por Carlos Fernández Rombi – 10 abr 2021

 

Ezequiel Antúnez y la mujer que lo acompaña se ajustan los cinturones.  El vuelo 922 de Lan Chile empieza el carreteo para despegue desde el Aeropuerto Internacional de Ezeiza, con destino a  Miami.  Está relajado y contento; su ubicación en first class ayuda a su felicidad. Esta es su última escapada antes de las Bodas de Plata para las cuales Victoria, su mujer, planifica “la gran fiesta gran” en la residencia de San Isidro…

 

No me puedo quejar, tengo un buen matrimonio.  Victoria es una mujer brillante, dulce y comprensiva.  Además, a punto de cumplir los cuarenta y cinco está espléndida.  Pareciera, al decir de nuestros amigos, más mi hija que mi esposa…  Estos putos kilos de más, las canas y las arrugas prematuras para mi medio siglo refuerzan esa malévola idea.  Nuestros pendejos, Juan Cruz y Nazareno, crecen fenómeno y son bastante educaditos y manejables para esta época tan complicada.  Vicky, a más de sus relaciones, tiene la Administración de la Cooperadora del Hospital de San Isidro, su canasta uruguaya y sus reuniones sociales.  En fin… no tiene tiempo de aburrirse.  Y por si fuera poco, con nuestra casa demasiado grande hay que ocuparse del personal estable, jardinero, mucama y mayordomo…  La casita de mis viejos de La Paternal, donde mis dos hermanos y yo compartíamos el dormitorio, quedó muy lejos.  La inmobiliaria cada vez anda mejor y ahora le tengo una fe tremenda al emprendimiento del barrio cerrado en Pilar que acometemos con tres firmas colegas…  ¡Nos va a llover leche!

 

Pero… ¡hay que joderse!  El avión no termina de despegar y Marita ya está amodorrada.  Le envidio la facilidad, a mí me cuesta un Perú.  Nos prometimos disfrutar esta semana de arena y sol en esa belleza que es Miami.  La  Convención Anual del Rotary me dio la excusa perfecta…  En más de una ocasión me detengo a pensar que esta relación está durando más de la cuenta, ya lleva cuatro años y no es mi idea de una aventura… En fin, en estos días no voy a pensar en el tema.  Pero a la vuelta voy a tener que hacerlo… ¡sin dudar!  Me gustaría ser mormón y poder tener a mis dos mujeres en la misma casa; además, sería mucho más económico que mantener dos hogares.  Pero a mí se me dio así… ¡agua y ajo!  No me quejo, a una la amo y la otra me gusta un montón…  Además es una fiera en la cama…  Suena a hijo de puta; bah, la mayoría de los hombres me entienden.  Pero se avecina una época de mucho laburo y esta doble vida puede interferir…  Si las cosas se dan como pintan, en un par de años voy a pasar de rico a millonario…  ¡Qué joder!

 

El hombre, dándole una ligera mirada a su amante, se afianza en la idea de que en las próximas horas no va a tener diálogo alguno.  Filosóficamente, le pide a la sobrecargo Ni duda, hasta las azafatas son más lindas en la primera clase un whisky importado y se decide a acometer la lectura del único libro de su equipaje.  Cierto que él no es, ni con mucho, un adicto a la lectura, pero uno de sus nuevos socios le ha recomendado y regalado, lo cual es mucho mejor Yo prefiero gastarme la mosca en un buen puro antes que en un libraco la novela de Fernández Rombi “Martina… y los Años de Plomo”.  Hummm... bastante  voluminosa para mi gusto, pero por lo menos le voy a dar una ojeada para poder hacerle  algún comentario a este Enrique, que además de tener mucha más guita que yo, es evidentemente más ilustrado… ¡que se curta!

 

Ya con el panzón vaso en su mesita, toma la novela y se dispone a leer.  Bue… por lo menos la dedicatoria  Apenas abre el libro, su atención es atraída por un pequeño sobre que cae en sus piernas.  De inmediato, es presa de una premonición desagradable.  Saca la única hoja de la misiva y busca una firma que no existe… pero el texto en la impersonal letra volcada por la impresora no permite duda alguna:

“Mi muy querido: antes que nada, quiero ratificar lo que te dije hoy antes de que partieras: disfrutá en grande y descansá lo más posible… ¡lo vas a necesitar y mucho!  Espero que vos y tu novia pasen unos días maravillosos en Miami.  Bueno, de eso no tengo dudas.  Vos, me dicen,  sos muy cariñoso con ella y, supongo que tu Marita lo es aún más...  Por si te resulta de algún interés, te comento que esta misma mañana, mientras vos iniciabas tu vuelo bien acompañado (y seguramente con tu querido whisky a mano) mis abogados están presentando una querella en tu contra…:

‘AUTOS CARATULADOS: CAMPOS VS. ANTÚNEZ: Divorcio vincular basado en infidelidad notoria y manifiesta de la parte demandada.  Se solicita división de bienes según las acreencias que cada integrante de la sociedad conyugal tiene en su favor.  Solicitamos asimismo manutención de la parte demandada para dos hijos menores y costas y honorarios legales a su cargo. SERÁ JUSTICIA.’

Mi amor, vos sabés mejor que nadie que los abogados siempre creen saberlo todo.  Bueno, los míos, en su soberbia, piensan que este juicio es soplar y hacer botellas y que te van a hacer bolsa…  ¡Qué descaro!  Claro que lo fundamentan: seguimiento y relevamientos fotográficos de vos y tu novia desde hace más de un año, el departamento de la calle Junín comprado a tu nombre y en el cual vive ella (me aseguran que es muy bonito: te felicito); constan también pagos de expensas y servicios, regalos, joyas y cenas…  Todo pagado con tu Visa.  Bueno, no vale la pena seguir.  La cantidad de pruebas documentadas es tan grande que te llevaría todo tu viaje si te la detallara…  Creo, mi querido, que no has sido nada cuidadoso.  Ya podrás comprobarlo in extenso en la causa.

