por Carlos Fernández Rombi – 01 dic 2020

 

A mí querida sobrina y lectora benévola,

Marcela Barraza

 

Los Laboratorios Medicinales & Equipamientos Médicos del León tienen su Casa Matriz en España, con filiales en Budapest, Lisboa, Amberes, Buenos Aires y Caracas.  Establecidos hace veinte años, han mantenido un ritmo de crecimiento sostenido.  Ahora, cumplidos tres meses de la pandemia mundial del Covid-19, sus números mejoran por encima de lo habitual, debido a la producción de insumos médicos (guantes quirúrgicos, barbijos, batas, delantales, etc.).  La excepción es la filial Buenos Aires, cuyos rindes están en descenso.  El Directorio de Casa Matriz ha decidido intervenir.

 

Yuliana Barraza, en  sus treinta, ocupa uno de los niveles gerenciales medios de la filial Buenos Aires.  Soltera y atractiva Bueno, Miss Argentina no soy, tiene un buen carácter y sólida formación.  Se lleva muy bien con sus compañeros de trabajo y jefes directos.  Ahora lleva tres meses trabajando desde su casa y extraña demasiado a los compañeros, a los amigos y la interrelación social en general.  Se aburre.  El home office para una persona como yo, sin más amigos que los de la oficina, es un plomo difícil de digerir.  Vive sola en un coqueto departamento de tres ambientes. ¡Ya lo pagué y es todo mío!  Hace un par de años de su última relación sentimental y solo cultiva el trato de su hermana y el esposo que viven en su mismo edificio.  Yuliana es Contadora Pública y tiene un Master en Ciencias Económicas, además goza de un excelente concepto en la firma en la que trabaja hace diez años.

 

Ahora se me suma esta preocupación por la baja de la facturación del Laboratorio.  No están dentro de mis tareas, ni el manejo ni la marcha de los negocios, pero los sigo y noto la caída generalizada que no responde a lógica alguna, dado el incremento mundial en la necesidad de nuestros productos, originado por la maldita pandemia.  Espero que el Directorio se dé cuenta a tiempo.  Está imbuida en estos pensamientos cundo suena su celular: es el Gerente de Manejos Económicos y Financieros.  Qué raro, no tengo trato directo con él ni con su departamento y nunca me ha llamado por teléfono. Nos conocemos de vernos en alguna reunión y nada más.  Su nivel en la firma está muy por encima del mío…

─¡Hola, buenos días!  Soy Miguel Echebarren, de Laboratorios del León… ¿Yuliana?

─¡Hola, señor Echebarren!  Sí soy yo, Yuliana Barraza…  ¿En qué puedo servirlo?  No pueden ser buenas noticias…  ¡Ay, mamita…! ¿Habrá que buscar un laburo nuevo…?

─¡Cómo le va, Yuliana…!  Hace unos meses que no nos vemos, pero de todas maneras este llamado no es de simple salutación...  Ya  decía yo: ¡Yuliana, a buscar conchabo!  Tengo sumo interés en que tengamos una charla personal acerca de la marcha de la empresa…  ¿Podrá ser que mañana a eso de las 10 pase por mi oficina así lo hablamos personalmente?

─De acuerdo señor Echebarren, nos vemos mañana.  Que siga bien.

 

Vestida con discreta elegancia y a la hora exacta se hace anunciar.  La reunión ha durado 44 minutos.  Terminada, Yuliana recorre las oficinas para saludar a los pocos compañeros que realizan tareas presenciales.  De acuerdo con las instrucciones recibidas, no comenta con nadie el motivo de su presencia en el lugar.  Se ha hecho el mediodía y decide comer algo en un restó alejado de las oficinas.  Necesita estar sola y pensar.  La propuesta la llenó de alegría, también le ha impuesto algunas preocupaciones.  Trata de poner sus ideas en orden.  Como ella ya sabía, las ventas mundiales del Laboratorio han crecido, salvo en la Argentina, que están en descenso.  Por ese motivo la Casa Matriz de España decidió contratar a un asesor exterior a fin de que proponga una  línea a seguir… la cual, bien puede llegar hasta el cierre de la filial Buenos Aires.  Dicho asesor, del cual Echebarren no quiso darme el nombre, pero sí dejó en claro que es un economista de fama mundial (se limita a llamarlo “el Viajero”).  Este hace ya dos días que está en funciones en Baires y es él quien me ha seleccionada de un listado que le proporcionó la Firma, como su ayudante exclusiva (¿…?).  Tengo hasta mañana para aceptar o declinar la oferta.  De hacerlo, me encontraré con el Viajero a las 11 en el lobby del Palacio Duhau-Park Hyatt Buenos Aires.  Me aclaró que el Viajero ya me conoce por fotografías.  Deberé dejar de lado toda mi tarea actual y ponerme a su disposición full time hasta finalizada su tarea.  Echebarren me hizo saber que recibiré por estipendio único la suma de u$s 25000.- (¡A la flauta!).  El cual, en caso de procederse al cierre de la firma en Baires, será mi indemnización.  En el caso de no aceptar, debo llamar a Echebarren a las 9 y seguir como estoy.  Me aclaró que en cualquier de las dos situaciones no debo hacer el mínimo comentario con persona alguna, pertenezca o no a la Empresa.  ¡Por supuesto, mañana a las 11 firme en el Duhau!  En momento alguno tuve dudas, simplemente respeté la indicación de mi Jefe de reflexionar sobre el tema.  Más allá del dinero, me parece una aventura extraordinaria que me va a sacar del tedio de mi vida actual.  Además, tengo una duda: ¿por qué me habrá elegido el Viajero entre tanta gente más calificada que yo?  Ya me voy a enterar.

