Pelea desigual
por C. Fernández Rombi
9 nov 2016
Braulio Benavidez es un hombre solitario; sigue conviviendo con sus padres en la hermosa y lujosa casa donde naciera hace treinta y cinco años. No se le conocen amores ni amigos. Una o dos veces por mes realiza una visita a un burdel de lujo.
Hace de asistente de su padre, quien preside el directorio de un banco de la City. En los mediodías, padre e hijo almuerzan en el Duhau Restaurante, el que no se distingue, exactamente, por lo económico de sus precios. Pero, es un gusto que ellos se pueden dar. En las noches, salvo raras excepciones, ambos padres y el hijo comparten las delicias de un chef que lleva un par de años con la familia. En este momento los encontramos en la sobremesa, Braulio se ha retirado unos minutos al sanitario.
La madre: ─Miguel, tenés que hablar de una buena vez con nuestro hijo... a este ritmo de vida va a quedar solterón y nosotros sin nietos... ¡Ya tiene treinta y cinco, caramba!
El padre: ─¡Créeme que lo hago casi cada día! Hoy sin ir más lejos, traté de hacerle la cabeza con nuestra flamante jefa de despacho. Linda, competente, simpática y de excelente familia... además me consta que lo mira con algo de cariño. Pero nuestro hijo es una piedra... ¡ni bola le dio! No tengo duda que las mujeres no le interesan, ah... y por suerte, ¡los hombres menos! Ya ves que no cultiva amistades de ninguna naturaleza. Según sus propias palabras: “lo único que me importa es prepararme para el día en que te deba suceder en el banco, mis libros de filosofía y esoterismo y estar la mayor parte del tiempo en casa”; según él: “el único lugar donde me siento a gusto y seguro”.
La madre: ─¡Ay Dios mío... no sé qué vamos a hacer! Un chico tan inteligente y sano.
El padre, con un gesto, indica el regreso de Braulio y el matrimonio proseguirá una conversación inexistente.
El hijo: ─Padres los acompaño con un café y me retiro a dormir... estoy cansado. Además, un mosquito molesto me ha perseguido toda la cena...
─¡Que extraño, acá nunca ha habido mosquitos ─dirá la mamá y papá refrenda:
─Yo tampoco he visto mosquito alguno... de todas maneras voy a dejar órdenes para que mañana hagan un buena fumigación.
Braulio se retira a su dormitorio, se apresta a acostarse con el ceremonial de costumbre ─él nunca hace nada con apuro. En realidad no tiene nada de sueño, quedará con la mirada perdida en el cielorraso de la alcoba a oscuras. En pocos minutos oye el zumbido desagradable del mosquito cerca de su cara. Lo espanta abanicando ambas manos frenéticamente. Odia a los mosquitos. Totalmente desvelado quedará con todo su cuerpo y sentidos en tensión extrema.
Él siente, aunque parezca una exageración, lo mismo que otra persona sentiría sabiendo de la presencia de un asesino en su cuarto. Durante un buen rato no escucha el molesto zumbido. Ya empieza a relajar cuando reaparece ese sonido que comienza a producirle un miedo sin explicación. Enciende el velador y luego, saliendo de la cama, la totalidad de la luces del aposento. Nada, revisa hasta abajo del lecho y nada. Nota el temblor de sus manos y se insta a sí mismo a no perder la calma y a pensar que todo fue producto de los nervios del mediodía cuando su padre lo quiso emparejar con esa rubia desabrida y nueva jefa seccional del banco. Con esta premisa, apaga las luces y vuelve al lecho; trata de permanecer con los ojos cerrados sin mayor éxito, aunque ha dejado la luz tenue del velador en encendido. No escucha sonido alguno, pasa un buen rato, y ya a punto de apagar la luz... ¡Lo ve! El insecto está sobre una moldura del cielorraso.
Me observa fijamente. Hay mucho odio en esos ojos negros y malignos clavados en mi cuello. ¡Hijo de puta... ahí me quiere morder!
Braulio, inerme ante ese enemigo inesperado, se tapa hasta la barbilla. Pero, no puede apartar ni por un segundo sus ojos de los de su acosador. Según pasan los minutos siente como su cuerpo se agarrota cada vez más y aumenta la sensación de un frío intenso.
Ninguno de los dos baja la mirada... Yo, ni siquiera me permito parpadear; ese hijo de puta no me va a doblegar... ¡Te voy a vencer guacho mal nacido! ¡Soy un hombre y vos, un insecto de mierda! ¡Te voy a vencer...! Me parece que está cediendo... ¡ya decía yo! ¡Vamos no aflojés Braulito! Lo tengo, sé que lo tengo... Hambriento levanto el vuelo y voy directo al cuello del tipo, me poso y afirmo el aguijón... ¡ahora sí, un buen atracón de sangre!