Nota: Recordarás que por tu problemita impositivo de años atrás, el curso de martillera y la colegiación respectiva, así como la totalidad de la documentación de la inmobiliaria, están a mi nombre…  Conclusión: en adelante solo podrás tener acceso a mis oficinas como cliente.  Hoy hacen el recambio de todas las cerraduras exteriores.

Y ahora mi querido ya estás listo: ¡a disfrutar Miami! ¡Ciao, amore!"

 

Dos manos, a cada momento más temblorosas, dejan sobre la mesa la bebida sin tocar, el libro y la carta.  El hombre comienza a experimentar una taquicardia desconocida y creciente a lo que se suma una puntada en el pecho que le dificulta respirar.  Piensa un instante en despertar a su acompañante, pero le causa terror que entre explicar la situación y el parloteo que sin dudas  sobrevendrá, el infarto se haga imparable.  Se agarra a los apoyabrazos y trata de respirar hondo…  No lo consigue, pareciera que a cada instante el aire le escasea más.  Trata frenéticamente de pensar en sus cosas y, también de no pensar en nada; fracasa en ambos intentos.  Solo una sucesión de palabras aisladas sin aparente conexión llegan a su cerebro sin ser llamadas.  Volver y luchar, volver y pedir perdón, Visa, depto Junín, alhajas, cenas y hoteles, volver y luchar, volver y pedir perdón, membresía del CASI, inmobiliaria, titularidad  de sus bienes, martillera pública colegiada Victoria Campos, Victoria, Victoria, Juan Cruz, Nazareno…  Dios mío… ¿qué hice?

 

Sin que él mismo caiga en la cuenta, todas esas palabras dispersas e inconexas se van resumiendo en una sola y única que suena en su mente como sonsonete sin final.  Pelotudo, pelotudo, pelotudo, pelotudo, pelotudo…  Su mente va cayendo en un abismo que le impide todo pensamiento.

-Señor…  ¿Algún problema con su bebida?  No la ha tocado.

La gentil azafata se maneja con la soltura y simpatía para las cuales ha sido adiestrada.  Ante la falta de respuesta, desconcertada, mira atentamente a su pasajero y lo que ve no le gusta.  Sin proponérselo, levanta el tono de voz.

-¡Señor!  ¡Señor, por favor!  ¿Se siente bien?

Su voz, ya inevitablemente destemplada, despierta a la bella durmiente, quien se hace cargo en un instante de la situación.  Ambas mujeres tienen miedo, un miedo que crece a cada segundo por el balbuceo incomprensible del pasajero.  La mirada vidriosa y desconocida del hombre las aterra.  La primera en reaccionar es la azafata:

-Señora, desabróchele el cuello y las mangas de la camisa…  ¡Voy por ayuda!

 

 

por Carlos Fernández Rombi – 29 mar 2021

 

Razones

Los Médici fueron una poderosa familia del Renacimiento, en Florencia, entre cuyos miembros se destacaron cuatro papas: León XClemente VIIPío IV y León XI; dos reinas de FranciaCatalina de Médici y María de Médici; y numerosos dirigentes florentinos, miembros de las casas reales de Francia e Inglaterra, que sobresalieron por ser mecenas, patrocinando a artistas y científicos de su época.

 

La familia es de orígenes modestos.  La raíz del apellido es incierta, reflejando posiblemente la profesión de médico.  Y el poderío inicial de la familia surgió de la banca.  La Banca Médici fue uno de los bancos más prósperos y respetados en Europa.  Con esta base, adquirieron poder político inicialmente en Florencia, donde aparecieron ocupando el cargo de confaloniero o jefe de la ciudad desde el siglo XIV (Salvestro di Médici lo fue en 1378).  Su poder e influencia se extendió luego a toda Italia y el resto del continente europeo.

 

Con Juan de Médici, primer banquero de la familia, comenzó la influencia del linaje sobre el gobierno florentino, pero los Médici se convirtieron en cabeza oficiosa de la república en 1434, cuando su hijo mayor Cosme de Médici tomó entre sus títulos el de Pater Patriae y el de “Gran Maestro”.  La rama principal de la familia, formada por sus descendientes, rigió los destinos de Florencia hasta el asesinato de Alejandro de Médici, primer duque de Florencia, en 1537.

 

Este relato se ocupa del destino de la daga florentina del Renacimiento que fuera construida especialmente para Don Cosme de Medici. Hace unos años, fue comprada a un coleccionista de Florencia por el famoso pintor argentino, Julián Balbuena (56).  Que en los últimos años se había convertido en el artista plástico más conocido y mejor pago de América.  Además, tenía una marcada tendencia y gusto por coleccionar armas antiguas, sobre todo del período de los Medici en la hermosa Florencia.

 

Integraban la colección de Balbuena finas espadas toledanas, pesados sables de lucha cuerpo a cuerpo, fusiles de caño de fundición con caja de madera, cuchillos, puñales y dagas florentinas.  Para la exhibición de su colección había hecho construir ─de su propio diseñado─ un armero especial realizado en finas maderas italianas que se lucía en su amplio estudio profesional de la Avenida Alvear, de Buenos Aires.

 

El lugar destacado del armero era para una antigua daga florentina de doble filo.  Esta, una verdadera obra de arte de su época, tenía el empuñe finamente trabajado en oro, plata y cuero: sobre el crucero, de ambos lados, dos pequeños rubíes rojo sangre y, según certificaba un reconocido anticuario florentino, le había pertenecido al mismísimo señor Don Cosme de Medici, seiscientos años antes.  El pintor había pagado una pequeña fortuna por la daga y era su máximo orgullo.

