Al final… sólo recuerdos selectivos

por C. Fernández Rombi

10 sep 2018

 

 

No sé.  Ya no sé nada de nada.  Le he dado tantas vueltas a este tema.  Y no le encuentro una solución que me convenza…  Que me deje tranquilo, en paz. Que me diga: ¡tenías razón…!  ¡Esa y no otra, era la solución!

I)

Es inútil.  No puedo solucionar el problema de mi doble vida.  Esta esposa mía, Clarisa, buena, dulce, hermosa y gentil… a la que, sin la menor de las dudas, sigo amando; y mis dos hijos, a los que adoro y no quiero, en manera alguna, defraudar.  Ese es un término de la ecuación.  El bueno, el correcto, el que no me aparejaría problema alguno.  El otro… el otro término de esa ecuación maldita… ¡ah, el otro…!  ¡Ahí está mi drama griego!

Ricardo es mi gran amigo, desde la niñez; crecimos juntos en nuestro querido barrio de Flores.  Fuimos ─y somos─ “los amigos y compinches de las mil  aventuras”.  Claro, las inocentes aventuras de los chicos de treinta años atrás; “toco timbre y me voy”; “le afanamos la pelota a los de la barra de Yerbal” (nosotros éramos de la barra de Rivadavia); “revoleo de tachos de basura”; “los duelos” de figuritas, bolitas y las carreras de autitos de plástico y mil boludeces por el estilo.

Ricardo se mantuvo soltero y, su broma eterna, es llamarme: “esclavo de la gayola”.  Pero nuestra amistad y cariño se mantuvieron imperturbables.  Es cierto que alguna vez llamó mi atención que al Richard, al que de chico llamábamos “Pintita”, no se le conocieran novias…  ¡Y estando ya en los treinta y cinco!

Y ahí, justo ahí, el día de su cumpleaños número treinta y cinco se armó este quilombo sin final… que lleva ya quince años.

Ese día, sin vacilaciones, casi como un desafío, me dijo, mirándome a los ojos: “Osvaldo, mi amor por vos sigue tan fuerte como cuando teníamos veinte años… lo lamento”.

Más correcto hubiera sido decir que ese día se desencadenó.  La trama ya venía en desarrollo hacía unos años.  Desde el mismo día aquel de nuestros veinte pirulos en que, pasados de copas y volviendo de un “gran baile gran” de carnavales en el Club Comunicaciones, me dijo que “estaba enamorado de mí”.  Supe en el acto que ─a pesar del exceso de chupi─ hablaba en serio…  Hice como que no le oía… pero la marca estaba impresa.  Indeleble.

II)

Aunque nunca más volvimos tocar el tema… espinoso por demás. Y nuestra relación de amigos entrañables siguió de maravillas.

Si Clarisa y yo no salíamos, cada sábado infaltablemente, venía a cenar a casa -”la única comida decente de la semana”─.  Era su expresión de agradecimiento; para los chicos era el tío Ricardo.

El día de sus cuarenta ─¡maldito día!─, lo llamo en la mañana para felicitarlo.  En la charla me cuenta que su plan de festejos consiste en visitar en la tarde al padre internado en el geriátrico y después irse al cine y a comer algo en el Centro (solterón a muerte mi amigo).  Recuerdo, de pronto, que esta noche mi familia no está en casa.  No vacilo.

─ Ricardo, estoy solo… ¿por qué no nos juntamos?  Te paso a buscar, vamos a comer algo al Centro y luego, ¡feliz cumpleaños! te dejo en tu casa.

─ ¡Bárbaro!  A las diecinueve estoy de vuelta de ver a mi viejo; pasa a la hora que quieras…

Como de costumbre, lo pasamos de diez; comimos en el Palacio de la Papa Frita (infaltables bife de chorizo y papas soufflé) y terminamos la noche en su casa con unos panzones vasos de whisky en la mano.  No sin que en forma previa ─control de alcoholemia, que le dicen─ él me recordara que luego tendría que conducir hasta mi barrio.