El otro
por C. Fernández Rombi
29 oct 2016
Como de costumbre, su mente está desperdigada. Y como de costumbre… atrapada en su obsesión recurrente: las supuestas infidelidades que le adjudica a su esposa.
Incapaz de pensar de otra manera y dejando de lado por una vez su reconocida tacañería, contrata a un detective para que la siga a sol y a sombra por una semana. Tiempo que él estima es suficiente, dada la cantidad de aventuras sentimentales que, graciosamente, le adjudica a su media naranja; linda, simpática y diecisiete años más joven.
─Por favor ─le aclara─, si es posible lleve su cámara… me gustaría tener pruebas indiscutibles.
Ocho días más tarde, concurre por segunda vez a la oficina del pesquisa, a fin de enterarse si ya documentó alguno de los devaneos amorosos que lo desvelan. La secretaria del investigador privado le entregará un sobre; en él no hay informe alguno. Sí, dinero en efectivo. La cantidad exacta del adelanto que el hombre le hiciera por su tarea y, además, una simple esquela: “Lo siento señor Olmos, no me puedo ocupar de su caso”.
“No entiendo nada”.
Vuelve a su casa y la encuentra vacía; sobre la cómoda lo aguarda una notita, escrita de cualquier manera y en un pedazo de papel ordinario y mal cortado:
Luis, me voy. Te pido perdón, pero... ¡sos demasiado celoso! Además, hace unos días conocí a un hombre maravilloso. Chau
por C. Fernández Rombi
Desde siempre he armado mi vida, mis trabajos y aún, mis amores, con meticuloso cuidado. No soy amigo de las complicaciones imprevistas. Que siempre ocurrieron y ocurrirán; las que no tolero son las que pudiendo haberlas previsto, no lo hice. Me enojo mucho conmigo mismo cuando tengo un estorbo que estaba en mí evitar. Con modestia reconozco que no es habitual que esto me suceda... ¡El secreto es la planificación!
Me aferro dentro de mis propias normas, a otra, insoslayable: no mezclar los temas. Con mayor énfasis si en la concreción de un negocio puede involucrarse una mujer. Ellas son en mi concepto de lo más lindo que hay en la vida... siempre que no se mezclen con los negocios. Caso contrario, ¡pérdida segura!
Estoy armando una importación de una buena cantidad de relojes Cartier de gran precio y calidad. Llevo en el tema más de cuatro meses y, si todo sale como debiera, terminada la opereta me va a quedar un millón de lucro neto. ¡No está nada mal! Por suerte, no hay ninguna mujer involucrada. Hoy, mejor que nunca ya que mi nuevo amor, Ivanna (mi hermosa y apasionada Ivy) es mujer celosa y de “pocas pulgas”. Todo listo para la firma de avales y cartas de embarque y recepción, me informan desde París que en lugar del Responsable de Operaciones Exteriores (por razones de salud) vendrá a mi encuentro su esposa. ¡Ya decía yo que andaba todo demasiado bien...!
La voy a buscar al Aeropuerto Internacional, mi chofer lleva un cartelito: Marión Buchard. Cuando la fulana se presenta quedo estupefacto Por supuesto disimulo, pero es una de las mujeres más hermosas y elegantes que he conocido... Además, no creo que pase de los veinte años. (En el acto me imagino al esposo, el señor Responsable de Exteriores como un viejo gordo y aburrido). Creo que gané con el cambio, pero...
En el viaje hacia su hotel, su perfume me produce una sensación de embriaguez; me obligo a pensar en Ivy (sin mucho éxito). Le pregunto cuántos días se va a quedar.
─Bueno, mañana firmamos nuestros papeles ─su castellano es tan malo como mi francés─, me quedaré tres o cuatro días más para conocer vuestra ciudad... de la que me hablan maravillas.
Me muerdo la lengua por no ofrecerme a hacerle de guía turístico... Si se entera “la fulana”, quilombo y grande. Pero, pienso que, mínimamente por educación, debo invitarla a cenar, ésta, su primera noche. Además será un buen momento para afianzar esta relación que puede traerme otros buenos negocios en el futuro. Acepta de buena gana y quedo en pasar a buscarla por el lobby del hotel a eso de las veintiuna.