 

Sandra Nievas

Es una eximia artista en el momento en el que el pintor la conoce.  La mujer tiene la mitad de la edad del artista y es dueña de un cuerpo y belleza perfectos.  Por si fuera poco, es la primera bailarina del elenco estable de Teatro Colón de Buenos Aires.  Apenas conocerla, Julián se enamoró perdidamente de la bailarina, sin la menor preocupación por la diferencia de edades.  Para su desgracia, a la mujer no le sucedió lo mismo; su único amor es la danza a la que había dedicado su vida.  Para colmo de males para Julián, en el momento en que él la conoce y se enamora perdidamente, ella está planificando con su representante su debut en el Opera Royal House británico.  El cenit de su carrera artística.  Halago que muy pocas compatriotas han conseguido…  ¡Vamos Sandra, esta es la tuya!  Por otra parte, Julián es un gran artista pero demasiado viejo para mí, no me interesa en lo más mínimo.  Así y todo, voy a tratar de no herir sus sentimientos.  Ahora se ha propuesto pintar un desnudo conmigo de modelo.  Sé que la mitad de la mujeres del país estarían encantadas (yo también, claro), pero hay dos motivos que patean en contra.  Estoy en época de muchos ensayos y, además, tengo el temor de que se ponga pesado con sus requerimientos amorosos.  Pero tonta no soy, sé lo que representa un cuadro realizado por el gran Julián Balbuena, negarse sería una locura.  Y por si fuera poco, el artista más solicitado de América me va a retratar sin cobrarme un centavo.  En fin… será cuestión de mantenerlo a raya, sin ofender sus sentimientos.

 

Esta historia tendría un final de horror.

 

Estamos en la última de las veinte sesiones que Sandra se comprometió a posar y la primera en la que Julián le permitiría ver la obra, sea cual fuere su grado de avance.  La bailarina ignora que el lienzo sigue como el primer día, en un blanco inmaculado.  El artista, trastornado por su pasión no correspondida no ha podido dar una sola pincelada. Pero lo ha intentado: este es el cuarto lienzo que recibe el atril, los tres anteriores los tiró, plenos de garabatos.  A punto de finalizar la sesión, Sandra le recuerda que acordaron que ese día ella vería la obra en el estado en que estuviere y que ya no volvería por el estudio.  De acuerdo con lo proyectado por el pintor, la modelo posa desnuda y sentada en una banqueta Luis XV.  Una mantilla negra y transparente apenas cubre su sexo.  Julián Balbuena deja de lado paleta y pincel, sabe que Sandra aguarda su respuesta.  Se dirige hacia ella, más por instinto que por saber qué va a hacer.  Pareciera que, como tantas otras veces, va a corregir un defecto de postura o arreglar la posición de la mantilla.

 

Al pasar frente al armero, su mano diestra, como dotada de voluntad propia, toma su bien más valioso.  Su brazo izquierdo, apenas extendido en un gesto amistoso, va hacia la hermosa modelo.  Tomará su pierna izquierda colocándola junto a su compañera.  Sandra lo observa con alguna curiosidad.  Él, sin reparar en su mirada, se sienta a su lado, rodea su cuello y la besa con toda su pasión de hombre maduro.  En ese momento la entrega del hombre es íntegra y total.  Visceral.  Es un beso con ambición de eternidad.  Al mismo tiempo, la daga penetra sin brusquedad pero con firmeza hasta el propio corazón de la desgraciada bailarina.  La policía detiene al pintor y la daga es secuestrada como “el arma del crimen”.  Julián Balbuena fue condenado a nueve años de prisión.  Y la daga, luego del juicio, remitida al Depósito Judicial.  En treinta años nunca la reclamó nadie.  Y seguiría en ese lugar si no fuera por una eventualidad de esas que escapan al control de los hombres.

 

A los pocos días de ser incorporado a la planta fija de empleados del Depósito en el escalafón inicial, Pablo Bejorro recibe la orden directa de su jefe de “meterse entre esas cajas de pruebas viejas del fondo del salón y limpiar y arreglar un  poco esa mierda”.  Pablo, alérgico al polvo, putea para sus adentros y se dirige a cumplir la orden.  Queda anonado: hay miles y miles de cajas.  Del piso al techo parece un amontonamiento sin lógica ni sentido.  En un momento dado, su codo choca con una de las cajas que cae al piso; la levanta y, distraído, mira el rotulo: “Asesinato Balbuena-Nievas”.  Sin pensar, la abre y observa una hermosa cuchilla de forma rara y con dos piedras rojas de adorno. Los nombres del rótulo no le dicen nada de nada.  Es muy bonita… que bien quedaría en el modular del comedor…  Elsita se pondría muy contenta…  Irreflexivamente, la esconde entre su ropa.  Luego, acomoda la caja, ya vacía, en el fondo más recóndito del aparatoso mueble.

 

Réquiem para una daga, una antigua y famosa daga florentina

Ese sábado, como de costumbre, una pareja de amigos acuden a cenar a la casa de Pablo y Elsa.  Ella ha acomodado la daga sobre un trozo de terciopelo azul.  Finalizando la comida, estos reparan en el nuevo adorno.  La mujer dice:

─Elsita, que linda te quedó esa cuchilla de adorno.

El esposo agrega:

─¡Linda sí, pero para el asado no sirve!

