por C. Fernández Rombi – 12 may 2019
Rodolfo espera. Días atrás cumplió cuarenta y siete, tiene mujer y dos hijos. Un año antes, su mente liberó una molesta chispa.
Empezó en el asado que le hice al Fede cuando cumplió los dieciocho. Hasta ese momento nunca había cuestionado mi masculinidad. Ese maldito día, me sorprendí a mí mismo con la vista fija… Clavada en Julián, uno de sus amigos de la secundaria. Atleta con cara de galán. Tan distinto al Fede que todavía parece un chico. Esa noche me costó conciliar el sueño… El suave e intermitente ronquido de Nilda no ayudaba. El recuerdo vívido del muchacho semidesnudo, tampoco.
El hombre, analiza la vida amorosa en su matrimonio. La relación de amistad y compañerismo… bien. El sexo… casi inexistente. Ni ella ni él tienen gran interés.
Hasta el día de esa visión perturbadora de Julián en la piscina, me masturbaba con las porno de Internet. A partir de ese momento me volqué a las páginas gay. Odiándome.
Espera. Un año de esa historia y Rodolfo ha decidido concretarla. El lugar de la cita, este bar con reservados del Paseo Colón. En el box más escondido del lugar en penumbras. El sujeto de su iniciación, un joven taxi boy contactado en la Red. Charlan, el otro lo mira en forma sugerente, pone su mano sobre la suya, luego la llevará hacia su entrepierna…
¡La tiene dura! No puedo evitar la excitación… estoy a mil.
Apenas terminada la negociación, el muchacho expone su virilidad. Lo toma de la nuca y lleva su cabeza hacia abajo… El excitado hombre maduro, experimenta una sutil sensación de rechazo, pero ya su boca entra en contacto con el miembro arrogante del servidor.
Un hombre de rostro desencajado sale violentamente del bar. Llega hasta el cordón de la vereda y… ¡vomita entre espasmos!