Ya relajados, inevitablemente surge en mi mente el viejo tema.  (Supongo que en la suya, está pasando otro tanto).  Su amor por mí.

En el pasado lo hablamos una sola vez… sin arribar a puerto alguno. A ver si puedo resultar claro: ¡No soy homosexual…!  ¡Y él tampoco!  Sin embargo… y sin embargo… hace años que tiene una fijación conmigo.  Fijación que va más allá de lo puramente sexual.

Cuando abordamos el “puto” tema, aquella vez, me dijo: “que estaba enamorado de mí desde la niñez y que no lo podía resolver”.  Desde ya que, hoy al venir a su casa, a estar a solas con Ricardo, sabía que el bendito tema iba a salir a la luz…  ¡Y sin embargo, vine!

III)

Cuántas veces envuelto en la rutina del matrimonio he pensado en él y, cuántas otras, en la oscuridad de mi lecho haciendo el amor con Clarisa, se me ha representado su figura.  ¡Me odio por eso, es inevitable!

Sentados de lado en un sillón de tres cuerpos, en la penumbra de su living, su mano ─por vez primera─ se posa sobre la mía.  Mi reacción instintiva es retirarme.  No lo hago (ya hay mucho alcohol).  Pierdo la noción del tiempo, pero es como si nuestras manos tocándose nos mantuvieran más unidos que nunca.

─ ¿Te sirvo otro, Osvaldo?

Asiento con un gesto.  Él se levanta y volverá con las bebidas a su lugar en el sillón; ahora, se estira un poco y retoma esa, mi mano, que yo ya había alejado.  Lo dejo hacer; me acaricia con ternura.  Siento que mi sangre hierve…  Como hace años ─muchos─ que no lo hace con Clarisa…  Luego apoya su bebida en la ratona, retirando el vaso de mi mano y dejando el de él, se desliza hasta quedar bien pegado a mí…

Quiero cortar este desvarío, quiero irme ya, decir ¡no!, pero no hago nada.  ¡Nada!  Toma mi rostro entre sus manos y su boca se acerca a la mía; no me resisto y nos besamos con una intensidad tal que yo no había experimentado desde hace mucho tiempo.  Concluido el largo beso, demorado por años, su rostro se apoya en mi pecho y quedamos en silencio.

Después de un largo rato, tengo la necesidad de ponerle palabras a este momento, de decir algo, no sé qué, cualquier cosa.  No hayo la forma.  No hablo, él tampoco lo hará.  De pronto comienza a acariciarme.  Sus caricias son de una dulzura tal como la que sólo experimenté en el primer año de mi noviazgo.  No hay, todavía, en esas caricias nada de pasión, solamente una infinita ternura.  Casi sin darme cuenta, estoy respondiendo a ellas con la misma ternura e igual entrega.

Luego, sin decir palabra, se incorpora y me lleva hasta su cama.  Sólo la luz de la luna en la ventana será testigo de la intensidad con que nos amamos hasta que el sol está bien alto en el cielo.  Han sido varias horas de amor y entrega total.  Sin  palabras.  Sólo algún “querido mío, querido mío” brotará ─casi inaudible─ cada tanto de sus labios.

IV)

La última vez que estuvimos juntos en su cama ─apenas tres días atrás─, había quedado abierta una hoja de la puerta del placar, la espejada; no pude dejar de apreciar esa imagen cuasi patética: dos hombres grandes, cuyos cuerpos ya han perdido la gracia de la juventud; desnudos y haciendo el amor.  Esa conchuda imagen se instala en mi mente, me desvela, me acucia.

Esta historia lleva ya diez años…  ¿Y ahora qué?  Hace ya rato que el interrogante pasa por mi mente y no me animo a decirlo en voz alta.  Sin embargo sé que debemos hablar.  Que esto debe terminar, más temprano o más tarde…  ¡Debe terminar…!  ¡Debe terminar, carajo!

