por C. Fernández Rombi – 20 may 2019
A las seis de la tarde, los chiquilines descansan de la pelota. Sentados o tirados en la vereda. Alguno, con la espalda apoyada en la pared, otro, echado sobre el piso… Todos, despatarrados. Cada uno en su postura más cómoda.
Uno de ellos, de expresión soñadora, expresa un deseo:
-Me gustaría ser un pajarito.
No haya el menor eco. Sin embargo, de a poco, uno tras otro empiezan a silbar. Son canciones pequeñas y distintas… Hasta que, sin habérselo propuesto, llegarán a concretar un sonido homogéneo. Que culminará en una sonatina simple y agradable.
Cuando la melodía se generaliza… comienzan a levantar vuelo sobre las casas bajas del barrio humilde. Vuelan con deleite y amplias sonrisas.
Al rato, uno de ellos cae y se estrella en el pavimento. Así, uno tras otro, irán desertando del vuelo y, sin excepción, cayendo.
El último en precipitarse, es aquel que había manifestado su deseo primordial. Alcanzará a modelar en el último instante un pensamiento formal:
-A la final, este sueño de ser pajarito no sirvió ni pa’ mierda.