 

A las once de la mañana, regular cantidad de gente en plena cuarentena del puto Covid-19 en el Lobby del Duhau.  Pocos, pero todos muy elegantes.  Yuliana, en un fino tailleur de dos piezas, excelente imitación de un Chanel en color borravino, sus mejores zapatos y bolso de vestir, no desentona en el refinado ambiente.  Lleva 15’ de espera cuando sus ojos se fijan en el hombre que avanza hacia ella con una sonrisa.  ¡Dios mío… es un adonis en traje de calle!  No más de cuarenta (después sabría, 44), una estatura cercana al 1,90, facciones perfectas, una cabellera castaño claro que me causa real envidia y unos ojos verdosos que ídem.  Además, y lo más notable, se lo ve dueño de la seguridad de un triunfador.  Su apretón de manos es firme y delicado.  ¡Bien, no la va de macho!

─Mi nombre es Álvaro César Díaz y, por un lapso aún no determinado seré tu jefe.  Además, Yuli, estoy seguro de que nos llevaremos bien tú y yo. Ya le salió el gallego.  Su voz hace juego con el resto, es cautivante…  ¡Me pudre que me llamen Yuli!

Luego el Viajero la toma del codo y la conduce a la confitería.  Él, se limita a pedir un agua con gas y ella lo imita.

─El tiempo nos corre, mi estimada, pero como primero es lo primero, voy a satisfacer curiosidades.  Imagino que tu primera duda frente a mi  convocatoria para esta labor fue el motivo de mi elección de tu persona para un trabajo atípico como este.  Bien, es fácil, solicité al Directorio  un listado con veinte empleados de nivel medio, un mínimo de diez años de antigüedad y excelente concepto.  De ese listado te elegí a ti Otra vez le salió el gallego por simple corazonada.  Si no hay más dudas, continuemos.  ─Ante la mirada de aceptación, él sigue─  Si te parece y dado que esta reunión va a ser largo, solicitamos unos emparedados y te voy desarrollando el tema…

 

Nos separamos a las cinco de la tarde.  Además de unas cuantas notas, me proveyó copias del balance de los dos últimos años, un estudio comparativo de las finanzas desde el inicio de la pandemia de nuestras filiales.  Es imposible entender el motivo de que solo la de Buenos Aires esté en baja.  También me comentó las medidas que ya había tomado.  Entre ellas, el estudio de las fianzas de los miembros del Directorio y el estudio de los últimos negocios de importancia.  Y, como era de suponer, una montaña de papeles para que yo revisara.  Apenas llegada a casa y aún bajo el influjo de la fuerte personalidad de este hombre que viaja por el mundo como yo por mi ciudad, lo gugleo para conocer su historia.  ¡Es todo un personaje! Además de una cantidad de títulos internacionales referidos a las ciencias económicas y conferencista habitual en distintas universidades de fama mundial, es el autor de la “Teoría de expectativas sobre el uso indiscriminado de algoritmos” (?).  Que lo ubica en el listado de candidatos al Nobel de Economía del 2020.  ¡Que los parió!

