Un hombre va a matar… pero aún no lo sabe

por C. Fernández Rombi

04 sep 2017

 

 

Al caer la tarde, el hombre entra en un bar de la Avenida Montes de Oca y Finochietto.

 

El sobre, en el bolsillo interior del saco, marca su funesta presencia. De momento no quiere pensar en eso; pide un café y se lamenta, una vez más, de la prohibición de fumar en los lugares públicos.

 

El contador Juan Pérez, jubilado reciente, y su mujer, Graciela, viven solos en una casa que quedó grande por la partida de los dos hijos. Casados y con residencia en Madrid, no puede evitar una sonrisa. ¡Dos argentinos instalando un bar de tapas en Madrid! Ellos nunca pensaron en que no disfrutarían el día a día del crecimiento de los nietos. ¡Qué lástima!

 

Ha pasado frente a este bar por años sin entrar, pero hoy un viejo bolero en la FM del auto lo volvió a la juventud y quiere repensar su vida, antes del encuentro con la única mujer que ha amado. Amor que lleva años y no cede, que ha perdido la pasión inicial pero cristalizó en un cariño sin fisuras, de tal forma que ninguno de los dos puede imaginar el resto de su vida sin el otro. Y ahora que están solos, se sienten más dependientes, más compañeros…

 

Saborea el café y recuerda sus primeros bailes de carnaval en el Racing Club Anexo de Villa del Parque. A los veintiuno conocería a Graciela y moría su corta vida de Don Juan. Hubo sí alguna otra, pero ya no recuerda nombre alguno. Ella era la esperada.

 

El observador piensa. Los seres humanos buscamos, conscientes o no, un amor de calibre único y total… la mayoría nunca lo hallamos. Nos acostumbramos a retazos, parcialidades, que terminan por agostarse o, peor, caer en lo opuesto al amor.

 

Antes de volver a su actualidad, se hace un momento para recordar su niñez y sus hermanos, la primaria y todo ese mundo adolescente que es parte intransferible de su vida. Linda. Pasará también, ¿cómo no?, por el Comercial Carlos Pellegrini, la facultad… y después la vida. Con sus más y sus menos. La noche avanza sobre el crepúsculo y sabe que debe volver a casa. Donde Graciela lo espera ansiosa. Consciente que esa ansiedad será hoy mayor que de ordinario.

 

El observador piensa. El recuerdo y el hecho que lo origina se asemejan, pero nunca son fidedignos el uno con el otro. A veces, concuerdan en lo más importante, otras, ni eso. Normalmente, el recuerdo es de superior calidad al hecho. Afortunadamente.

 

Ya pasó por la farmacia a comprar el ansiolítico que recetó el médico. “Cuando usted se anime a darle la noticia, algo que sugiero no demorar, su mujer va a necesitar algo que la tranquilice, esto le va a venir bien… quizás también usted debiera tomar alguno; a veces, hacerse el guapo no sirve de nada.”

 

¿Cómo se le dice al ser amado que su vida está a punto de terminar? ¿Cómo, que lo que era un tumor simple ha devenido en metástasis? ¿Cómo, que el final tiene plazo fijo…? (“No más de seis meses, mi amigo”) ¿Cómo, que inevitablemente, será muy doloroso?

 

Arriba al hogar y hace un tremendo esfuerzo por colgarse una confiada sonrisa. Pero… ella lo conoce mejor que nadie. ¡Mejor que yo mismo!

 

¡Hola mi amor, te ves muy bien!Graciela, lo mira un largo momento antes de contestar. Luego:

¿Es tan malo, Juancho?

 

No puede responder. Presiente la inminencia de las lágrimas. No quiere. Se saca el saco y trata de ganar tiempo. ¿Qué tiempo? ¡Si lo que no tenemos es tiempo! Busca el sobre y se lo entrega. Ella se sienta y lee con detenimiento. Después de un rato, él comprende que ya concluyó la lectura. Ahora se fuerza a mirarla. Ve el sobre cerrado sobre la mesa. Graciela, con la mirada perdida a través de la ventana, es habitante de un mundo en el cual, en este momento, él no tiene cabida. No sabe qué decir. Todas las frases de consuelo, pensadas y repensadas, se borraron de su mente. Es ella quién habla:

 

Juancho, sabés bien como pienso. Lo que deba ser, será… así que, por favor, no sufras ni te lamentes. Por otra parte, desde el mismo día de la última consulta y la batería de análisis, lo presentía… ¡ánimo querido mío!Ahora sí, el hombre no se puede contener y estalla en llanto. Un llanto crispado que lo asume. Se odia por eso. Graciela, lo acaricia con ternura. ¡Ella me alienta a mí!

 

Han pasado dos meses y el tema está instalado.

 

No quiero seguir sufriendo. No quiero que nuestros hijos se enteren. No quiero que me veas sufrir cada día. Por favor, mí querido, ayudame. Te pido un último gesto de amor… tal vez, el más grande y el mejor de nuestra hermosa vida en común─. Su tono es el de la convicción perfecta.

 

Un mes después, Juan está en el mismo bar al que entrara tres meses atrás con el funesto sobre en el bolsillo. También, como aquel día, previamente pasó por la farmacia. Ya no para comprar un calmante, ahora se trata de morfina en cápsulas blandas. Recetadas por el médico y cuya dosificación aumenta semana a semana.

 

Sabe lo que debe hacer. Pero qué difícil es. Aunque sea por un pedido manifiesto del ser que uno más ama. Sus manos, con los dedos entrelazados como en la oración cristiana, permanecen sobre la mesa. El café, intacto, se enfría sin remedio. Sabe que las lágrimas ruedan por su rostro en forma suave y apacible. Su reserva está agotada. Sabe que aún le resta mucho sufrimiento a su compañera. Sufre.

 

Esa noche, como ya es habitual, Graciela está inmersa en el sopor de la droga. Aún así, su gesto es de dolor. No hay más tiempo. En la cocina, vacía la totalidad de las cápsulas en un platito. La tetera avisa que el agua está a punto. Como ajeno a sí mismo, prepara la infusión, la azucara en exceso y le agrega el contenido del plato. Va al cuarto y con dulzura habla con esa mujer que escucha pero no tiene fuerzas o ganas para contestar.

 

Graciela te traje un té. Tomalo mi querida, te va ha hacer bien─. La ayuda, ella ya no ingiere nada sin ayuda. Cuando Graciela concluye, besa su frente durante largo tiempo.

 

Se recuesta a su lado hasta la mañana siguiente. Graciela ha partido. Arregla su cabello y corre la sábana hasta tapar su pecho… no se anima a más. Redacta una larga carta. Luego sale, pasa por el correo y la despacha vía aérea.

 

Consciente de que es una tontería… un gesto inútil, desatinado. Consciente de que Graciela no querría en modo alguno que hiciera eso…

 

Se dirige a la seccional policial.