por C. Fernández Rombi – 24 feb 2019

 

 

Tardó en llegar.

 

Se hizo esperar demasiado.

 

Pero… ¡llegó por fin!

 

Los seres humanos somos complejos.  En este caso, la referencia viene por el lado de nuestras interminables y sufridas esperas por un anuncio o acontecimiento determinado y que, cuando se produce, se nos va de las manos, de la vivencia, del disfrute de ese anuncio tan ansiado…  En minutos a veces; cuando mucho, unas horas o un par de días.

 

Luego, transcurrido ese lapso, es como si comenzara rápidamente a perder trascendencia.

 

Luego ─de inmediato─ pasará a ser recuerdo.

 

Ya no está; quedarán las fotos, tal vez algún video y una especie de regusto que se va perdiendo inexorablemente.

 

Luego, pasado un tiempo, comenzamos a esperar un nuevo anuncio.

 

Ad infinitum.

 

 

por C. Fernández Rombi - 12 feb 2019

 

 

Introducción

Estamos a cumplir un siglo de los sucesos de Azul, en la Provincia de Buenos Aires ocurridos el martes 18 de abril de 1922, que hicieran tristemente famoso en todo al país a Mate Ocho o Don Maté8.  Los hechos que vamos a relatar son rigurosamente ciertos, no así las elucubraciones mentales que “prestamos" a Don Maté8, las cuales son de nuestra elucubración.

 

El hombre de setenta y siete años, se registró en una pensión humilde del barrio de Flores con el nombre de Eduardo Morgan.  Horas después de instalado y con la toalla y jabón en mano, se dirigió al baño común al final del pasillo.  Al tomar su ducha, se resbaló en la bañera dando con la nuca contra el grifo del agua.  Murió instantáneamente.  Era el año 1949.

 

El anciano fallecido fue identificado como Mateo Banks; unos años antes había merecido que se le dedicaran dos tangos: “Don Maté8”, de Cristino y Ponzio; y “Doctor Carús”, de Martín Montes de Oca.  Ambos tangos, hoy una rareza, aludían a los hechos del 18 de abril de 1922, día elegido por Banks para entrar en la leyenda.  Y no por ningún hecho digno de elogio o hazaña deportiva alguna.  Simplemente ese día había realizado un raid asesino sin parangón en la historia de nuestro país.

 

Había asesinado a tres de sus hermanos, dos sobrinas, una de sus cuñadas y dos peones de la estancia “La Buena Suerte”.  Con poco observar este listado -ocho víctimas fatales- fácil será darse cuenta del apelativo que se ganó en buena ley.

 

El más grande de los asesinos múltiples de Latinoamérica -con la peculiaridad de que todos sus crímenes los cometió el mismo día- era descendiente de irlandeses, su padre había emigrado hacia la Argentina en 1862.  La familia Banks adquiriría prestigio en Azul  como inmigrantes destacados y triunfadores dedicados al cultivo agrario.

 

Mateo era socio del Jockey Club y de varias ligas de beneficencia, vicecónsul de Gran Bretaña y representaba a la marca de autos Studebaker en la provincia de Buenos Aires.  Había contraído matrimonio con una mujer de sociedad, Martina Gainza.  La vida parecía sonreírle al chacarero descendiente de irlandeses y con toda su familia bien posicionada económica, y socialmente; llegando a detentar el cargo -muy reputado en la época- de Consejero Escolar.  Pero…  En 1922, a sus cuarenta y cuatro años, aunque seguía manteniendo su rumbosa vida de hombre de la oligarquía argentina, su pasión -soterrada y destructiva- por el juego había destruido su fortuna.  Aunque, aún no se había hecho público, su chacra ya le pertenecía a sus hermanos por los constantes préstamos hechos al futuro asesino, Don Maté8.

 

"Banks, con su vida de ‘rico artificial’, pensó que todo se arreglaría y perdió toda noción de sentimientos humanos.  No vaciló en sacrificar su apellido.  Es una víctima de los vicios humanos que destruyen la dignidad, la honradez y hasta el amor de la familia”.  Nota en el diario de Azul durante el proceso.

 

Su estrategia para el día fatídico era tan sencilla como demencial.  Matar a sus hermanos y no dejar testigos a la vista, y en forma posterior hacer recaer todas las culpas en los peones, Claudio Loiza y  Juan Gaitán.

 

“Yo mismo voy a hacer la denuncia… va a ser muy fácil…  ¿Quién va a dudar de mi palabra?  Lo que voy a hacer no me gusta mucho… sobre manera por las chicas, mis pobrecitas sobrinas… pero no veo otra.  A los cuarenta y cuatro no me voy a convertir en un hombre pobre.  Voy a decirles que a Loiza y Gaitán los habían despedido ayer y que quisieron vengarse, matándonos a todos, tal es así que Gaitán me disparó en el pie… por suerte lo pude desarmar y los maté en defensa propia…  ¡Muy fácil!  ¡Mi palabra es santa en Azul!”