 

En realidad, es mejor.  Este abismo que nos separa evitará que me haga falsas ilusiones y aún más, expectativas de un idilio con este hombre de otro mundo.  Inimaginable.  Llevamos una semana y tres días trabajando (los cuento, atesoro y disfruto uno por uno a pesar de ser jornadas extensas que me exigen estar súper atenta).  Él, con mi modesta ayuda, ya ha vislumbrado la punta del ovillo.  Estamos en etapa de comprobaciones.  Luego vendrá la preparación de un informe final al Directorio de Casa Matriz…  ¡Y chau, Álvaro!  Lo voy a extrañar un montón.  Al tercer día del trabajo en común ya estaba enamorada de ese hombre cálido y gentil, nacido en Madrid, viudo y padre de una niña de nueve añitos.  A partir de ese tercer día, cada día me enamoraba un poco más.  Ahora, pasada la semana de vernos a diario, estoy “perdida” por él.  Con tristeza reconozco que no hace nada para alentarme.  Su trato es correcto y casi galante pero no me engaño, es solo su forma de ser.  Es un hombre de mundo, cultivado, muy cálido y con algunos toques de ternura hacia mí, que son solo instinto de protección y cariño a su compañera más joven e inexperta…  ¡Basta, Yuliana…!  Esto ya se acaba y él se irá para siempre.

 

Veinte días después de iniciada su misión en Buenos Aires, el Dr. Álvaro César Díaz convoca a una reunión secreta con la totalidad del Directorio de la filial Buenos Aires, más la presencia del CEO a nivel mundial de Laboratorios Del León, quien ha viajado expresamente desde Madrid.  El auditor externo ha pedido que se omitan de la invitación al Subdirector de Expedición, el Director Comercial y al Director de Contralor General de Existencias y Depósito. Asimismo, como una deferencia especial hacia su persona ha solicitado se invite a su ayudante en la auditoría-investigación realizada, Srta. Barraza.  ¡Le estoy muy agradecida a Álvaro por hacerme participe de esta reunión!  Pienso, no sin nostalgia, que es nuestro último encuentro…  ¡Ay, mi amor, cuanto te voy a extrañar!

 

El ambiente es realmente muy tenso.  Todos saben de qué se trata, pero ignoran lo que está por suceder.  A la izquierda del informante, en la amplísima mesa de reuniones, está sentada Yuliana Barraza; a su frente, una importante cantidad de documentos que le irá alcanzando a este según se los vaya solicitando.  Álvaro César Díaz solo dispone de un par de hojas con notas que consultará cada tanto, ya que hace su exposición sin leer:

─Señores Directores, voy  tratar de ser lo más breve posible, ya que si bien hemos culminado con éxito nuestra tarea, el resultado es desagradable en extremo.  Quedará demostrado sin lugar a dudas que los señores directores que NO han sido convocados a esta reunión, constituyeron una “sociedad ilícita de facto” para  cometer un  desfalco sistemático en perjuicio del Laboratorio.  Para ello, han entrado en connivencia con distintos funcionarios del Ministerio de Salud Pública y de Acción Social del Gobierno Nacional.  Los nombres de estos y su grado de participación, constan en los documentos que en el momento de finalización de esa reunión entregaré a ustedes…

 

Continuará…

 

 

por Carlos Fernández Rombi – 18 nov 2020

Con gran afecto a mi nieto

Ezequiel Schmidt, un tipo muy especial

 

Hoy

Despertó afiebrada y de muy mal humor, algo habitual en ella desde que la semana anterior José había salido de su vida sin previo aviso, después de diez años de relaciones y amor recíproco.  ¡Hijo de puta!  Un simple mail: “María, disculpame, necesito un poco de tiempo.  Te pido que no te comuniques, ya lo haré yo si llego a ver nuestra relación con una perspectiva más favorable”.  Y eso fue todo.  Por supuesto que debí frenar mi instinto de llamarlo y preguntarle el motivo o, simplemente, reputearlo.

 

Diez años antes

La fiesta de Halloween está en su apogeo.  A las cuatro de la mañana una cincuentena de chicos y chicas, la mayoría por debajo de los veinte años, se divierten con ganas.  La fiesta es en una mansión de un country de zona norte y ha sido convocada por Facebook.  La mayoría de los asistentes se conocen porque conforman un grupo que suele disfrutar este tipo de reuniones con el mismo anfitrión.  Este, alma mater y dueño del lugar, es Ricardo Peralta Más, polista reconocido, que está en sus 40 bien cumplidos.  O sea, dobla en edad a los presentes.

 

Ricardo, alternando con nosotros se siente uno más, le gustan las chicas jóvenes… y los chicos, también.  Quizás, estos aún más.  Yo sabía que en algún momento tendría que decidirme.  Llevaba más de un año asistiendo a sus fiestas y él me había dicho: “María, sabés que me gustás mucho…  Me encanta que seas una habitué, pero también me gustaría que pases un rato por mi habitación: sabrás también que si tenés algún noviecito, podés subir con él.  Me encantaría nena… pensalo seriamente”.

