crear un objeto bello en sí mismo. Para lograrlo recurrían a la simetría y a la repetición exacta de las formas. Los kuroi, sin embargo, comenzaron a ser representados cada vez con mayor naturalismo. La razón por la cual lograron modificar esa postura y cambiar la expresión de los rostros es que no estaban delimitados por su ideología religiosa, que necesitaba que las esculturas perduraran eternamente. Se despegaron de la norma cultual de los egipcios y así consiguieron alcanzar su objetivo de belleza.
(Continuará)
por Patricia Grau-Dieckmann - 19 mar 2024
Los kuroi representaban a jóvenes desnudos en posición rígida, con la vista al frente y el peso repartido entre ambas piernas, con un pie adelantado y ambos brazos cayendo a los costados del cuerpo, con los puños cerrados. Intenta dar la sensación de avance, con el pie separado, pero su rigidez hace que quede sólo en la idea, no se transmite la sensación de movimiento, sino la de estatismo. Durante mucho tiempo se mantuvieron prácticamente iguales pues el éxito de un escultor consistía en la repetición exacta de una pose segura. El kouros descubierto en 1936 en Anavyssos, Ática, datado por el Museo Arqueológico de Atenas como proveniente de 520 a.C., presenta detalles que serán característicos de la escultura griega, cuyo interés primordial era representar la belleza ideal más absoluta.
Kouros de Anavyssos, 520 a.C.,1,94 m., Museo Arqueológico de Atenas.
Kouros de Anavyssos, vista posterior, 520 a.C.,1,94 m., Museo Arqueológico de Atenas.
A diferencia de los kuroi anteriores, que presentaban una anatomía levemente insinuada mediante líneas grabadas en la superficie, el joven de Anavyssos exhibe una talla de aspecto tridimensional, lo que lo aleja del hieratismo. Sus brazos están levemente doblados y los puños apenas separados del cuerpo, posee la cara redondeada y los ojos almendrados, animados y atentos: la estatua destila vivacidad. El artista no ha innovado en la pose pero sí en la apariencia. Aparentemente proviene de la tumba de un joven guerrero llamado Kroisos, ya que en la base se lee el conmovedor epigrama: “Detente viajero y laméntate junto a la tumba del difunto Kroisos, a quien el furioso Ares mató mientras luchaba entre los primeros”.
El kouros de Anavyssos presenta rastros de pintura de color rojo en los ojos y en el cabello. Hoy en día resulta difícil imaginar a las estatuas cubiertas de colores pero originariamente estaban pintadas. El paso del tiempo y el largo enterramiento al que fueron sometidas borraron los pigmentos y nuestros ojos se acostumbraron a apreciar la belleza pura del blanco mármol. Kroisos marca el momento en que las estatuas griegas comienzan la búsqueda de su camino, alejándose de la rigidez y buscando jugar con las formas y significados propios.
(Continuará)
por Patricia Grau-Dieckmann - 13 nov 2023
Es sabido que los antiguos artistas griegos buscaban el equilibrio entre la belleza del diseño y la apariencia de naturalidad. Se cree que partían de una cuidada reproducción de un hombre real e iban eliminando los aspectos que no les gustaban, lo hermoseaban y quitaban las irregularidades. Los rostros de sus obras no traducían jamás algún sentimiento determinado: eran inexpresivos, ya que cualquier movimiento de las facciones podía destruir la sencillez regular de la cabeza.
Muchos pueblos de la Antigüedad recurrieron a un “canon particular” para obtener proporciones tendientes a lograr la armonía en sus creaciones. Se trataba de un módulo o unidad que servía de base para calcular todas las medidas de un cuerpo humano y relacionarlas entre sí.
Los egipcios mantuvieron un canon invariable hasta el siglo VII a.C. El módulo básico egipcio era el puño cerrado, medido sobre los nudillos a través de la anchura de la mano, incluyendo el dedo pulgar. Tres puños equivalían a un pie y seis pies (o dieciocho puños) a un cuerpo entero.
Reconstrucción del canon de una figura humana egipcia. Cada cuadrado representa un puño.
Los artistas griegos se inspiraron en los egipcios para crear diseños equilibrados en sus propias esculturas. Sin embargo, a diferencia de ellos, el canon griego estaba basado en una cabeza como medida de referencia: entraban exactamente siete en un cuerpo. Durante el clasicismo (siglo V a.C.) se elevó la altura del hombre ideal a siete cabezas y media y en el siglo IV a.C. se alargó a ocho, lo que dio como resultado figuras más estilizadas y menos realistas.
Galeno, el famoso médico griego del siglo II d.C., escribió que la belleza del ser humano “(…) no surge en la proporcionalidad o simetría de sus partes constituyentes, sino en la proporcionalidad de partes tales como la de dedo a dedo y la de todos los dedos con respecto a la palma y la muñeca, y la de éstas con el antebrazo, y la del antebrazo con el brazo y, de hecho, de todo con respecto a todo lo demás” (Galeno, De temperamentis). Y Policleto, escultor griego del siglo V a.C., escribió el libro Kanon (hoy perdido) explicando los principios canónicos en que se basaba. Pero también fue creador de una técnica que cambiaría para siempre la apariencia de las estatuas griegas: el contrapposto. Pasará a la historia como uno de los artistas más geniales del mundo griego.
(Continuará)