por C. Fernández Rombi - 16 jun 2018

 

De noche, tarde... deambulo frente al cementerio. Quizás, un poco pasado de alcohol.  Ni siquiera sé cómo llegué hasta el lugar.

 Hace frío, el viento arrecia y los truenos cantan su vieja canción.

 De pronto, caigo en la cuenta de que tengo miedo... ¡tiemblo!

 Las viejas leyendas de fantasmas que contaba mi abuelo cuando era un chico me asaltan feroces.

 Caigo en la desesperación de la espera de aquel que venga a llevarme al mismísimo trasmundo.

 Veo a un hombre a un par de metros... parece tan asustado como yo.

 Me acerco, lo miro. Su presencia me serena y “agranda”, lo tomo de un brazo y le brindo la mejor de las sonrisas. Me habla.  Su voz es cálida y aumenta mi calma.

 No percibo sus palabras con certeza. Acercándome le digo:

─Por favor hermano, en voz más alta... ¡estoy ansioso de escucharte!

 Luego de un breve silencio me contesta, ahora sí con voz clara y plena de determinación:

─Carlos Alberto he venido a llevarte... ¡Vamos!