 

Ni duda, el putazo me hacía saber que debía pagar el precio o no ir más.  Le dije: “Ricardo, yo también tengo ganas… pero si no te parece mal, lo dejamos para la próxima.  Comprendeme, estoy con el asunto y me duele el mate.  La próxima contá conmigo y no solo porque vos lo pidas… yo también tengo ganas”.  Y no mentía.  Ricardo no me gustaba ni medio, pero no quería renunciar a esas jodas, no tenía acceso a fiestas de ese nivel ni de ningún otro.  Tenía 18 y mi virginidad se había perdido un par de años antes.  Mi nivel socio-económico, ni parecido al de Richard, así que si debía pagar, pagaría.  La mitad por lo menos de los participantes habituales, fueran del sexo que fueren ya habían pasado por la suite de Ricardo.  La llamaban la Sala de los Espejos y no era difícil imaginar el porqué.  Ninguno de los que ya habían conocido la bendita sala bajaba descontento.  De las seis  veces que había venido, salvo la primera, había tenido sexo y algo más; llegando a conocer el sexo grupal (orgía que le llaman) sin diferenciar sexos.  En el debut estuve a la defensiva; en la segunda, entregué la argolla; y en la últimas, varias veces cada noche.  Noche por decir algo, las reuniones empezaban a la media noche del sábado y terminaban al oscurecer del día siguiente en la pileta.  Mucha música, mucho alcohol, falopa y comida…  Lo que se te ocurriera.  ¡Un aquelarre fenomenal!

 

La noche en la que Ricardo me apretó fue justo en la que conocí a José… y nos enganchamos de movida.  Era su primera vez (y última para los dos).  Parecíamos hechos el uno para el otro y… ¡lo éramos!  Así que ahora, diez años de amor y pasión se borraban con un puto mail.  Espero hasta mañana y lo llamo.  ¿Quién carajo se cree que es para  plantarme por correo?  ¡Hijo de puta…!  (No puedo dejar de llorar)

 

José

Es un muchacho alto, bien plantado y con atractivo innegable hacia las mujeres.  En sus veintiún años, parecía ser mayor por su aplomo,  madurez y dominio del “verso” que les gusta a ellas.  Le faltaba, en la época de esa fiesta en la que se conocieron, poco más de dos años para licenciarse de psicólogo.  Lo lograría, siendo el egresado más joven en la historia de la UBA.

 

Esa noche de hace diez años un amigo del barrio me había invitado a una “fiesta con todo” en un country.  No sin cierta reserva, acepté.  Apenas entramos, ya me había arrepentido.  No soy amigo de esas jodas descontroladas (me habían contado de algunas en las que a más de un vivo, pasado de falopa y chupi, le rompieron el orto).  No había pasado una hora y me topé con la muchacha más hermosa que había visto en mi vida, María.  Me enamoré en el acto.  Mejor dicho, “nos”.  Salimos durante tres años, viéndonos casi todos los días.  Luego nos fuimos a vivir juntos a la casa de Almagro que le habían dejado sus viejos, no muy grande pero linda.  Nunca me arrepentí…  ¡Todo lo contrario!  La amaba más de lo que me atrevía a confesar.

 

Nuestro amor y la relación se afianzaban de continuo y, para mejor, la vida nos sonreía.  María estaba trabajando en una escribanía donde la trataban muy bien y pagaban casi igual.  El año pasado, yo había conseguido abrir mi propia consulta de psicología y ya tenía un volumen de pacientes aceptable y en crecimiento.  Es decir, nuestra relación tenía viento de cola.  A Daniel, el amigo que me había invitado a la fiesta-joda donde conocí a mi María, recién lo volví a ver de casualidad en el microcentro un año después ─Él se mudó de nuestro antiguo barrio poco después de la “fiestita”─.  Compartimos unos pocos minutos.  Él no habló de la fiestita origen de mi felicidad, yo tampoco.  Lo mismo pasó un par de años después (Daniel ya había engordado y asomaba la calvicie).  Compartimos, medio a las apuradas, un cafecito.  Yo recién acababa de instalarme en la casa de María y estaba feliz.  Hablamos generalidades, renovamos el intercambio de números de celulares (con la íntima común convicción de que nunca los usaríamos).  Tampoco tocamos el tema de la fiestijoda aquella.  Ayer, después de unos años, la casualidad nos reunió (ya mi Cupido personal estaba regordo y calvo a full).  Parecía que esta vez ambos disponíamos de más tiempo.  Después de los saludos mutuos entramos a un bar a tomar un par de cafés, enseguida me mandó:

─José, ¿te acordás de esa fiesta a la que te llevé hace como diez años en el country del polista?