Esta historia, nuestra historia está a cumplir los diez años.  Mis hijos ya son hombres y me duele el alma cada vez que los miro a los ojos…  ¡Ni hablar de Clarisa!  ¿Qué pensarían del esposo y padre, ya cincuentón, enredado en una historia de amor con otro hombre?  Además… ¡estamos a las puertas de los cincuenta, que joder!

¿Y ahora qué?  ¿Cómo diablos sigue esto?  Decidido, planteo el tema:

─ Ricardo, no me arrepiento de nada… pero de ahí a dejar mi matrimonio o que nosotros prosigamos este romance de locos… ¡hay un mundo!  Quisiera saber qué pensás vos…  Estamos a las puertas del medio siglo de vida… creo que hay que decir, ¡basta!  (La idea es ya obsesión: ¡Esto debe terminar ya!).

Mi amigo no responde de momento.  Seguramente está pensando cada una de las palabras que me va a decir, finalmente:

─ Osvaldo, sabés que soñé con vos desde que éramos adolescentes.  Me alegra que haya ocurrido, me alegra que vos no te arrepientas de nada…  Pero, entiendo que vos no puedas seguir… y no me molesta.  Suficiente alegrías tuve en esta década de amor… por favor, hagámoslo buenamente, sin rencores, no arruinemos nuestro amor ni lo vivido y compartido…

V)

Pasan unos meses.

─ Osvaldo, ¿qué pasa con Ricardo?  Hace cuatro meses que no te oigo nombrarlo para nada.  ¿Se pelearon acaso? ─aunque se trata sólo de una frase de momento, Osvaldo se estremece.  Se hace el desentendido y no contesta.

Es cierto, ya pasaron cuatro meses de ese último encuentro de amor con mi amigo y ni uno ni otro hemos vuelto a comunicarnos.  ¡Dios mío, Dios mío, hace días y más días en que no puedo sacarlo de mi cabeza!  Y ahora, Clarisa me lo nombra.  ¡Ay Clarisa si supieras…!  Si supieras que anoche mismo, cuando te tenía entre mis brazos, era en él en quien pensaba. ¡No aguanto más!

VI)

─ ¡Hola Ricardo!, soy yo… tengo que verte.

─ ¡Hola! Bueno, venite esta noche por casa.

Antes de que llame a su puerta, Ricardo me abre.  Ambos, envarados e incómodos.  Acostumbrados desde adolescentes a saludarnos con un  beso, ahora no atinamos más que a un simple cabeceo.  Sin decir palabra, Ricardo sirve dos faroles, nos sentamos y tratamos de tener un remedo de conversación.  Él pregunta por mi esposa e hijos y yo por el trabajo y su papá.  Hace una hora que estamos juntos y la conversación no ha pasado de eso.  Finalmente, me preguntará:

─ ¿Querés que pida una pizza…? tengo birra santafecina.

─ ¡Dale, tengo hambre!

En el momento en que Richard vuelve del teléfono, yo me incorporo para dirigirme al baño, nos cruzamos e, inconteniblemente, nos abrazamos y besamos durante un par de minutos; a continuación estamos en su lecho haciéndonos el amor como posesos.

El chico del delivery tocará el timbre hasta cansarse… marchándose con la puteada a flor de labios y su pizza invicta.

VII)

Al marchar, le digo con decisión y convencimiento:

─ Ricardo, esta fue nuestra despedida final.  No quiero afectar nuestra legítima amistad…. ¡Sos mi mejor amigo!  Pero… ¡esto no va más!  Será mejor que dejemos un tiempo sin vernos.  Por los menos hasta que las aguas se aquieten. Espero me entiendas.

El otro no contesta, cierta humedad desconocida aparece en sus ojos.  Pero con entereza desprovista de dramatismo, me acompaña a la puerta, nos damos un fuerte apretón de manos y me voy.  Triste pero aliviado.