 

 

por Carlos Fernández Rombi – 27 feb 2021

 

Rosa tú, melancólica (fragmento)

El alma vuela y vuela

Buscándote a lo lejos

Rosa tú, melancólica

Rosa de mi recuerdo…

Nicolás Guillén

 

Última noche de los carnavales del ´85 en Huerta Grande, Córdoba.  En el Club Social y Deportivo estamos “los inseparables”: René, Walter, Oscar y yo.  Nos vinimos de mochileros desde Buenos Aires.  El año anterior fuimos a Mendoza y nos fue rebien.  Este año no estamos disfrutando tanto, quizá muchos días de lluvia (fatales para los mochila-boys), quizás ya estamos un poco grandes para este tipo de salida ─yo piso los treinta y mis cumpas, más o menos-.  Oscar y René se casarán este año, así que de seguro esta es nuestra despedida.  Quizás debiéramos haber cortado el año pasado, así nos hubiera quedado un gran recuerdo de nuestros ocho años de mochila…

 

El baile está en sus finales.  Bostezo a full y espero ansioso la hora del raje.  Esto es un plomo.  Me estoy secando las lágrimas que me produjo el bruto bostezo, cuando veo que una muchacha, sentada a una mesa a unos metros, me mira tentada de risa.  Su expresión de burla es tan evidente que engrano y sin vacilar me le acerco, notando en mi subconsciente que es toda una belleza, ya sea en Huerta Grande o en Avellaneda.  Y además, que apenas si llega a los dulces veinte, doce menos que quía…

─¡Hola… qué tal!  Estoy muy contento…  Corto sin mayor explicación.

─¡Hola… me alegro mucho…!  ¿Puedo saber qué te pone tan contento?

─Que mi aburrimiento haya servido para tu diversión…

 

La atracción mutua y la alegría de compartir fueron instantáneas.  Mis amigos, superaburridos se marcharon una hora más tarde.  Los despedí diciéndoles que en un rato me les juntaba en la carpa.  Lo cual resultó una mentira: dos días más tarde mi grupo volvía a Buenos Aires sin mi presencia.  Me había instalado en la casa de Marina.  Sus padres, médicos gerontólogos, estaban en un Congreso en Canadá.  Habían partido el día anterior y no volvían hasta  cumplida la quincena.  ¡Quince días de gloria mágica y total!  Una quincena encerrado en su casa, sin  siquiera asoma la nariz (por los vecinos y la reputación de mi amada).  Quincena única, mágica e irrepetible en toda  mi vida…  ¡Inolvidable!

 

Llegó la hora de partir, sus viejos volvían al día siguiente.  Esa última noche fue toda de pasión y llanto.  Seguros de la eternidad de nuestro amor, intercambiamos teléfonos y mails.  Nuestro último beso fue irrepetible, jurándonos amor eterno y mi firme promesa de venir lo antes posible a buscarla.  Los primeros meses, ambos cumplimos.  Luego de la muerte de papá, la  situación se puso fulera en casa y hacían falta más ingresos.  Tomé otro trabajo e, insensiblemente, empecé a estirar un poco la comunicación con mi Marina.  Un año después de esa quincena inolvidable y cuando estaba haciendo planes para viajar a Córdoba, recibo un largo correo de ella.  Largo y mucho, también me pareció sincero.  Pero la realidad era que me daba el piante.  Se había puesto de novio con un excompañerito de la primaria, hijo de una pareja de colegas de los padres y sus grandes amigos.  El mail terminaba diciendo: “Perdoname, Salvador.  Lo nuestro fue hermoso e inolvidable, pero mi vida está en este lugar.  ¡Nunca te olvidaré!”.

 

Los años se sucedieron unos a otros sin solución de continuidad.  Un par de años después, yo también me casé.  Amalia era una buena mujer, aunque nunca despertó en mí esa pasión que había vivido a mis treinta.  Falleció joven y me regaló una hermosa hija; esta, a su vez, mi primer y único nieto.  Hoy le festejó en privado ─los dos solos─ sus diez añitos a mi Benjamín, que le encanta pasear en auto.  Me lo llevo al Parque Tres de Febrero: helados, un cono gigante de pochoclo, algunos chocolates y dale que va…  A punto de emprender el regreso y llevarlo a su casa, nos sentamos en el único banco libre en ese despelote de domingueros gozando de un sol puro esplendor.  De pronto…

 

Veo en el banco de enfrente al nuestro a una belleza de mujer madura con dos niños…  ¡Sin dudas, es Marina!  Refreno mi intención primera de ir a saludar.  ¡Estoy impactado!  Tal vez un par de kilos más, pero no difiere demasiado de la muchacha que conocí hace treinta años.  En ese momento, se sienta a su lado un hombre más joven y mejor plantado que yo (peladito y entrado en panza, ya en mis sesenta largos); pasa el brazo sobre sus hombros y la besa cariñosamente en la boca.  (No dudo, es el antiguo excompañerito  de la primaria y hoy, dorima).

 

El recuerdo de la única pasión de toda mi vida vuelve desatado a mi memoria.  Cada beso, cada caricia, cada palabra se renuevan en mi corazón… ¡estoy temblando!  Tal vez, por la fijeza de mi mirada, Marina clava sus ojos en mí, es sólo un momento…  Luego, su mirada vuelve a su esposo y sus pequeños.  ¡No me reconoció en absoluto!  A tientas busco la mano del Benja y lo llevo hacia el auto.  Caigo en la cuenta de que arrastro los pies y estoy a un punto del llanto. Recuerdo un solo momento tan triste como este.  Aquel de antaño, cuando recibí el último mail de Marina.

 

 

por Carlos Fernández Rombi – 18 mar 2021

 

Origen

Ya pisados los 45, hago un resumen de mi vida y no tengo quejas.  Soltero, sin hijos ni familia conocida; un romance estable no es importante para mí.  No es este tiempo de cuarentenas y pandemias el mejor para mi inmobiliaria; pero, por suerte, me agarró bien parado ─tal vez, mejor: “bien armado económicamente”─ y no tengo que preocuparme, aunque el coronamierda dure cinco años más.  No me describo físicamente porque me parece algo propio de galanes de cine, pero… por cierto, parezco uno de ellos.