Bueno, esa primera noche fue una locura; entre Marión y yo saltaron chispas desde el aperitivo inicial. Terminamos la noche en su suite del Hilton. A gatas me hice de un par de minutos para ponerle un mensaje a Ivy macaneando que estaba descompuesto... El día siguiente fue una continuación de la mejor noche de mi vida. Y volví a mentir, y al otro día, igual. En fin no sé cómo va a terminar esto... por ahora, lo vivo a pleno después veré como lo arreglo... ¡Dios me perdone!
Ivanna, desde el primer mensaje de su hombre, “leyó” la historia completa. Los siguientes, sólo ratificaron lo que ya sabía. Eso y buscar en Internet, de la cual es hábil experta, direcciones de e-mail de Cartier matriz Francia, fueron una sola cosa. Mandó quince correos (tantos como direcciones encontró) del mismo tenor:
“INFORMO A USTED QUE LA SEÑORA ENVÍADA EN CARACTER DE RESPONSABLE COMERCIO EXTERIOR PARA CERRAR NEGOCIO CON ANDRÉS LINARES DE ARGENTINA LLEVA TRES DÍAS ENCERRADA CON ÉSTE EN LA SUITE QUE ELLA OCUPA EN EL HOTEL NUEVO HILTON BUENOS AIRES”
FIRMA: IVANNA DE LINARES
D.N.I. 31876678
Ya Marion ha partido de regreso a Francia y obran en mi poder los papeles que me permitirán cristalizar un negocio redondo; el recuerdo de tres días de sexo y locura más la certeza del dolor de cabeza que me aguarda con Ivy atoran mi mente.
Llego a mi oficina a fin de la terminación del negocio, algo muy simple. En mi cabeza, trato de estimar los daños del “tema Ivy”. Espero que una joya, unas flores y una cena especial, lo arreglen.
Mi secretaria ha dejado sobre el escritorio un telegrama colacionado internacional. No
sé por qué, experimento un estremecimiento que no puedo explicarme. El remitente es mi nuevo asociado, Cartier Joyas París, la redacción en impecable castellano. Leo:
“INSALVABLES PROBLEMAS DE ETICA COMERCIAL NOS OBLIGAN A DAR POR FINALIZADA TODA TRATATIVA COMERCIAL CON USTED. SE HACE EXTENSIVO A NUESTRAS FILIALES Y SUBSIDIARIAS. A SU DISPOSICIÓN DEPOSITO DE GARANTÍA DE U$S 30.000”.
FIRMA: MARCEL ROGER DUBOIS
PRESIDENTE CARTIER Int.
Sin fuerzas, dejo caer el telegrama mientras miro la elegante carpeta que contiene un inútil contrato firmado con una mujer demasiado hermosa.
El autor, una vez concluido su relato, lo relee. Quedará convencido que no ha hecho aporte alguno a la narrativa nacional. Tratando de salvar algo de su estima personal trata de, por lo menos, encontrarle una moraleja. No la encuentra. En fin...
Pero, tal vez (aunque bastante rebuscada) podría decir:
“Si eres meticuloso y estás frente a un buen negocio, protégete si se te cruza una mujer joven y hermosa, en especial si es la esposa de alguien de quien dependa el mismo”
El copo de nieve
por C. Fernández Rombi
Salgo a caminar unas cuadras. La tardecita de lunes feriado de fines de agosto invita a hacerlo, sobre manera después de un invierno lluvioso y frío como pocos.
La plaza del barrio es una fiesta; chicos en cantidades inusitadas, muchachos con sus juegos de pelota, parejitas ensayando mimos para cuando cayera la tarde y familias con el mate y la factura.
Casi inevitable que mis setenta y algo no recuerden otras tardes como ésta, pero de un pasado ya remoto. Me limito a caminar, observar y dejarme acariciar por este sol, regalo de un estío adelantado.
Veo pasar a varios de los más pequeños enarbolando como espadas triunfales sus palitos con el tradicional copo de nieve... Ahora sí, el pasado me dice ¡presente!
Inevitablemente debo pasar frente al carrito de los pochoclos y copos, hay una cola de seis o siete papis con sus impacientes críos tomados de sus manos. Sin pensarlo, como en la repetición de un atavismo incorporado vaya a saberse cómo y cuándo, me sumo a la fila. La simpática mocosa “fabricante de los copos” me mira divertida, tal vez por no ver a mi lado criatura alguna.
Ya con mi copo en mano me siento a disfrutarlo sin complejos, ignorando las miradas, curiosas algunas, risueñas la mayoría. Sólo quiero deleitarme.
Pero... es cierto que el paso del tiempo es inexorable; las manos pegoteadas, los hilos de azúcar que se pegan a mi boca, nariz y barba, me lo confirman. Abandono. Voy unos pasos hasta el cesto de basura y, con disimulo, lo dejo caer en él.
