Similitud histórica
por C. Fernández Rombi
20 ago 2018
(O del flaco ─flaquísimo─ favor que se le puede hacer al amigo provisto de las mejores de las intenciones)
Los héroes de estas historias tan distintas ─como de igual resultado negativo─, son: Manuela Sáenz y Herminio Iglesias.
Manuelita era la amante, admiradora y ferviente defensora del Libertador Bolívar; Herminio, el candidato a gobernador de Buenos Aires en las elecciones de 1983, que acompañaría la fórmula presidencial peronista: Luder-Bittel enfrentado a la radical de Alfonsín-Martínez.
Ambos, Manuela y Herminio obraron con el mismo ímpetu y entusiasmo para defender a sus líderes y ambos, consiguieron un resultado totalmente opuesto al buscado.
Manuelita
Corre el año de 1828, esta mujer de belleza y temple fuera de lo común ya había demostrado indiscutiblemente su devoción por el Libertador. (A la cual Bolívar correspondía sin remilgos).
A la sazón, el Capitán Francisco de Paula Santander es el Vicepresidente de Bolívar; ya ha comenzado la separación de aguas entre ambos y se perfila día a día como un rival político de fuste para el hasta entonces indiscutido soñador de la Patria Grande. Es ésta y no otra la razón del odio de la mujer hacia el Capitán Santander.
Es el 25 de setiembre de 1928, en la Quinta de Bolívar se realiza un sarao como los de las grandes ocasiones. Santander no ha sido invitado. Los dulces y bizcochos, hechos por las mismas manos de Manuela ─secundada por un ejército de criadas─, serían degustados por aquellos asistentes. En medio de la rumba construyen a instancias de la mujer, un muñeco de trapo con un letrero-banda que decía: “Francisco de Paula Santander, muere por traidor”.
Lo colocaron contra una de las paredes de la quinta. Un presbítero, se acercó al mismo e hizo como que le recibía la confesión. Acto seguido el batallón Granaderos dispararon sus armas… ¡Fusilando al muñeco! (Dicen que murió sin una queja)
Total nada, casi un chiste en una noche de fiesta. La misma noche del fusilamiento, al enterarse el Libertador ─cuenta su principal historiador─ una sombra cruzó por su frente y musitó: “Qué caro me va a salir esto”.
En los días siguientes la noticia se desparramó como un reguero de pólvora. La popularidad del Libertador llegó a sus niveles más bajos ─y ya no subiría─, por contraposición la del Vicepresidente creció de manera sostenida.
Luego, Bolívar moriría de tuberculosis, Santander asumiría la Presidencia y la bella Manuelita Sáenz sería expulsada para siempre de la Gran Colombia.
Herminio
Superada la desgracia política de los Años de Plomo en la Argentina, se celebrarían comicios libres y democráticos. Los oponentes principales: Luder y Raúl Alfonsín. Herminio acompañaba al peronismo como candidato a gobernador de Buenos aires, Todo parecía indicar que, una vez más, el peronismo sin Perón superaría al viejo tronco radical.
El cierre de la campaña de la fórmula justicialista Luder-Bittel fue el viernes 28 de octubre; dos días después del cierre de Alfonsín y dos días antes de las elecciones presidenciales. El lugar fue el mismo que eligió el radicalismo, el Obelisco.
El peronismo logró congregar aún más personas que el radicalismo. Los diarios estimaron entre 800.000 y 1.200.000 con gran participación de sectores obreros y sindicales. Luder aparecía con ventaja sobre el radical y no esperaba sorpresas. En el cierre de campaña sólo habló Luder y estaban presentes en el palco los dirigentes sindicales Lorenzo Miguel y Herminio Iglesias. Desde la multitud, se escuchaba: “Siga siga siga el baile, al compás del tamborín, que el domingo lo aplastamos, a Raúl Alfonsín.”
Momento exacto en el cual Herminio hace trasladar al escenario armado frente al Obelisco un gran ataúd que había hecho realizar exprofeso. La grandes letras con la sigla de la Unión Cívica Radical, lo ornamentaba. Algo de combustible, un fósforo, las llamas y los vítores. Se vio muy lindo por la TV. Un viejo periodista de La Nación, ubicado muy cerca de Luder, comentaba que éste dijo: “Qué caro me va a salir esto”. Dos días después, perdía las elecciones por más de dos millones de votos y entraba en un cono de sombras parecido al del Libertador ciento cincuenta años antes.
Moraleja
En estos dos casos de la historia, la moraleja parece tan evidente que sólo en un acto de soberbia, el autor puede ponerla por escrito. ¡Bien, allá voy…! (y con rogativa incluida:) “Que el Altísimo me proteja de mis amigos, seguidores y/o amores; de los enemigos me protejo solo”. Amén