 

Vivo en la zona de Recoleta, un edificio de categoría de veinte pisos, a razón de dos semipisos por planta; dos líneas de ascensores, una por cada semipiso; o sea, acceso por palier privado y una tercera central que da acceso a las entradas de servicio.  El pasillo al que acceden estas entradas tiene unos veinte metros y es la única comunicación directa entre uno y otro semi.  Lo dicho, gran categoría.  Los dos del séptimo son míos.  En uno vivo, el otro lo alquilo.  Justamente, esta semana se instalaron los nuevos inquilinos: un arquitecto de 33 años, con sólidas referencias; su esposa (a la cual aún no conocí) y dos pequeños hijos.  El nuevo inqui es un arquitecto de aspecto juvenil y muy simpático.  Está asociado con su padre, también arquitecto y famoso por el diseño de una gran cadena de hipermercados.  Las tardes de los martes suelo volver temprano a casa para ordenar un poco; la señora que limpia tiene franco domingos y martes.

 

Ese martes especial e iniciático, a eso de las 16 horas, mi nueva inquilina toca el timbre de casa para presentarse como “la vecina de piso”.  En el acto, quedé impactado por su belleza fuera de lo común,  sus ojos verdes,  una cabellera de intenso color marrón con un toque de rojizo.  Además y como plus bono, culta y simpatiquísima.  Como es de gentes, la invito a pasar y le ofrezco una copa; sólo me aceptará agua mineral.  En un momento dado, Rosalía (¡divina Rosalía!) mira su reloj y, asombrada, dirá:

─¡Perdóneme, Carlos Alberto…!  He ocupado casi una hora de su tiempo y además, debo ocuparme de mis niños… ¡Fue todo un placer!

─Rosalía, te aseguró el placer ha sido todo mío.  No dudé en el tuteo, ya que parece una joven de veintitantos, aunque tiene treinta.  Además, ha sido la hora más corta de toda mi vida.  ¡Lo juro!  Sonrío ante mi propia exageración.  También, sin poder evitarlo, uso la mirada más insinuante que tengo.  Es lo mío y sirve; mucho cine, Carlos.

Ella, la divina, también sonríe aceptando el cumplido implícito.  ¡Tiene la sonrisa más linda del mundo!  Y se marcha. Me sirvo un generoso escocés con hielo, ocupo mi sillón preferido y, sin poder evitarlo, me pongo a pensar en ella y nuestro encuentro.  A pesar de que tengo una operación comercial importante mañana y debiera pensar en eso.  Me es imposible: mi fuerza de voluntad es derrotada por esa Rosalía que ocupa todos mis pensamientos.  Soy hombre, según amigos/as, de gran facha, porte atlético y atrayente personalidad, y más que acostumbrado a conseguir las mujeres que quiero.  Muy pocas ─tres o cuatro─ me han quedado en “el Debe”.

 

Acoso sentimental

Después de horas de soliloquio y un par de whiscachos más, quedé totalmente convencido de dos cosas: a) me había enamorado de Rosalía como un quinceañero.  b) debía ser mía.  Estaba seguro de que era una pésima decisión.  Vivía, felizmente casada, a menos de treinta  metros de  mi entrada de servicio, era mi inquilina y tenía dos hijos a los que adoraba.  Es decir que en todo momento tuve consciencia de que me iba a mandar un cagadón.  ¡Me importa un carajo!

 

Fue esa misma larga noche de martes en la que, a pesar de lo avanzado de la hora y de que en la mañana tenía un negocio importante, me puse a planear una estrategia para tener a esa mujer.  En realidad, ir tocar su casa con algún pretexto boludo (por ejemplo, pedir azúcar) no es mi estilo.  Cruzarnos en el ascensor,  imposible: dos torres de ascensores distintas.  De pronto, la idea salvadora.  Días atrás me habían ofrecido colocar en la misma línea del portero eléctrico una grabadora de mensajes instalada con el de la calle.  Buena idea: alguien te pasa a buscar o dejar algo, no estás, cuando llegás a tu casa, lees los mensajes y no se perdió la visita.  Ya había desistido por lo caro.  Ahora me pareció un pretextazo.  Decidí pedir en la mañana presupuesto para instalarlo en los dos semipisos el martes próximo.  Porque sé que ese día, mi Rosalía está en casa.  ¡Qué joda aguantar una semana!  Seguro que ese chiche sale un huevo y lo bancaré solito mi alma.  A ella le diré que es una mejora para mi propiedad.  Y desde ahí… ¡directo al cielo!

 

El martes siguiente, por la tarde, ya con el presupuesto (¡dos huevos!), vestido con alpargatas blancas, camisa ídem y jeans negros ─mi estado atlético me lo  permite y además luzco más joven-, único aditamento el Rolex de oro, toco el timbre de mi vecina.  Mira por la mirilla y me abre de inmediato.

─¡Hola, qué alegría Carlos Alberto… pase por favor.  ¿Le sirvo algo?  No sé por qué me acuerdo del cuento de Caperucita Roja y el lobo.  ¡Guacho!

─Toda la alegría es mía Rosalía…  Parece que no te veo desde hace un siglo…  Si no sonara pueril e imposible, diría que estás más bonita que el martes pasado…  ¡Lo estás!  Contesta su luminosa sonrisa…  Exprofeso guardo silencio y no le contestó al ofrecimiento, menos aún el motivo de mi visita.  Tuve toda la semana para pensarlo y decidí que debo ser agresivamente romántico.  Pienso que mi Rosalía no conoce la propia infidelidad y sólo puedo ganar por nocaut.  Por puntos ─dado su estado civil e hijos─ pierdo.  Desconcertada por mi silencio y la fijeza apreciativa de mi mirada, dirá:

─¡Ay, Carlos Alberto, siempre tan exagerado…  En fin, vuelvo a  ofrecerle algo para beber… salvo que esté apurado.

─Ni el más mínimo.  En este momento estoy disfrutando de la mejor visión que he tenido en toda mi vida, vos Rosalía. Increíblemente, esta mujer, esposa y madre, se sonroja como inexperta colegiala (¡voy bien!).  Sigo sin contestar la invitación y, de pronto, como haciendo un esfuerzo para volver a la realidad digo:

─Las 18 horas.  Es la ideal para compartir un whisky; pero como imagino que vos vas a beber agua mineral, resignado tomaré agua.  Rosalía, retoma su autodominio.