Luego, vuelvo tranquila y resignadamente a mi sillón y a la tele.
Debo matar a papá
16-08-26
¡Estoy harto…! Ya me decidí… ¡voy a matar a papá!
El gran perro no tiene ningún derecho a tenerme viviendo en esta penuria económica; menos aún, estando forrado en guita y siendo yo su único heredero. Además estoy en la flor de la vida: pintón, soltero y de un carácter ganador. Mi viejo ya pasó los setenta y sigue trabajando como si la vida fuera eterna. Mi vieja murió hace un año y aún, el maldito, no inició la sucesión. Sin dudas, soy el único heredero de una fortuna grosa. ¡EL ÚNICO HEREDERO Y LA PUTA MADRE QUE ME REPARIÓ! Me obliga a vivir de un sueldito que me hace pagar como “asesor” de su mueblería industrial. Asesor de las pelotas, la verdad que sólo paso por la empresa a retirar mi cheque… ¡Chequecito de mierda! Gano unos pesos más que un capataz de la construcción. Monto mísero e insuficiente para mis gustos… ¡Lo mejor de lo mejor! Pilchas, joda y mujeres. Y del juego, es evidente que no lo voy a sacar...
¡Me endeudé hasta los ovarios con los capitalistas de mierda!
─¡Nene, esto no va más! ─me llama uno de los “empleados”─ Dice Don Anselmo que tenés hasta pasado mañana a la noche para saldar, por lo menos, la mitad de la deuda. Si no, ¡mejor que no salgas de tu casa!
Comencé a preocuparme. Al día siguiente voy a la oficina de papá, luego de una hora de amansadora, me hacen pasar.
─¡Hola papá...! ¿Cómo estás? Ni despega el culo del sillón. Contesta con un gruñido, se palpita que vengo de manga. Le digo unas cuantas zalamerías. Es al pedo... con una roca tendría mejores resultados. Luego de mi obsecuente monólogo, le relato mi situación y mi necesidad...
─Hijo, todos tus problemas son por tu propia decisión y tu exceso de vagancia. Ponete a laburar un año y después hablamos... Me cuentan que solo te aparecés por la empresa los días de cobro. Y entonces... ¿qué carajo podés pedir? Al salir de la guarida, ya había tomado mi decisión. Liquidarlo y heredar. La decisión ya estaba; la duda, “el cómo”. Claro, sin quedar pegado. Pero el hecho irrefutable es que mañana me tengo que “poner” con los capitalistas de juego o soy boleta... y es ahí, ¡justo ahí! que se me enciende la lamparita. Me presento en la ratonera de mi acreedor, exhibo una sonrisa ganadora y... ¡ni un mango! Debiendo cuarenta mil dólares...
─Basabilbaso... ¿trajiste la tela? ─la mirada del tipo es neutra, sin matices.
─Necesito hablar con Don Anselmo... tengo una propuesta para hacerle.
─¡Hablar las pelotas, nene! ¡Hay que ponerse! El capo no atiende deudores.
─¡Sólo voy a hablar con él! Le traigo un negocio de mucha guita y cuando se enteré que no se lo comunicaste... ¡te va a hacer saltar a la mierda! Hay seguridad en mi voz y aplomo en mi actitud; si vacilo voy muerto. El tipo duda, luego me indica que espere y se manda para el fondo. Un rato después, vuelve, me hace un prolijo y molesto cacheo y, sin decirme palabra, me hace pasar.
No es lo que yo esperaba (una gran sala tipo Michael Corleone), sino una pequeña habitación casi a oscuras, un par de sillas contra una pared y una mesa común de 0,70 x 1,00 metros. Detrás, en una silla: “el hombre”. Imposible ver su cara, la única lámpara del cuarto está sobre su cabeza, pero desplazada hacia el interior. Además usa una gorra tipo béisbol. Su rostro está en sombras. Me veo obligado a avanzar hacia él. Estoy a metro y medio de su trono y caigo en la cuenta que no hay una puta silla. Justo en el momento en que el guardaespaldas que me atendió y entró conmigo, me dice desde atrás:
─Está bien ahí... ¡no te acerques más, nene! Mi saludo sólo recibirá como respuesta un cabeceo desganado. No es difícil de imaginar que el tipo en el trono está más que acostumbrado a visitas del tenor de la mía. No habla una palabra, así es que debo hacerlo yo. Pienso que lo mejor es hacer ahorro de palabras.