 

Era tanta la soberbia y la propia seguridad en el valor de su palabra en la sociedad de Azul -y en la de su policía-, que el bueno de Don Maté8, seguramente por miedo a lastimarse un dedito, ni siquiera se disparó en la bota.  Se limitó a hacerle un agujero con un punzón.  Luego de un largo juicio que tuvo en vilo a la ciudad de Azul y al resto del país, fue condenado a perpetua.  Sin embargo, veintidós años más tarde sería liberado.  Así, Don Maté8, muy suelto de cuerpo, volvió a Azul intentando rehacer su vida.

 

“Con la cantidad de amistades y relaciones importantes que tengo, me va a ser muy fácil rehacer mi vida y fortuna. ¡Ya van a ver esos pueblerinos!”  Dadas las serias intenciones de la población azuleña de lincharlo, escapó a Buenos Aires y fue a parar a esa habitación sin baño del Barrio de Flores.

 

En la caja fuerte de la cárcel había dejado un manuscrito con sus memorias, de unas 1200 páginas, con instrucciones para su publicación.  Sin embargo, este se perdió; con lo cual la literatura argentina ha experimentado la pérdida de lo que, seguramente, hubiera sido una obra inmortal.

 

 

por C. Fernández Rombi – 29 dic 2018

 

Vuelo a casa cansado... pero tan feliz como de costumbre.

 

Mi hogar es eso, un hogar cabal.  Diez años que nos casamos con Susana y todo está cada vez mejor.  Nosotros, además de esposos, somos amigos y compinches.  Nos buscamos para todo.  Mi trabajo me hace viajar un par de días cada quincena en un radio de trescientos km de la Capital y lo planificamos para ir juntos.  A veces, con Adriancito de 7 y Fabián de cinco....  ¡Dos pendejitos flor!  Nuestro depto de 4 ambientes es un nido amplio y hermoso, nos mudamos, estrenándolo, hace cuatro años y “la Su” lo dejó chiche bombón.  Creo que al no tener ninguno de los dos más familia, nos ha hecho más “acurrucados”.  No piense, mi amigo, que vivimos en una burbuja.  ¡Para nada!  Yo tengo mi grupo de padel tres veces a la semana y Susana el suyo de Pilates.

 

La  salud de nuestros treinta y treinta dos añitos es perfecta.  La de los chicos, igual.  ¿Qué más se puede pedir?  El mes que viene me entregan el Focus cerokaeme y ya estamos planificando cuatro días en Mardel -a los dos nos gusta la costa en otoño─.  Tiene un atractivo singular...  Sin hablar del Puerto y sus manjares de mar.  ¡Mi locura!

 

Al abrir la puerta, en lugar del bullicio de Adrián y Fabián, escucho una voz femenina grave y profunda.  En el acto, me lleva a la de mi gran metejón juvenil: Graciela Borges.

─Querido... tenemos vecina nueva.  Esta es Graciela, se mudó ayer al monoambiente del final de pasillo.  Graciela, este es mi esposo Alejandro... ¡el mejor del mundo!  Ambas ríen, yo pongo ─me doy cuenta─ cara de pelotudo sin remedio.

 

Mientras le doy torpemente la mano ─ella intentó un beso de salutación, pero mi gesto “la cortó”-, Susana sigue y sigue.  Es notorio que la nueva vecina, a pesar de ser unos años más joven, le ha caído muy bien.  Están tomando una bebida, Susana se incorpora, de seguro me va a preparar mi habitual fernet con hielo y soda.

 

¡Estoy aterrorizado...!  Menos de diez minutos que estoy en mi casa y veo un precipicio que se abre bajo mis pies.  Mi atracción por esta desconocida es portentosa.  Jamás experimentada.  Ni siquiera cuando conocí a “la Su”.  Siguen con su parloteo; en algún momento me dan intervención y ni sé lo que contesto.  En ese momento, los críos vienen a saludarme y como cada día se cuelgan de mí y me llenan de besos.  ¡Nuestro amor es infinito!  Me aferro a ellos más que de costumbre, tal y como si buscara protección.  ¡Una protección que sé necesitar con desesperación!  Como la cosa sigue, anuncio que voy a tomar una ducha, necesito pensar.  No puedo ser tan pelotudo de haberme enamorado de esta desconocida, pero... es realmente una belleza nada habitual, aclarando que mi Su es una mujer más  que bonita.  Sé bien, y me llena de orgullo, que todos mis amigos y conocidos me la envidian.  Tal vez, porque además de bella es culta y simpática.  Cuando salí del baño, la intrusa, ya se había ido.  Respiré aliviado, deseando nunca más volver a  encontrarla.  No sería.

 

Ha pasado un año... ¡y vivo en el infierno!  A Susana no la veo desde hace ocho meses, a mis nenes dos días de cada mes.  Una amiga de la madre me los trae cada mes y los recibo en este chiribitil en el que vivo.  Están conmigo un par de horas, bajo la atenta-distraída supervisión de la amiga de la buena voluntad.