─Ningún problema, compartiré uno con usted, aunque no tengo la costumbre y lo tomaré de a poco, no sea que me haga mal, llegue Ricardo y me encuentre ebria.  Ni por las tapas recordaba el nombre del fulano y eso que ese alquiler lo firmé yo. Ambos saboreamos la bebida; ignoro la marca, pero no es escocés.  La charla se mantiene viva y atractiva; tan atractiva como son mis miradas que van más allá de lo que digo.  Considero un éxito el que llevemos ya pasada una hora en ese tren, sin que ella me pregunte el motivo de mi visita (¡voy bien!).  Sigamos.

─Mi querida, aún no le comenté el motivo secundario de mi visita.  Pensá, Rosalía, pensá, en cuál puede ser el primario que no sea el verte.  Que por cierto es bastante rutinario.  Le comento de la instalación de la mensajería anexa al Portero eléctrico.

─Me parece bien Carlos Alberto… pero suena a algo bastante caro, deberé consultar con mi…

─Lo es Rosalía.  Uso un tono neutro y sin ostentación alguna.  Pero decile a tu esposo que ustedes no abonarán nada; simplemente es una mejora para mi propiedad.

─Bueno, de todos modos muy agradecidos…

─Oka.  El instalado se realizará el jueves o viernes de la semana próxima; así que yo vendría el martes que viene Sigo condenado a los martes, no quiero mostrar aún mi jueguito, a confirmarte hora y día… ¿te parece bien?

─Sí, claro, los martes es buen día para mí porque la niñera se queda hasta las 20.30.  Y Ricardo, esos días, tiene su reunión de bádminton y no llega hasta las 23, cenado y todo.  ¡Epa, epa, cuánta información!  ¿Casualidad o intencionalidad?

─Bueno, Rosalía, me voy más que contento… ¡tenemos una cita!  Aunque el tono de voz fue el más intencionado que usé hasta este momento, esta vez no se  ruboriza.  No quejarse, esto va mejor de lo esperado.  Creo que el martes que viene…

 

Consumación

Y llegó el día esperado.  Ya pasada la hora de acudir a la entrada de servicio de mi vecinita, dejo transcurrir los minutos.  Es mejor hacerse desear un poco.  Cambié de look: un conjunto en jean de camisa y pantalón en negro, botones y pasamanería plateada, mocasines negros (sin medias, lógico), mi Rolex y yo.  Nada más, nada menos.  Justo pasada media hora de la pactada, en vez de ir, la llamo:

─!Hola…¡  ¿Quién habla?

─Yo soy… el hombre maldito que va a faltar a tu cita.

─¡Hola Carlos Alberto, te estaba esperando… ¿algún problema?  ¡Bien, me tuteó!

─Mi hermosa Rosalía… ¡qué ganas de verte!  Pero estoy clavado en casa esperando un fax de negocios de Suiza ¡mentira! y no puedo ir  hasta que llegue.  No podés imaginar cuánto lo lamento…  Usé mi tono más profundo.  Callo y espero. Vacilará unos segundos, se decide.

─No tengo problemas Carlos, si querés voy yo a tu departamento y esperamos juntos…

─¡Rosalía, sos divina, un verdadero amor!  Venite, dale, te espero.

 

En tres segundos está llamando a mi puerta.  Noto de un vistazo que está más linda que nunca.  Se ha esmerado en peinado, maquillaje y atractiva ropa de calle.  Me saluda con un efusivo “¡Hola, Carlos Alberto!”.  ¡Vamos, hora de quemar las naves!  No le contesto, la tomo de las muñecas y la beso en los labios.  Sufre un pequeño respingo, pero no se retira.  La atraigo hacia mí y le brindo el mejor beso de mi vida.  Beso que se hace interminable.  Nuestras lenguas se buscan, se enroscan se agreden… ¡se aman!  Imposible describir esa tarde, solo nombrarla como la mejor de nuestras vidas.  Hablo por los dos; al final, ella misma así la llamaría.

 

Los tres martes siguientes fueron calcados.  Pero… ya había aparecido en su mirada, aunque fuera por un par de segundos, ese destello de duda, culpa o arrepentimiento o, tal vez, la sumatoria de los tres.  ¡Ahí lo supe!  Mi amor, relación y pasión tenían el tiempo acotado.  Más temprano que tarde, la mamá le doblaría el brazo a la mujer.  Sólo era cuestión de tiempo y… ¡chau Carlos!  El momento tan temido llegó antes de lo previsto, dos días después de ese último martes.  Y no por la acumulación de culpa.  Algo más sencillo y común: el chivatazo al marido por parte de la niñera de Rosalía.  El arquitecto obró rápido y sin piedad; tomó a su hijos, todas sus pertenencias y se mudó a casa de sus padres con la expresa orden de que estos no vieren a la madre.  Al mismo tiempo, se presentó en la inmobiliaria para desistir del contrato de locación.  Dado lo insólito del hecho, Román, mi gerente de Buenos Aires, se comunicó de inmediato conmigo para pedir instrucciones.

─Román, quiero que me escuches bien, facilítale todo el trámite a ese inquilino y le devolvés la totalidad de importes abonados: comisión, mes adelantado e inclusive el sellado del contrato…

─Como digas, Carlos…  Pero, ¿sellados de ley incluidos?  Eso es una novedad, no se trata de dinero que haya quedado en la inmobiliaria…

─No te hagas problemas, devolvé todo y facilítale la cosas, incluso si hay que mandar un empleado a su domicilio. ¡Tratamiento de guante blanco!

Esa noche aciaga, Rosalía se instaló en mi departamento.  Pero no fue una fiesta ni nada que se le parezca.  Drama, más bien.  Llanto y arrepentimiento por los chicos.