Dos meses más tarde ─un 25 de Mayo─ la vecina de Ricardo, que se ocupa de ordenar y limpiar su casa, me llama desesperada.

─ ¡Osvaldo, don Osvaldo, tiene que venir urgente al Hospital Vélez Sarsfield!, una ambulancia se acaba de llevar a Don Ricardo… parece que se tomó un tubo de unas pastillas raras…

Esa misma noche, Ricardo, fallecía entre mis brazos.

VIII)

Quince años más tarde, Clarisa lo seguiría.  El tiempo, inmisericorde, sigue su derrotero.  Ya son cinco años que estoy solo y pasado de los setenta largos.  Mis hijos, uno en Guatemala, el otro en Madrid; el mail y el teléfono son nuestro único contacto real.  Muy poco… demasiado; y mísero para un padre.  Demasiado.

La casa grande y solitaria se me viene encima y la soledad de la jubilación se me torna muy dura y cruel.  Tengo el recuerdo luminoso de Clarisa y de mis hijos de chicos…  Fui muy feliz con mi familia.

Este nuevo 25 de Mayo (nunca me olvido… todavía) me voy a la Chacharita a llevarle unas flores al mejor amigo que tuve en la vida, “el Pintita Ricardo.

Ricardo fue mi amigo desde la niñez, crecimos juntos en nuestro querido barrio de Flores.  Fuimos amigos y compinches de mil aventuras.  Claro, las inocentes aventuras de los chicos de cincuenta años atrás: “toco timbre y me voy”; “le afanamos la pelota a la barra de Yerbal” (nosotros éramos de la de Rivadavia); “revoleo de tachos de basura”; “los duelos de figuritas, bolitas y las carreras de autitos de plástico y mil boludeces por el estilo”.

 

Desamparo

por C. Fernández Rombi

27 ago 2018

 

Aguardo número en mano (rodeado de otros, pelo más pelo menos, ancianos como yo), que me atiendan y me den un turno para el neurólogo de la Clínica Passo de Témperley.

Llevo más de una hora cuando reparo en el hombre en silla de ruedas.

Solo, como la mayoría de nosotros, atornillado a su silla, que está pegada a una pared del salón, su cuerpo aunque está sentado, se adivina “retorcido” como girado sobre su eje. La mirada perdida contra el muro a no más de cincuenta centímetros de su cara.

A mi edad he visto la imagen del desamparo en todas las formas posibles. De la mano con la miseria extrema, en la expresión de los niños de orfanatos, en los de mujeres con gravidez avanzada haciendo la cola para una bolsa de alimentos, en la de internados en el Hospicio de las Mercedes (hoy, Hospital Tiburcio Borda), al que acudí un par de años cada semana a visitar a una amiga interna, en fin...

Pero nunca sentí impacto tal como el de este momento. Tal vez influya mi propia edad, ¡De seguro...! Los setenta y cinco no son los veinte, los treinta o los cuarenta.

Sin embargo, creo que esta imagen del desamparo en su más cruel representación va más allá, mucho. Parece increíble tal estado de abandono y soledad estando rodeado de un montón de gente.

Esta no es, desde ya, la imagen terrible de los niños de la guerra de Laos o Vietnam, una imagen que pareciera difícil de superar.

Trato de interpretar el porqué de que esta representación parezca, a mis ojos, más terrible aún que la de los hacinamientos de cadáveres de Auschwitz.

Finalmente, me doy cuenta.  El mayor de los desamparos del inválido reside en la mirada extraviada del anciano. Un hito de soledad incomprensible de un ser humano que está "en compañía" de una pequeña multitud humana.