─¿…?

─¡La joda loca!  ¿Cierto?  Me acuerdo que te apuntaste de entrada a la mina más linda que teníamos, la María… ¡Bárbara, la loca esa!  ¿La volviste a ver? ─Como no aguardaba la respuesta, puse expresión neutra y no lo interrumpí─ Yo seguí yendo un año más y no volvió a parecer.  Una pena, una leona para el sexo… ¿viste?  Se podía bajar a varios de nosotros en una noche…  En fin, los buenos  viejos tiempos.  Después me casé y a laburar, que es lo único que hago ahora.  Bueno, me consuelo con los recuerdos.  Perdón, habló como un loro… contame algo tuyo…

─¡Yo me casé con María!

Ahí terminó la charla y el encuentro, pagué la cuenta y me fui casi sin saludar.  Quedó alelado y estupefacto, consciente de que había metido la pata.  Quedé herido en el corazón.  ¡María, la puta de todos!  Entré en un locutorio, hice un e-mail y… ¡chau!

 

María, José y otro e-mail

Han pasado veinte días del envío de ese correo que los desgarró a los dos.  María, casi destrozada, no tiene idea del motivo de la actitud del  hombre.  Este, tan mal como ella, atraviesa los peores días de su vida.  Se ha refugiado en un hotel de Flores, al que llegó con lo puesto.  Toda su ropa y pertenencias han quedado en la casa común.  Es consciente de que lo más pronto posible debe hablar con la mujer e ir a retirarlas.  Pero su ánimo flaquea de solo pensar en verla.

 

¡María, la puta de todos!  Me arruinó la vida.  No soy un mojigato y sabía que cuando nos conocimos no era virgen, tampoco me importaba.  Pero de ahí al otro extremo, me resultaba inaceptable.  Además, esta revelación perturba mi tarea profesional.  Estoy haciendo lo peor que puede hacer un psicólogo: poner un oído en el paciente, mientras mi mente navega sin rumbo.  En mi consulta está Julio, mi paciente desde hace un año y que acaba de cumplir los 68.  Su problema es la no aceptación de que hay actividades deportivas a las que ya no puede acceder (y aún no me lo ha dicho, pero sospecho que la actividad sexual también le está costando).  De pronto, me oigo repitiéndole (como un maldito loro) una idea “de manual” de la psicología.  “La aceptación es admitir que las cosas no siempre son como queremos.  Es saber que cada persona tiene su mapa personal.  Y que, por tanto, lo que es bueno para mí puede no serlo para la otra persona.  Es querer(-te) con tus virtudes y tus defectos, para luego, pasar a la acción”.  En el momento en que me oigo a mí mismo, sufro una pequeña descarga eléctrica…  ¡Soy un farsante, indigno de mi profesión!  Corto la sesión.

─Julio, le voy a pedir que me perdone.  Quisiera que dejemos hasta la próxima sesión…  Me parece que comí algo que no me cayó bien y no me puedo concentrar.  Desde ya, que su pago lo imputamos a la próxima… ¿No se me enoja?

 

Por suerte, era mi último paciente del día.  Me refresco un poco y salgo a la calle, sumido en ideas contradictorias.  María ocupa la totalidad de mis pensamientos.  No tengo dudas de que me porté como un ignorante y un torpe…  ¿Quién era yo para juzgar su vida anterior a conocernos?  ¡Tanto estudio de la psicología humana servía solo para los extraños?  Imbuido en mis pensamientos camino más de una hora sin destino.  Por fin, sacudo la cabeza y “vuelvo”.  El día empieza a morir en un crepúsculo magnífico.  Reparo en un locutorio a unos pocos metros.  Pleno de decisión y de la paz interior que me faltó en este último tiempo, entro y pido una PC.  Abro el correo electrónico, escribo su dirección y: Mi queridísima María…

 

 

por Carlos Fernández Rombi – 01 nov 2020

 

El bote es grande... ¡qué los parió!  Once pisos, trescientos metros de largo y cuarenta de ancho... ¡qué los pario!  El primer día me pierdo un montón de veces... No me hago dramas, tengo diez días más para perderme. Y, tal vez, alguna vez encontrarme.