 

Péndulo

Para su tranquilidad, le hice armar un dormitorio cerca del mío.  Sabía que necesitaba sosiego y era el momento de hacerme notar lo menos posible.  Mi presencia entre las sábanas la hubiese importunado.  Durante días tuve una paciencia infinita, todas las atenciones posibles y una más.  Los días pasaban, la cubría de mimos, trataba de que no estuviera sola ni un minuto.  El sexo era el gran ausente.  Tenía que hacer algo.  Por sus dichos sabía de su anhelo de conocer París y la Costa Azul.  Planifiqué un viaje de 28 días visitando París y la Costa  Azul, desde Marsella a Niza, pasando por Antibes, Cannes, Saint Tropez y Tolón.  Aún con mi solvencia económica, sufrí un principio de asfixia cuando me pasaron el presupuesto.  Lógico: cinco estrellas y all inclusive.  Pero, si con eso conseguía sacar a mi amor de su marasmo… ¡valía la pena!  Y arrancó bien.  Después de casi un mes de llanto y miradas ausentes, la vi entusiasmada y feliz.  Una semana más tarde, partíamos en lo que yo, sin decirlo, pensaba mi luna de miel.  Desde ya, por el tema covid-19 hubo que hacer papeleos y untadas de manos varias.

 

Me sentía triunfal.  Rosalía había vuelto a ser la muchacha enamorada y pasional, ¡habían renacido nuestro amor y el sexo!  Claramente, la belleza inigualable de los lugares en los que estábamos ayudaban y mucho.  Sin dudas, fueron los mejores días de nuestro amor y de mi vida.  Sin embargo, cada tanto descubría en su mirada ese destello de culpa. Traté, sin mucho éxito, de creer que con el tiempo terminaría por desaparecer.  Idea que hacía agua cada vez que se cruzaba con nosotros alguna pareja con niños.  Llegó el final, había que volver y decidí que nunca me arrepentiría de ese mes de pura fábula.  Mandé instrucciones a casa de que armaran en mi suite la cama matrimonial, sin consulta previa con Rosalía.  No quería hacerla pensar y darle el hecho consumado.  El viaje de vuelta fue hermoso, la pasional mujer que había sido devino en cariñosa y necesitada de mimos y protección.  ¡Y vaya si se los daba!  De regreso en Recoleta, tomó posesión de nuestra casa como algo natural.  Retomé mi vida habitual con la diferencia de que privé de tiempo a mis reuniones deportivas y de póker -¡ay, qué dolor!- para estar el mayor tiempo posible en casa.  Temía que le trabajara en demasía la cabeza estando sola.  Así pasamos unos tres meses haciendo planes para toda la vida.  Me pidió que le consiguiera un trabajo y en el acto le busqué ubicación en la Inmobiliaria.  Todo bien, éramos felices.

 

Epílogo con sordina

Entramos en nuestro sexto mes de convivencia (de vuelta de Francia).  Rosalía se había adaptado muy bien al trabajo en la agencia.  La había puesto en relaciones públicas, es decir, en el trato con clientes y otras inmobiliarias.  Pensaba, y acerté, en que eso la iba la contentar mucho más que el papeleo o el archivo.  Con la suerte de que al estar yo muy poco en forma presencial, no habría “pegoteo” entre nosotros.  Mi gente la había recibido de lo mejor y ella se sentía por demás a gusto.  A pesar de que circunstancialmente reaparecía su mirada culposa, nuestra relación se afianzaba.  Comenzaba a hacerme ilusiones y era feliz.  Me ocupaba de que saliéramos mucho.  Al teatro, a cenar, a distintos espectáculos.  De los siete días de una semana, cuatro por lo menos, estábamos de joda.  Ella, mi adorada Rosalía, me parecía cada vez más contenta con nuestra vida de relación.

 

A un mes de nuestro primer aniversario, había abandonado mis temores y comencé  a hacer planes de festejo.  Quería regalarle una fiesta inolvidable.  ¡Iluso de mí!  Viajé por tres días a Mar del Plata a cerrar un muy buen negocio inmobiliario.  Regreso censado y  contento.  Bajo el brazo, una espectacular caja de bombones de “Milagros del cielo”. Abro la puerta y el silencio se me impone.  Los efectos de Rosalía no están.  Presiento la nota antes de verla.  Sobre mi mesa de luz, un ominoso sobre me espera.

Sé que ni necesito leerlo.

Sé de qué se trata.

Sé que es el acta de defunción de mi felicidad.

Sé que, ahora sí, voy a terminar mis días como un solterón.

Sé que leerlo será igual a revolver una daga en la herida…

¿Pero qué remedio queda?

 

Sin el menor apuro, dejo mi equipaje de mano en el closet; los bombones, que parecen reírse a mi costa, en el bar; me sirvo un escocés doble, me desparramo en un diván y leo, lento y pausado, como estirando el final.  Es una larga carta, me llena de elogios, reitera su amor…  A lo que importa: “…Carlos, no puedo vivir más sin mis hijos.  Perdoname, me voy vivir a casa de mis padres hasta conseguir que Ricardo me perdone o, por lo menos, me permita verlos con frecuencia.  Algo que será imposible si continúa nuestra relación.  Por favor, perdoname y no me contactes de forma alguna.  ¡Nunca te voy a olvidar!  Perdoname…”.

 

Varios whiskies y otras tantas horas después, un vaso ya vacío cae de las manos del dueño de casa, que acaba de ceder al sueño y al alcohol.