Sexo, drogas y rock & roll

por C. Fernández Rombi

27 jul 2018

 

SexoDrogas y Rock And Roll...  En los ‘60 y ‘70 comenzó, de la mano del rock, de sus cultores ─sus peculiares hábitos─ y de su naciente y siempre creciente legión de fanáticos, a hacerse famosa esta frase.  Con los años tomaría una vigencia absorbente que llega a nuestros días. Había nacido  “la santa trinidad”.

Trinomio básico y fundamental de las bienaventuranzas del rock. Y, peor, formando parte de la vida de una enorme cantidad de cultores en los que influiría, muchas veces en forma nociva.

¿Qué duda cabe? La frase y sus concomitancias de vida influyeron en todas las generaciones posteriores a su explosión.

 En realidad, en este mismo momento caigo en la cuenta de que quien haya comenzado a leer estas líneas íntimas, puede caer en un grave error; el de pensar que este es un ensayo o simple artículo de la influencia de “la santa trinidad” en la vida de jóvenes de todo el mundo. Y nunca mejor nombrado nuestro bendito mundo, ya que la “santa” influyó a blancos y negros, amarillos, tostados y albinos y a toda la querida raza humana.  “Esa ilusión deletérea”.

Sin embargo, mi intención al recordar el: “SexoDrogas y Rock And Roll”, es totalmente diferente.  Trato por una última vez de evaluar como marcó mi vida y, también, la destrozó para siempre. Lentamente. Tal como un veneno administrado por años en pequeñísimas dosis. En cuenta  gotas.

En 1990, ya, la santa trinidad era un lema de vida aceptado por la generalidad de sus intérpretes y el 70 u 80% de los jóvenes (y no tan jóvenes) del mundo entero. Yo había terminado mis estudios de abogacía, era un tipo tranquilo y de familia. Mis metas, las clásicas de miles que, como yo, proviniendo de hogares humildes habíamos accedido a los estudios universitarios y veíamos por delante un futuro de familia y realización personal.

Con mis flamantes 22 era un tipo tranquilo y de metas claras. Mi novia desde el secundario, Marga, contribuía con gran entusiasmo; su meta declarada: casarnos y vivir felices para siempre. “Vana ilusión humana”.

De alguna manera, ella, sería el motivo desencadenante de mi metamorfosis. Yo comenzaba a trabajar en un estudio jurídico de la Capital; nuestra vida, muy sencilla: los domingos almorzábamos en su casa, luego dábamos un  par de vueltas y al cine para terminar el día. En la semana, religiosamente nos veíamos día tras día y... ¡todo bien! Luego, lentamente, ante mi desinterés, y con mayor insistencia cada vez, comenzó a quejarse de mi apatía y proponer que asintiéramos a algún festival de rock. (Se estaba haciendo fanática de escucharlo con sus amigos por el estéreo).

─Robert... ¡no seas amargo! Todas mis amigas (como tres) se han hecho fanáticas del rock y yo también.

El mítico “Rock In Río” era leyenda y destino que habían comenzado en 1985. Queen, representaba la “nueva Fe” y Freddie Mercury era el Apóstol Pedro, rodeados por una avalancha de santos de la nueva era luminosa: The Beatles, AC/DC, Aereosmith, The Rolling Stones, The Doors, Guns and Roses, Led Zeppelin,  Nirvana,  Black Sabatt y los Credence Clearwater Revival...  Luego los seguirían los nuestros: Los Redonditos de Ricota, La Renga, Los Piojos, Los Fabulosos Cadillacs, Divididos y Soda Stereo son algunas de las bandas argentinas que siguen convocando y generan esa pasión por esa música... que nos agrede y atrapa, difícil de explicar. En 1985 comenzó a transmitir FM Buenos Aires/Rock & Pop, abrió sus puertas Cemento y se publicó el primer suplemento de un diario dedicado exclusivamente a los jóvenes -el Sí, de Clarín-, bandas como Soda Stereo, Virus y GIT editaron los discos que los catapultaron a la cima...

Reunían en sus actuaciones legiones de fieles, tal como Moisés hiciera, unos añitos antes, con los israelitas en el monte Sinaí.

