Extendido romance con pena

por C. Fernández Rombi

30 nov 2016

 

 

Thomas apoya su fusil contra un árbol y cae derrengado en el barrial.  Sucio, agotado, aterrorizado…

 

Recurrirá al único vínculo con su vida pasada: “su diario”.  El que su novia le regalara antes de partir.  Su vida de ser humano terminó cuando lo trajeron a esta zona perdida del Pacífico Central para luchar contra los japoneses. Cada vez que lo saca de la mochila ─previo a todo─ mira la foto de la muchacha y lee, una vez más, una vez más, una vez más, una vez más y más… la dedicatoria de la joven: “Con amor, Laurie Mae”.

 

 

Limpia el barro de sus manos con el agua de un charco, luego las seca en el uniforme.

 

Creo que 17 de agosto de 1944

 

Querida Laurie:

Mi muy amada, cada día que paso en este infierno te extraño más. No puedo dejar de recordar sin desmayo nuestros días de secundaria, tu amor y nuestro soñado baile de graduación (¡eras la más linda!), nuestras salidas y sueños, los hot dogs en la feria, los besos que ahora parecen tan pocos, tan cortos y tan lejanos; también mi familia… No sé si vas a creerme, pero el sólo recuerdo de la galería del frente de mi casa con su mecedora doble, en la que tejimos mil ensueños, me provoca el llanto.

Tengo veintiún años y me siento un ex hombre. El terror constante a la aparición de los amarillos, los mosquitos, la lluvia interminable, el fango pegajoso y siempre presente… me agotan. No puedo más… ¡tengo miedo!

Mi único consuelo es recordarte y revivir los sueños compartidos. Aunque debo de confesarte, y no debiera hacerlo, que en este maldito lugar más de una vez pierdo todo vestigio de esperanza. Toda ilusión de volver y ser tuyo.

Aun así queda, siempre queda una pequeña luz que me impele a seguir; a tratar de mantenerme vivo, de volver a tus brazos.

De ser, como ambos nos prometimos, felices para siempre.

Mi muy querid

 

No completará esa última anotación, tampoco oye el sonido del disparo fatal. Su pecho estalla en una mancha carmesí y el diario se desliza de sus manos.

 

El francotirador japonés sonríe ─es una mueca sin alegría─, sabe que su disparo fue certero.  No necesita confirmación alguna. Anhelaba ser médico en África.

 

Este, es el segundo yanqui que atrapa hoy la mira de su fusil.  Él se limita a oprimir el gatillo…  Y, cada vez, muere un poco de sí mismo.

 

Setenta años después, “el diario” de Thomas “Cotton” Jones, depositado en el Museo Nacional de la Segunda Guerra Mundial, llega a las manos de Laurie Mae Davis.

 

Es el 24 de abril de 2013. Sus hojas frágiles y las letras amarillentas… tiemblan y bailotean en las manos de esta Laurie Mae de noventa años.

 

El diario está al límite de lo legible.  Ella, asumida por un dulce y cálido llanto, al límite la vida.