 

 

por Carlos Fernández Rombi – 18 feb 2021

 

Introducción

El estudio de Arquitectura Jorgensen, Fernández, Altamirano y Asociados, de Buenos Aires, tiene una tradición de cincuenta años.  Es responsable de algunas de las obras más importantes del país y de otras de relevancia en distintos países y fruto de triunfos en concursos internacionales.  En la actualidad, fallecidos los fundadores y transformado en sociedad anónima, está bajo la dirección de los arquitectos Marina Jorgensen y Carlos Altamirano.  Ocupa los tres pisos superiores de un moderno edificio, cuyo proyecto y ejecución les pertenece y que tiene una antigüedad de cuatro años. Desde su  constitución como S.A., además de los dos directores, son propietarios en diferentes porcentuales ocho profesionales, cinco arquitectos y tres ingenieros, ninguno de los cuales supera por mucho los cuarenta años; a diferencia de Jorgensen y Altamirano que pasan los sesenta.  Además de unos cuarenta empleados, entre arquitectos, ingenieros, dibujantes y administrativos.  Los directores, al igual que sus predecesores, se han esforzado con éxito en mantener un clima laboral de camaradería y respeto en las interrelaciones personales y profesionales.  Un logro que está a punto de cambiar.

 

A principios del año, se incorpora a la firma un joven (36 años) arquitecto nacido en Brasil en una familia adinerada de cafeteros.  Nelson Dazouza, alto, moreno, de gran atractivo y con una notable seguridad en sí mismo, ha comprado el quince por ciento de la firma.  Además, trae bajo el brazo el aporte del diseño y dirección técnica de una moderna y gran planta elaboradora de cítricos de veinte mil metros cuadrados a construirse en el Estado de Minas Gerais, obra que será financiada por su familia.  El arquitecto, egresado de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo, ha revalidado su título en la Argentina con un altísimo nivel de notas.  Suma a su carisma una sonrisa cautivante, más propia de un galán de telenovelas.  En su carácter de socio Senior, dispone de un amplio privado con un gran ventanal que mira hacia la calle Juncal.  ¡Me siento cómodo!

 

Un mes y medio en la firma y ya se mueve con total seguridad, dando la impresión de ser uno de los veteranos.  Es evidente que su presencia no ha dejado indiferentes ─más aún si se trata de las empleadas más jóvenes─, a sus nuevos compañeros de trabajo.  Lo cual incluye a la hermosa ingeniera Senior Amalia Pérez, una  belleza de 33 años recién divorciada y con gran capacidad profesional, que suele mostrarse inaccesible ante sus compañeros.  Y que a él, lo mira con una especie de angurria apenas disimulada.

 

Un depredador

Se cumplen dos años de la incorporación de Nelson a la firma y algunas cosas han cambiado y mucho.  Marina Jorgensen y Carlos Altamirano son ─por descontado─ los más atentos a esos cambios, aunque difieran en su importancia.  En privado, tratan el tema:

─Carlos, vamos a tener que tomar medidas.  El clima laboral de nuestra firma ha sido deteriorado totalmente por la forma de ser de Nelson y su innegable capacidad para armar camarillas…  Hay momentos en que al pasar por la sala general, el clima parece ir creciendo sin pausa hacia la tensión y hostilidad de unos contra otros…

─En principio, estoy de acuerdo con vos Marina, pero convengamos en que el Estudio jamás ha ganado tanto dinero como el que gana desde que la Familia Dazouza invierte y atrae a inversores para proyectos a desarrollar por nosotros…  Es más, como se viene dando la cosa, vamos a tener que aumentar ya la plantilla de dibujantes, de calculistas e, incluso, administrativos.  A los que hay, los estamos reventando y por más que les paguemos excelentes ingresos. También convengamos que su aporte como profesional ha enriquecido nuestra línea de diseño… ¡es brillante, sin duda!  A pesar de todo esto, en realidad, el tema me preocupa tanto como a vos… pero no sé cómo solucionarlo.  Nelson no es persona de arrear con una charlita…

La reputada profesional, que acaba de ser abuela, se muerde el labio inferior, algo característico de cuando está pronta a hacer una infidencia.

─Carlitos, debo confesarte algo: el mes pasado, sin decirte nada para evitarte un disgusto, yo ya tuve esa charla con el colega y… no me fue nada bien.

Un gesto de intriga se dibuja en el rostro de su socio e interlocutor.

─Ni drama Marina, decímelo todo sin ahorrar detalles, por favor.

─Bien… ¡nada!  Comencé hablándole en tono maternal, diciéndole cuánto apreciamos su aporte y capacidad, pero también de nuestro disgusto hacia su tendencia a hacer camarillas y enredarse sentimentalmente con la mitad de las mujeres del Estudio.  A mi tono maternal su respuesta fue esa mirada sobradora y sardónica que me exaspera.  Fue el momento en que con el estribo medio suelto le hablé con seriedad extrema y crudeza sin ningún tapujo…

─¡No me jodas…!  ¿Y su reacción fue…?

─¡Burlarse olímpicamente!  Y por si fuera poco, me avanzó románticamente, como si fuera una de las chicas del Estudio…  Hasta sugirió que quizás yo estaba un poco celosa.  ¡Desvergonzado, hijo de puta!

El Arq. Altamirano, veterano en el manejo de personas, ya no sonríe.  Un fiero gesto de preocupación lo asume.

─Marina… ¡estamos en un quilombo de aquellos!

 

Diez años después

Noche de gala en la Asociación Konex.  Es la entrega anual de sus afamados premios.  La gala se cierra con la entrega del más importante: Premio Konex de Brillante.  El Presidente de la Asociación anuncia al ganador: Estudio de Arquitectura Dazouza y Asociados, como el más destacado y de mayor trascendencia internacional en el rubro Arquitectura, convocando a su titular a recibirlo.

 

El Arq. Nelson Dazouza, en su breve discurso de agradecida  aceptación, tiene unas palabras emocionadas de reconocimiento para el Estudio de  Arq. Jorgensen, Fernández, Altamirano y Asociados, ya inexistente, que fuera su predecesor y cuyo acervo e historial de medio siglo asume graciosamente como propia.  ¡Me siento cómodo!