por Patricia Grau-Dieckmann - 12 sep 2023
En el siglo IV a.C., el griego Apeles alcanzó su gloria como pintor en la corte del rey Filipo II de Macedonia y de su hijo Alejandro Magno. Ninguna de sus obras sobrevivió aunque existe una descripción de su pintura La Calumnia según el relato del escritor Luciano de Samósata (s. II d.C.). La intención de Apeles fue denunciar una calumnia de la que había sido objeto y por la cual estuvo a punto de ser ejecutado por el faraón Ptolomeo IV Filopator.
Botticelli, que consideraba idealmente a la Antigüedad como un objetivo de perfección que no había vuelto a repetirse, quiso recrear esta obra basándose en las palabras del escritor. Ubica la escena en una arquitectura clásica de arcos de medio punto, con estatuas y relieves de personajes mitológicos y del Antiguo Testamento. Los protagonistas de la escena principal están dotados de una intensa angustia, típica del fuerte sentimiento religioso despertado por el ascetismo pregonado por el monje Savonarola. Esa fase de inquietud espiritual provocó en Botticelli que pintara escenas irreales, aunque dramáticas.
Sandro Botticelli, 1495, 62 x 91, óleo sobre madera, Galería de los Uffizi, Florencia.
El artista respetó la descripción de Luciano e ilustró a los protagonistas como sigue: a la derecha, representando a un mal juez, está sentado un hombre con corona y con grandes orejas de burro, aludiendo al rey Midas. De uno y otro lado, susurrándole consejos malignos, están Ignorancia y Sospecha.
Se aproxima la Calumnia, una bella mujer con una antorcha encendida y arrastrando por los cabellos a un hombre joven que representa a la Inocencia, falsamente acusado. La Calumnia es guiada de la mano por la Envidia -un hombre macilento con ropas raídas con estilo monjil- que encenderá el fuego del rencor. Dos mujeres acompañan a Calumnia: son Traición y Engaño, quien trenza flores en el cabello de la Calumnia para hacerla más atractiva a los ojos del juez.
A continuación, aislada del grupo, se encuentra una anciana vestida con harapos negros que mira hacia atrás, llorando. Es el Arrepentimiento, que gira la cabeza para contemplar a la última figura del conjunto. Esta es la Verdad, que se presenta desnuda, apuntando con su dedo hacia el cielo, invocando la justicia celestial. Pero estos dos últimos personajes parecen haber llegado demasiado tarde para salvar a la Inocencia.
La imagen de la Verdad desnuda nos remite a la Venus del Nacimiento, aunque no sólo las separan once años sino una concepción religiosa diferente. El neoplatonismo del Nacimiento ha dado paso a un fanatismo cristiano ascético.
La Venus primitiva, cuyos detalles anómalos en su cuello, brazo y pie en el aire no advertimos a simple vista, luce perfecta en su aparente equilibrio. La Verdad desnuda, perfecta en sus proporciones, se ha apropiado de los pies de la Venus y, en una réplica exacta de los mismos, los ha apoyado firmemente en el suelo. Sandro ha abandonado los rostros calmos y lánguidos de sus primeros tiempos, pero no ha podido evitar retornar a esos pies que fueron la base de su pintura cumbre.