por C. Fernández Rombi – 24 jun 2019

 

Aplasta sobre la vereda el décimo pucho.  Hace rato que espera.  Sabe, por supuesto, que es una locura.  No lo puede evitar.  Ese beso de su alumna adolescente, dado al pasar en el corredor de la escuela, lo ha quemado por dentro.  Lleva una semana perturbado por ese beso en la boca.  No puede pensar en otra cosa.  Hoy, en la mañana escolar, ella dejó una nota en su escritorio:

“Te espero a las cinco en Beiró y Carrasco.  No me falles”

Alejandra

 

A fin de año se jubila… pero en este momento, el profesor de Castellano, no piensa en el retiro ni en los treinta años en la misma secundaria ni en su mujer ni en sus hijos ni en sus nietos.  Hace años que dejó de fumar; desacostumbrado, el pecho duele y arde la garganta.  Su mente y su corazón están centrados en esta cita con su hermosa alumna adolescente, Alejandra.

 

Comienza a relajar, afloja la postura erguida, sus hombros bajan; ya son pasadas las seis y ella no aparece…

 

Quizá sea mejor así.  Si ni idea tengo de cómo manejar esta cita amorosa y loca.  Fuera de todo orden y concierto; andate a casa… ¡viejo loco!

 

En ese mismo momento la ve venir hacia él, radiante y hermosa…  Pasa a su lado y le hace un guiño cómplice.  Va tomada del hombro de un compañero.  Alelado, emprende la vergonzante retirada…

 

Un divertido grupo de sus alumnos camina detrás de la parejita.