 

Es una belleza: varios lounge bar y confiterías temáticas ambientadas que, al atardecer se llenan de música de diferentes ritmos.  El teatro que funciona todos los días con dos funciones y es espectacular: toma tres niveles del crucero y tiene un sistema de luces propio de Broadway.  Dos restaurantes a todo trapo, amueblamiento de nivel, enormes y exquisitamente decorados, en los que la comida es gourmet.  Casino, por supuesto.  Salón de fumadores y biblioteca.  SPA.  Sauna, gimnasio y otros que ni llegué a conocer.

 

Es el crucero de fin de año.  Razón que la empresa utiliza, graciosamente, para no incluir en el precio habitual las bebidas y facturarlas a mansalva: un vino de mediana calidad, u$s 20; gaseosa, 5; un trago de calidad estándar, 9.  Y así continúa.

 

En realidad, lo pasamos muy bien mi alter ego marital, Cuqui y, claro, yo.  Nos tocó un grupo de turno de comidas sensacional.  Ocho por mesa: un matrimonio y la hermana del hombre, Julio, simpático y cálido por demás.  (En algún momento llegué a pensar si no habría un Julio por mesa dispuesto por la naviera para “levantar” los grupos de cena). Además, un par de amigas veteranas, viajeras habituales y de gran simpatía.

 

Pero no quiero entrar en el relato del viaje.  Del cual disfruté a full, sobremanera, de las noches en el balcón del camarote, con un whisky, un cigarrillo y la visión de un mar sin final, nubes y una luna indescriptible. Para eso, ya habrá otro momento.

 

Me quiero detener en el día 31 de diciembre (y su noche de fin de año y año nuevo).  Una verdadera “charada-estafa” de la empresa naviera.  La cosa comenzó a partir del desayuno y se continuaría durante todo el día.  Empezaron a desfilar, uno tras otro, cientos de carritos tipo bar, muy elegantes y atractivos de 1,40 m de ancho.  La parte superior armada en escalera y con una buena provisión de botellas de champañas importado de distintas marcas.  Pregonaban hasta la saturación, que esta bebida (la ideal ¡sin dudas! para recibir el nuevo año) solo se vendería en esos bares rodantes hasta las veintidós horas.  Uno debía comprar su botella y llevarla al frigo-bar de su camarote.  A partir de las 22 horas se entregaría a todos quienes hubiesen comprado su/s botella/s (99% del pasaje), una frapera con hielo. Estas se retirarían de lugares situados estratégicamente en todas las cubiertas del bote.

 

El valor promedio de cada botellita, entre 30 y 40 dólares.  La cartelera fija en los carritos no lo decía, pero sus conductores repetían una y otra vez, que “seguramente el stock no alcanzaría para todos”, recomendando “comprar cuanto antes”.  Bien, durante toda la tarde nos pudimos ver unos a otros (no exentos de vergüenza) con nuestra/s botella/s a cuestas.  Lo más “gracioso” (me daban ganas de llorar) fue después de la cena.  Todos los paparulos formaditos en interminables colas en los ascensores de la nave.  Inmersos en el apurón de ir a pescar en nuestras heladeritas, paso previo para enfilar a la entrega de las benditas fraperas con hielo.  ¡Un papelón internacional! (brasileños, argentinos, italianos, españoles y más).

 

Querido lector, estarás pensando que el día 1º de enero no había en el crucero una sola botella de champaña...  ¡Pues no!  Esa mañana reaparecieron los carritos-bar, colmados de botellas a razón de u$s 30 ¡dos botellas!  Sin importar marca ni procedencia.  Se había producido el “milagro de la multiplicación de la champaña”.  Del stock insuficiente del 31 a la abundancia del primer día del año.  Sin intervención divina.

 

Más allá de esta charada-pijotera del champaña, esa última noche de crucero resultó inolvidable.  Siete cruceros de diferentes empresas se ubicaron en abanico frente a la Bahía de Guanabara, y desde cada cubierta miles de viajeros pudimos brindar y asistir absortos a la llegada del nuevo año.  En presencia del show de juegos artificiales más emocionante y magnífico que se pueda imaginar y yo haya visto.

 

En fin... ¡La perfección solo es para Dios!

 

 

por Carlos Fernández Rombi – 11 nov 2020

 

Hipótesis:

“Con el paso el tiempo, el piso se aleja en forma dinámica y permanente del centro de gravedad del cuerpo humano.”

 

En el cuerpo humano, el centro de gravedad se halla en la pelvis, anterior al sacro.  Cabe mencionar que las mujeres poseen este punto más abajo que los hombres, ya que su pelvis y sus muslos pesan más, y que sus piernas tienen una extensión menor.

 

Demostración:

Trabajo elaborado en base al pensamiento científico. Hechos, afirmaciones, opiniones, teorías, hipótesis y leyes específicas.