 

¿Y mi pasión...?  ¡Bien, gracias!  Los primeros tres meses la vivimos enloquecidos.  Graciela me inflamaba como el fuego a una astilla de madera empapada en resina.  Cierto es que ambos nos retroalimentábamos con una entrega solo comparable a su propia insensatez.  Esta joven mujer que no había conocido esa pasión que puede encender la locura entre un hombre y una mujer, enloquece entre mis brazos tan acuciantes como trémulos.

 

Tres meses de locura, de pasión irrefrenable, de sentir indubitablemente que el mismísimo cielo está al alcance de nuestras manos...  ¿Salvan una vida entera?  ¿Compensan el amor sereno y profundo de la propia mujer?  ¿Reemplazan el amor de cada día de los hijos?

 

¡NO!  Hoy sé la respuesta.  Tarde.  Las cosas mejoran, recibo un mail de Graciela.

 

Alejandro, me voy a vivir a Canadá con mis viejos.  No creo que vuelva nunca.  No aguanto más este infierno que compartimos.  Lamento muchísimo haberme cruzado en tu camino.  ¡Ojalá puedas rehacer tu vida!  ¡Ojalá jamás nos hubiésemos encontrado.  Adiós.

 

 

por C. Fernández Rombi – 16 ene 2019

 

 

2004, República Cromagnon

Hay mucho de todo.

Exceso sin límites.

Gente y sudor, ruido y alcohol, música estridente y delirio.

Gritos y rostros desencajados. Jóvenes.

En el piso de los baños duermen los bebés de los bailantes; algunas mujeres, abuelas o madres, los cuidan.

“Callejeros” desencadena la extrema  exaltación  de su música.

Falta aún la frutilla del postre… Alguien enciende una bengala.

 

 

 Fantasía

Desnuda en su lecho, la mujer vive su ensueño. La calidez de la tarde ayuda.

El galán que la motiva es tan apuesto como galante.

Quisiera revivir ya, ahora, en este mismo momento, alguna de sus noches de amor.

Una cualquiera. Todas han sido magníficas. Con la pasión como común denominador.

Pasado un buen rato, su tensión decrece…

Hace cuarenta años que sueña lo mismo.

 

 

Distracción

A las seis de la tarde, el hombre vuelve a su casa. El viaje en tren ha sido fastidioso.

Al entrar, cae en la cuenta de que dejó su auto en la cochera del edificio donde trabaja.

 

 

Nuestra culpa

Belgrano en su sueño imaginó una bandera celeste y blanca.

Él, no es el responsable de los argentinos que lo sucedimos.

 

 

 Amor de hetaira

Noche ya tarde, está rendida de cansancio. Se consuela a sí misma.

El día ha sido más provechoso que lo habitual. El duque es fogoso y exigente; su hijo, más aún. Contenta con su razonar, empieza a asumir el placer del reparador dormir.

En el albor del sueño, una idea desgraciada se instala en su mente.

Sólo soy… ¡una puta de lujo!

 

 

Desacuerdo

Le dije, loco de amor:

¡No te das idea de lo intenso de mi amor por vos!

Contestó: ¡Ojalá pudiese decir lo mismo!

 

 

Esposos

Llevan juntos muchos años, sin embargo, se siguen amando.

Sin hablarlo, tienen un interrogante común… ¿Será un espejismo?

 

 

por C. Fernández Rombi - 11 dic 2018

 

 

Cada año, para las vacaciones de verano, regreso a mi pueblo natal. Al bajar del tren, el primer saludo con la mano levantada es el del viejo jefe de estación. Hace más de un cuarto de siglo que emigré pero ni un solo año he dejado de volver a Milagro.

 

El tren está arribando a la estación, preparo mi bolso de mano y el ticket para el equipaje. Al bajar, mis ojos buscan la figura y saludo habituales. No está y no hay nadie que me salude.

 

O se jubiló o está enfermo o… algo peor. Debe de tener un montón de años, si ya era viejo cuando partí. Lo voy a averiguar.

 

A la mañana siguiente cumplo uno de mis rituales favoritos: desayunar en la única confitería del pueblo, frente a la plaza y mirando la iglesia. Daniel, el mozo, me da la bienvenida como cada año y en unos cuantos minutos, sin apuro alguno ni suyo ni mío, me traerá el café con leche y las medialunas.

 

Lo voy a disfrutar con el mismo apuro, ninguno. En Milagro no existen ni prisas ni apuros.

 

Al terminar la lectura minuciosa del diario provincial, que no trae noticia alguna de Milagro, el hombre paga, se levanta presto a marchar y, de pronto, se acuerda:

-Daniel, ¿vos sabés si le pasa algo a Don Eugenio, el jefe de la estación?

 

La sonrisa de despedida del mozo deviene en un gesto de incomprensión.

-Raro que no haya preguntado antes… Don Eugenio ya hace diez años que falleció.