por C. Fernández Rombi - 23 sep 2018

 

El hombre cincuentón, bien vestido, está un poco pasado de peso. Rezago de antiguo galán… aún no resignado, suele tomar el aperitivo de la noche en esta confitería de Rivadavia y Medrano… Sus ojos panean sobre la concurrencia ¡acá no hay pobres!, en ese momento repara en la hermosa muchacha que toma un café sin apuro. Por instinto, adopta su mejor perfil, su pose de impacto; busca su mirada y la encuentra. Ensaya su mejor sonrisa. Ella, no responde pero hay calidez en sus ojos y no rehúye su mirada.

 

Traen su Martini y se lleva la copa a los labios con afectación… ¡se siente ganador! La bebida viaja por conducto equivocado. Se atora. El romeo hace un esfuerzo brutal por contener la tos. Fracasa. El acceso concluye con sus ojos llenos de lágrimas. Ahora, sin mirarla, trata de recomponerse. ¡Qué mala suerte! Bueno… le pasa a cualquiera.

 

Busca nuevamente esa mirada que lo ilusionó. Ya no está.