 

Esta teoría, de la cual la hipótesis es la afirmación citada, no es nueva.  Se estima que la misma empezó a quedar asentada por los seres humanos pensantes en los primeros escritos del hombre, allá por el siglo IV aC (protoescritura).

 

Fundamentación:

En lo personal, esta hipótesis, que me era desconocida, tomaría forma de revelación hace unos años, momento en el que cumplía los 65.  Jugando al pádel, con un grupo con el que lo hacíamos desde hacía veinte años, en un momento determinado del juego, mi compañero de equipo, como respuesta a una pelota singularmente baja (a la que no llegó), exclamaría: “¡Ay, Dios… el piso está cada vez más lejos!”.

 

Desde ese momento, iniciático para este pensamiento, la oiría una y otra vez, cada vez con mayor frecuencia, entre esos viejos compañeros del apasionante juego.  Solamente decidí dejarla asentada en papel el día en el cual, ante una pelota baja en contra a la que tampoco llegué, me sorprendí proclamando a viva voz la misma frase asertiva: ¡Ay, Dios… el piso está cada vez más lejos!

 

Más allá del deporte, me he encontrado con la realidad de que a partir de cierta edad (no necesariamente la misma para cada persona) cada vez que un humano debe agacharse para levantar cualquier tipo de objeto que ha caído al piso, al hacerlo tiene in mente la misma frase.  Conclusión: es un hecho irrefutable.

 

Interrogante general: ¿cuál será la mayor magnitud a la que pueda llegar ese distanciamiento relativo en constante y permanente aumento?

 

 

por Carlos Fernández Rombi

y Salvador D’Aquila – 25 oct 2020

 

Ante la sonrisa de aceptación del empresario, la mujer se incorpora y toma de su cartera el escrito cuidadosamente estudiado y redactado, entregándoselo.  Él, lee con atención el papel sin ninguna huella personal ni firma, pero con el sello inconfundible de la intervención de un abogado: “MA se hace cargo a través de sus contactos y con las acciones necesarias para con esos interlocutores, de que queden saldadas todas las deudas del multimedio.  También de regularizar las de RA  Antes, y con las salvaguardas contractuales que los abogados consideren adecuadas, ambas partes se convierten en socios al 50%.  La división de trabajo entre los socios deja a cargo de RA los aspectos comerciales, administrativos y legales de la empresa.  Y a MA la orientación y la producción total de los contenidos periodísticos y de la programación”.

 

El hombre ha leído de un tirón.  Sin embargo, pareciera leer renglón por reglón, lenta y atentamente.  Siempre sin levantar la mirada del escrito, una primero leve y más tarde amplia sonrisa se ha ido dibujando en su rostro.  Sin abandonar la cuasi socarrona sonrisa, deja el pliego frente a él y fija su mirada en la de la mujer.  Se toma su tiempo, luego con voz calma y pausada dirá:

─Mi querida amiga, tu propuesta es más que interesante pero… excede y en mucho la mía.  De financiar un espacio en TV para tu exclusivo lucimiento y promoción, ahora pareciera que vamos a ser socios de todo lo mío y, además, vas a tener tu programa ─ahora la sonrisa de Roberto es amplia, luminosa y divertida, muy divertida─  ¿No será mucho?  Digo, no sé…

 

Me esfuerzo en atenuar mi sonrisa y, sobre todo, en que no parezca burlona.  Lo es.  Mariela Admerjian, siente que un ligero rubor asume sus mejillas.  Nota, sin ningún tipo de dudas, que el hombre se está burlando de ella.  Aunque sin rozar la mala educación.  ¡Pedazo de pelotuda… me fui de mambo!  Me presento como única y gloriosa salvadora donde nadie me llamó.  Es el peor papelón de mi vida…  Y el puto este mirándome en forma comprensiva… a un paso de la lástima.  ¡Cómo salgo de este quilombo sin más penuria!  Mariela ignora que el otro sabe palaba por palabra lo que ella está pensando y que no tiene ningún interés No me conviene en ponerla más incómoda de lo que ella misma se puso.  El arribo de la secretaria con el servicio de café corta la situación, en el mismo momento en que suena el celular de Roberto.  Él, con una mirada se disculpa para atender, consciente de que ella agradece esta pausa inesperada que alivia su mal momento.  Mariela, inmersa en su pensamiento, no presta atención a la conversación telefónica, percibe difusamente que se trata de una invitación.  Momento en el cual, él apoya la bocina del celular contra su pecho y con una radiante sonrisa le dice como si se tratara de algo habitual y fueran amigos de años.