Me iba “metiendo de a poco”, sin tener la menor idea de donde iría a parar. Esa música íntima y salvaje, posesiva y hostil, había comenzado a coparme. Con Marga pasamos del cine a los recitales de rock. ¡Vamos... empezaba a vivir!

Nuestro noviazgo empezaba otra historia. La meta declarada de Marga había cambiado su idea fija, el casamiento, por la de asistir juntos a la reedición del  primer “Rock In Río” a realizarse en 1991. La seguí. Nos parecía vital participar en la segunda edición de "El festival-espectáculo más grande del mundo".  Sería en el Maracaná y duraría nueve días.

Luego de “escarbar” bolsillos propios y ajenos llegamos a la conclusión de que la guita sólo nos daría para el viaje y unos cuatro o cinco días en una pensión atorranta a 6 km. del estadio. Aquello fue alucinante.

En lo personal tenía una casi nula experiencia con la falopa, algún que otro porro a mis 16 y poco más. En el 91, en Río, la droga, el alcohol y el Rock eran el maná de cada día. Me transformé en pocas horas, las primeras en la Cidade Maravilhosa, de sobrio a hedonista; de racional a delirante. Marga también  enloqueció... Ya en el crepúsculo del primer día empezó a exhibir sus tetas, vociferar obscenidades y sacudirse como  posesa. No me quedé atrás.

El cuarto días nos quedamos sin un mango pero convencidos de que nos quedábamos hasta el último minuto. En la bruma mental en la que pasábamos las horas, creo recordar que ella se prostituía con los viejos “de afuera” y yo ayudaba con raterías de toda índole, a personas y negocios. Volvimos cambiados. Mucho.

Falopa, alcohol y sexo indiscriminado; todo eso enmarcado por la atrapante magia del Rock. De casamiento no se habló más, ya éramos hermanos devotos de la santa trinidad.

Y pasaron 10 años, cumplía los 32.  Con Marga nos dejamos de ver, me habían echado del único trabajo fijo y me había convertido en un crápula vividor y chorro ocasional. Mi medio de vida más frecuente eran las veteranas con plata que suelen deambular su soledad en las confiterías de lujo: mi favorita “Las Violetas” de Medrano y Rivadavia.

Estábamos a las puertas de la Reedición 2010 del Rock In Río en dos sedes: Lisboa y Madrid (en esta con Bon Jovi).  ¡Imperdible! Decidí que tenía que “estar”... pero, no era moco de pavo el viajecito a Europa siendo un seco. Sólo, en mi nebulosa actual recuerdo que engañe a destajo y me robé todo lo que pude, hasta unos ahorros que tenía mi vieja ya viuda (¡Dios me perdone!)

A lo grande: los gallegos se jugaron.  La Ciudad del Rock se empezó a construir en 2007 para albergar el macro festival de música Rock In Rio, que celebró tres ediciones en España en los años 2008, 2010 y 2012.  Fue el alcalde, Ginés López, quien apostó por esta enorme infraestructura que se extiende en unos 200.000 metros cuadrados (casi 350.000, incluyendo la zona de aparcamiento anexa) junto a la confluencia de la autovía A-3 con la N-III.

Fueron cinco días de delirio en estado puro. Desgraciadamente, solamente asistí a dos y medio, el resto lo pasé alojado por los guardias civiles que me levantaron “bolsillando” en una parada del metro (¡me dieron lindo!).  Fue mi despedida involuntaria: para las ediciones siguiente ya no tenia de donde “rascar” y mi cuerpo había perdido aguante.

Se me fueron desde Madrid 10 años más. Ahora soy un anciano de 42, sin hogar ni familia.  Me conozco todos los comedores populares de la City, los mejores reparos  para pasar la noche. (El invierno... ¡es un hijo de puta!).  Flaco y sucio (generalmente), barbado, con un poco de cirrosis y, si mi amigo no se equivoca, el huésped despreciable, el HIV, ha tenido la gentileza de visitarme. Unos de estos días voy al hospital y veo.