─No me presento porque usted ya me conoce. Esta es la cuestión, le debo cuarenta mil verdes... que no puedo pagar. Mi propuesta es pagarle diez veces más... el mismísimo día en que me haga cargo de la herencia de mi padre... está claro que para que eso ocurra, primero él debe morir. Algo que parece un poco lejano, tiene setenta y una salud de hierro. Callo y aguardo.
─Basabilbaso, nosotros no damos plazos largos. Nunca. De su rostro solo diviso el carbón encendido de sus ojos, ante los que me siento inerme y desnudo.
─Entiendo, no estoy pidiendo plazos, sino que hagan desaparecer a mi viejo...
Silencio; parece que mi propuesta resulta totalmente inesperada. Finalmente contesta:
─Estás en un error, nene. Somos capitalistas de juego; y aunque a veces quebramos alguna que otra pierna... es raro que mandemos gente al hoyo. ¿Entendés?
─¡Claro que sí, Don Anselmo! Pero esta es una oportunidad única. Van a tener una ganancia exorbitante con poco trabajo... yo mismo les voy a dar todos los detalles para que no corran ningún tipo de riesgo; no se olvide que conozco a fondo todos los movimientos del viejo... Así está planteada la cosa; o me dan una bruta paliza a mí y pierden cuarenta grandes o liquidan al viejo y se embolsan diez veces esa cifra...
Después de un largo silencio, este “padrino” del subdesarrollo me dijo que lo iba a pensar y que esperara a que se comunicaran conmigo. Dos días después me llamó un desconocido invocando su representación, diciendo que me esperaba al día siguiente a las 16 horas en una habitación de un hotel céntrico (consignó su dirección y número de habitación; debía preguntar por el señor Pérez).
Estuve reunido más de dos horas con el tal Pérez. Creo que me preguntó hasta la marca del laxante que tomaba mi viejo. Todo meticulosamente grabado “para no olvidar detalle”, según me dijo. Finalmente:
─Bien Basabilbaso, un día antes de la eliminación me pondré en contacto con usted a fin de que se arme una coartada creíble... aunque, desde ya, que trataremos de simular un accidente. Y los días pasan uno tras otro y cero noticias: luego de veinte días, un lunes, me llama Pérez:
─La cosa será este viernes por la tarde. ¡Y me cortó en la oreja! Nada lerdo, armé un fin de semana desde la mañana del viernes hasta el atardecer del domingo en la quinta de San Pedro de mi primo Jorge, su novia y otros amigotes. El sábado en la mañana los nervios me devoran. De pronto me siento demasiado canalla; estoy rezando para que me llamen y me den la buena nueva. Realmente, demasiado hijo de puta. Por fin me relajo y me aboco a preparar unos tragos para todos. Suena el teléfono, no le doy demasiada bola, ya que sonó unas cuantas veces. Aparece Jorge con el rostro demudado, me toma de un codo y me lleva hacia el jardín...
─Juancho... te tengo una muy mala noticia... casi me pongo a bailar de alegría pero pongo cara de no entender un pomo acaba de llamar el secretario de tu papá, dice que te busca desde la nochecita de ayer... un hijo de puta atropelló a tu viejo con una 4 x 4 y huyó... falleció hace un par de horas en el Otamendi... Que por favor vayas que te espera para que le des instrucciones. ¡Lo siento flaco...! y me da un fuerte abrazo, me da un poco de pena... ¡hasta tiene lágrimas en los ojos!
¡Putas deudas y más putas deudas! Eso es lo único que dejó el brillante negocio del viejo de mierda... Y acá estoy, dos meses después, trabajando como un esclavo para Don Anselmo. Cuando se hizo público el estado de quiebra de Muebles Basabilbaso, recibí la visita amable y cariñosa de tres de los gorilas de Don Anselmo. Antes de recagarme a golpes me aclararon que “sólo era una muestra para que no hubiera malentendidos y que, apenas repuesto del estado en que me iban a dejar, me presentara en la ‘oficina del Jefe’ para recibir órdenes acerca de mis nuevas actividades”.
Ya pasó un año; como la quiebra se llevó hasta mi hermoso semipiso, ahora vivo con uno de los gorilas, ¡un tugurio! Cada día debo presentarme al señor Pérez quien me indica todas las pelotudeces que debo realizar en el día: entregar sobres y más sobres misteriosos a un montón de infelices que no se ven nada contentos de recibirlos, ídem de pequeños paquetitos que ponen muy felices a sus receptores, ir de bancos, ir de compras, ir de alcahueterías que no entiendo... en fin: ¡un verdadero esclavo! Una vez por semana me tiran unos mangos para que sobreviva.
¡Ah... me regalaron una copia de la grabación en las que les doy todos los pormenores para asesinar a papá!