─Mariela, tengo en el teléfono a un amigazo, Guillermo Moreno.  Él y un par de amigos inauguran esta noche lo que ellos  llaman “el bar de tragos más lindo y suntuoso de Palermo”.  Me está invitando para que vaya, a lo cual le contesté que sólo iría si la mujer más interesante del país, que está conmigo en este momento, me acompaña…  ¿Vamos…?  ¡Dale…!  Me harías el tipo más feliz del mundo…  ¿Sí…?  Sé buenita, please.  Está esperando mi respuesta…

 

Una Mariela totalmente desconcertada, algo nada común para su personalidad, no sabe qué responder.  El modo, la voz y la sonrisa del hombre son, con naturalidad, las propias de un galán de cine en su mejor momento.  Algo a lo que no está acostumbrada.  Ignora que Roberto Álvarez tiene años de práctica en el fino arte de seducir.  Además, recién está saliendo de “su mal momento de la reunión”.  Instintivamente, comienza a mover su cabeza en negativa Aunque no quiero demostrar temor alguno visto lo cual, Roberto agrega rápidamente.

─Mariela, me pongo a llorar ahora mismo…  ¡Dale…!

Esta mujer tan dueña de sí misma y con una personalidad avasallante, ha perdido por un momento su seguridad.  Vacila y, casi sin darse cuenta y sonriendo por primera vez, asiente.

─¡Bien, Guillermo, será un gustazo! ─Roberto retoma la conversación, y… Me disculpo Guillermo si te demoré más de lo prudente, pero mi compañía de esta noche es tan atractiva como difícil de convencer. Nos vemos en un rato…  ¡Chau!

 

En la madrugada, cuando Roberto ya se ha retirado de su piso en Caballito, después de haber pasado una de las mejores noches de su vida, ella recién recordará que al iniciarse la reunión de negocios en el atardecer del día previo ¡Hace apenas once horas, carajo! con ese hombre, ella le había manifestado con total seguridad: “Mi estimado, estoy algo apretada de tiempo, así que, si te parece entremos directamente en tema”.  ¡Joderme!

 

Entretanto, el hombre de tantos romances está algo desconcertado.  No recuerda haber vivido una noche de pasión como la que acaba de vivir con Mariela, desde hace más años de los que recuerda.  Al inicio, cuando después de besarnos más de una enloquecida hora, cuando ella se desnudó, me desconcerté, nunca había visto busto tan pequeño.  Parecía el de una muchacha de 15.  Después sabría que era uno de sus grandes complejos. ¡Fue lo de menos!  Los brazos de Mariela me transportaron a una dimensión a la que no accedía desde hace una pila de años…  ¡Carajo… creo que me enamoré!  Sólo cuatro meses después, la pareja anuncia sus esponsales.  El unipersonal de Mariela Admerjian en Telefé ya es un éxito.  Finalmente, no firmaron un solo papel, solamente un contrato oral que funciona a la perfección.

 

El doctor Rodolfo R. Rivarola, titular del estudio legal que lleva su nombre y que representa a la familia desde hace años, y que asesorara a Mariela en la proposición que ella le presentara a Roberto en aquella noche tan frustrante al inicio, como inolvidable al final, se comunica con su clienta y solicita una entrevista.

─Mi querida ─lo familiar del trato se debe a conocerla desde que era una niña─, estoy más que contento de tu próximo casamiento.  Pero considero una obligación indeclinable hacerte una advertencia.  Creo imprescindible, dada la disparidad de fortunas de Roberto y vos, hacer un buen contrato prenupcial y…

Con una amplia sonrisa, Mariela le corta el discurso:

─Estimado don Rodolfo, apenas hablamos de casarnos fue Roberto quien me habló del acuerdo, justamente por el mismo motivo que usted está marcando.  Le dije que no, que de ninguna manera.  Y ahora le digo lo mismo a usted.  Claro que desde ya agradezco su buena intención.

El maduro hombre de leyes, que ha sido testigo de las mayores mezquindades que se puedan imaginar, ha visto la determinación de su clienta.  Frunce ligeramente el ceño, se queda charlando unos minutos y se retira.  ¡Esto no termina bien!

 

El doctor Rivarola y señora se están emperifollando a full.  En un par de horas es la recepción que ofrece el matrimonio Admerjian-Álvarez con motivo de cumplir los diez años de felices esposos.  ¡Caray… que me equivoqué fiero hace diez años!  Jamás pensé que esta pareja sería un éxito tal.  Tenía razón la muchacha en rechazar mi propuesta de acuerdo prenupcial…  ¿Para qué?