De la santa trinidad, SexoDrogas y Rock And Roll no me queda mucho: el sexo no me mueve un pelo. El Rock (me parece increíble) tampoco. Pero Ella, mi amiga, mi compañía diaria, ¡Ella lo compensa todo!

Miro hacia atrás, hacia mis 20, y aunque la maraña mental que ocasiona la “frula” no me ayuda. Comparo...  y no tengo dudas:

¡No me arrepiento un carajo!

 

Similitud histórica

por C. Fernández Rombi

20 ago 2018

 

(O del flaco ─flaquísimo─ favor que se le puede hacer al amigo provisto de las mejores de las intenciones)

 

Los héroes de estas historias tan distintas ─como de igual resultado negativo─, son: Manuela Sáenz y Herminio Iglesias.

Manuelita era la amante, admiradora y ferviente defensora del Libertador Bolívar; Herminio, el candidato a gobernador de Buenos Aires en las elecciones de 1983, que acompañaría la fórmula presidencial peronista: Luder-Bittel enfrentado a la radical de Alfonsín-Martínez.

Ambos, Manuela y Herminio obraron con el mismo ímpetu y entusiasmo para defender a sus líderes y ambos, consiguieron un resultado totalmente opuesto al buscado.

 

Manuelita

Corre el año de 1828, esta mujer de belleza y temple fuera de lo común ya había demostrado indiscutiblemente su devoción por el Libertador. (A la cual Bolívar correspondía sin remilgos).

A la sazón, el Capitán Francisco de Paula Santander es el Vicepresidente de Bolívar; ya ha comenzado la separación de aguas entre ambos y se perfila día a día como un rival político de fuste para el hasta entonces indiscutido soñador de la Patria Grande. Es ésta y no otra la razón del odio de la mujer hacia el Capitán Santander.

Es el 25 de setiembre de 1928, en la Quinta de Bolívar se realiza un sarao como los de las grandes ocasiones. Santander no ha sido invitado.  Los dulces y bizcochos, hechos por las mismas manos de Manuela ─secundada por un ejército de criadas─, serían degustados por aquellos asistentes. En medio de la rumba construyen a instancias de la mujer, un muñeco de trapo con un letrero-banda que decía: “Francisco de Paula Santander, muere por traidor”.

Lo colocaron contra una de las paredes de la quinta. Un presbítero, se acercó al mismo e hizo como que le recibía la confesión. Acto seguido el batallón Granaderos dispararon sus armas… ¡Fusilando al muñeco!  (Dicen que murió sin una queja)

Total nada, casi un chiste en una noche de fiesta. La misma noche del fusilamiento, al enterarse el Libertador ─cuenta su principal historiador─ una sombra cruzó por su frente y musitó: “Qué caro me va a salir esto”.

En los días siguientes la noticia se desparramó como un reguero de pólvora. La popularidad del Libertador llegó a sus niveles más bajos ─y ya no subiría─, por contraposición la del Vicepresidente creció de manera sostenida.

Luego, Bolívar moriría de tuberculosis, Santander asumiría la Presidencia y la bella Manuelita Sáenz sería expulsada para siempre de la Gran Colombia.

 

Herminio

Superada la desgracia política de los Años de Plomo en la Argentina, se celebrarían comicios libres y democráticos. Los oponentes principales: Luder y Raúl Alfonsín. Herminio acompañaba al peronismo como candidato a gobernador de Buenos aires, Todo parecía indicar que, una vez más, el peronismo sin Perón superaría al viejo tronco radical.

El cierre de la campaña de la fórmula justicialista Luder-Bittel fue el viernes 28 de octubre; dos días después del cierre de Alfonsín y dos días antes de las elecciones presidenciales. El lugar fue el mismo que eligió el radicalismo, el Obelisco.

El peronismo logró congregar aún más personas que el radicalismo. Los diarios estimaron entre 800.000 y 1.200.000 con gran participación de sectores obreros y sindicales. Luder aparecía con ventaja sobre el radical y no esperaba sorpresas. En el cierre de campaña sólo habló Luder y estaban presentes en el palco los dirigentes sindicales Lorenzo Miguel y Herminio Iglesias. Desde la multitud, se escuchaba: “Siga siga siga el baile, al compás del tamborín, que el domingo lo aplastamos, a Raúl Alfonsín.”

Momento exacto en el cual Herminio hace trasladar al escenario armado frente al Obelisco un gran ataúd que había hecho realizar exprofeso. La grandes letras con la sigla de la Unión Cívica Radical, lo ornamentaba. Algo de combustible, un fósforo, las llamas y los vítores. Se vio muy lindo por la TV. Un viejo periodista de La Nación, ubicado muy cerca de Luder, comentaba que éste dijo: “Qué caro me va a salir esto”. Dos días después, perdía las elecciones por más de dos millones de votos y entraba en un cono de sombras parecido al del Libertador ciento cincuenta años antes.

 

Moraleja

En estos dos casos de la historia, la moraleja parece tan evidente que sólo en un acto de soberbia, el autor puede ponerla por escrito. ¡Bien, allá voy…! (y con rogativa incluida:) “Que el Altísimo me proteja de mis amigos, seguidores y/o amores; de los enemigos me protejo solo”. Amén

 

El moño fucsia

por C. Fernández Rombi

02 ene 2018

 

 

Ha tenido un buen día en la Bolsa de Valores. Las fluctuaciones esta vez jugaron a su favor. La vida le sonríe. Hoy dejará el Microcentro temprano, el día ya está bien ganado. Quiere llegar pronto al country y festejar con ella.

 

Su nueva esposa lo rejuvenece. La ex ha sido desechada después de veinte años.

 

El divorcio salió un toco pero… ¡valió la pena! Verónica es joven y una belleza cálida y sensual como la putísima madre. Mis amigos, casi todos veteranos, se babean y me envidian. ¡Mejor! Que sufran y aprendan.

 

Pasa por la Viegener, La Bombonería de Recoleta, bombones italianos. Y luego por Bodega’s, dos botellas de champagne Belle Epoque, de Perrier-Jouët .

 

¡Hijos de puta, me afanaron lindo! No importa… esta noche será espectacular.

 

Al traspasar la guardia del country, aprecia el respeto de la expresión del empleado. ¡Negro de mierda! Con su habitual tono campechano, dirá:

 

-¡Hola Alejandro! ¿La familia bien?

-¡Excelente, don Mario! Que termine bien el día.

 

No puede evitar pensar, como cada día al regresar y dedicar unos minutos a verla, que su cabaña es la mejor de “Los Lagartos”. Satisfecho, entra. El recibo, el estar y la cocina, enorme y casi disparatada, están desiertos. La imagina recostada o tomando un baño de sales y aprestándose para su llegada.

 

Voy a reventar como un sapo de puro contento…

 

Sube y ve la puerta de la suite abierta. Tirada en la entrada hay una campera de jogging. Recién ahora, una leve luz de alarma comienza a encenderse en su mente.

 

Se acerca y la levanta. El nombre bordado reza: “Willy López”. El instructor de tenis, el hombre más atractivo del country. Entra en silencio. Innecesario, ya que las dos personas que se aman sobre su cama King Size, están de momento fuera de este mundo. Enardecidas y frenéticas.

 

Baja en silencio y se sienta en su sillón preferido, un lujo de ébano y cuero de antílope. Su mirada vacía recorre el living de doble altura. Finalmente, quedará clavada en el moño fucsia de La Bombonería…

 

El moño fucsia… el pomposo moño fucsia… ¡y la reputa madre que te parió!