por Carlos Fernández Rombi – 10 abr 2021

 

Ezequiel Antúnez y la mujer que lo acompaña se ajustan los cinturones.  El vuelo 922 de Lan Chile empieza el carreteo para despegue desde el Aeropuerto Internacional de Ezeiza, con destino a  Miami.  Está relajado y contento; su ubicación en first class ayuda a su felicidad. Esta es su última escapada antes de las Bodas de Plata para las cuales Victoria, su mujer, planifica “la gran fiesta gran” en la residencia de San Isidro…

 

No me puedo quejar, tengo un buen matrimonio.  Victoria es una mujer brillante, dulce y comprensiva.  Además, a punto de cumplir los cuarenta y cinco está espléndida.  Pareciera, al decir de nuestros amigos, más mi hija que mi esposa…  Estos putos kilos de más, las canas y las arrugas prematuras para mi medio siglo refuerzan esa malévola idea.  Nuestros pendejos, Juan Cruz y Nazareno, crecen fenómeno y son bastante educaditos y manejables para esta época tan complicada.  Vicky, a más de sus relaciones, tiene la Administración de la Cooperadora del Hospital de San Isidro, su canasta uruguaya y sus reuniones sociales.  En fin… no tiene tiempo de aburrirse.  Y por si fuera poco, con nuestra casa demasiado grande hay que ocuparse del personal estable, jardinero, mucama y mayordomo…  La casita de mis viejos de La Paternal, donde mis dos hermanos y yo compartíamos el dormitorio, quedó muy lejos.  La inmobiliaria cada vez anda mejor y ahora le tengo una fe tremenda al emprendimiento del barrio cerrado en Pilar que acometemos con tres firmas colegas…  ¡Nos va a llover leche!

 

Pero… ¡hay que joderse!  El avión no termina de despegar y Marita ya está amodorrada.  Le envidio la facilidad, a mí me cuesta un Perú.  Nos prometimos disfrutar esta semana de arena y sol en esa belleza que es Miami.  La  Convención Anual del Rotary me dio la excusa perfecta…  En más de una ocasión me detengo a pensar que esta relación está durando más de la cuenta, ya lleva cuatro años y no es mi idea de una aventura… En fin, en estos días no voy a pensar en el tema.  Pero a la vuelta voy a tener que hacerlo… ¡sin dudar!  Me gustaría ser mormón y poder tener a mis dos mujeres en la misma casa; además, sería mucho más económico que mantener dos hogares.  Pero a mí se me dio así… ¡agua y ajo!  No me quejo, a una la amo y la otra me gusta un montón…  Además es una fiera en la cama…  Suena a hijo de puta; bah, la mayoría de los hombres me entienden.  Pero se avecina una época de mucho laburo y esta doble vida puede interferir…  Si las cosas se dan como pintan, en un par de años voy a pasar de rico a millonario…  ¡Qué joder!

 

El hombre, dándole una ligera mirada a su amante, se afianza en la idea de que en las próximas horas no va a tener diálogo alguno.  Filosóficamente, le pide a la sobrecargo Ni duda, hasta las azafatas son más lindas en la primera clase un whisky importado y se decide a acometer la lectura del único libro de su equipaje.  Cierto que él no es, ni con mucho, un adicto a la lectura, pero uno de sus nuevos socios le ha recomendado y regalado, lo cual es mucho mejor Yo prefiero gastarme la mosca en un buen puro antes que en un libraco la novela de Fernández Rombi “Martina… y los Años de Plomo”.  Hummm... bastante  voluminosa para mi gusto, pero por lo menos le voy a dar una ojeada para poder hacerle  algún comentario a este Enrique, que además de tener mucha más guita que yo, es evidentemente más ilustrado… ¡que se curta!

 

Ya con el panzón vaso en su mesita, toma la novela y se dispone a leer.  Bue… por lo menos la dedicatoria  Apenas abre el libro, su atención es atraída por un pequeño sobre que cae en sus piernas.  De inmediato, es presa de una premonición desagradable.  Saca la única hoja de la misiva y busca una firma que no existe… pero el texto en la impersonal letra volcada por la impresora no permite duda alguna:

“Mi muy querido: antes que nada, quiero ratificar lo que te dije hoy antes de que partieras: disfrutá en grande y descansá lo más posible… ¡lo vas a necesitar y mucho!  Espero que vos y tu novia pasen unos días maravillosos en Miami.  Bueno, de eso no tengo dudas.  Vos, me dicen,  sos muy cariñoso con ella y, supongo que tu Marita lo es aún más...  Por si te resulta de algún interés, te comento que esta misma mañana, mientras vos iniciabas tu vuelo bien acompañado (y seguramente con tu querido whisky a mano) mis abogados están presentando una querella en tu contra…:

‘AUTOS CARATULADOS: CAMPOS VS. ANTÚNEZ: Divorcio vincular basado en infidelidad notoria y manifiesta de la parte demandada.  Se solicita división de bienes según las acreencias que cada integrante de la sociedad conyugal tiene en su favor.  Solicitamos asimismo manutención de la parte demandada para dos hijos menores y costas y honorarios legales a su cargo. SERÁ JUSTICIA.’

Mi amor, vos sabés mejor que nadie que los abogados siempre creen saberlo todo.  Bueno, los míos, en su soberbia, piensan que este juicio es soplar y hacer botellas y que te van a hacer bolsa…  ¡Qué descaro!  Claro que lo fundamentan: seguimiento y relevamientos fotográficos de vos y tu novia desde hace más de un año, el departamento de la calle Junín comprado a tu nombre y en el cual vive ella (me aseguran que es muy bonito: te felicito); constan también pagos de expensas y servicios, regalos, joyas y cenas…  Todo pagado con tu Visa.  Bueno, no vale la pena seguir.  La cantidad de pruebas documentadas es tan grande que te llevaría todo tu viaje si te la detallara…  Creo, mi querido, que no has sido nada cuidadoso.  Ya podrás comprobarlo in extenso en la causa.

Nota: Recordarás que por tu problemita impositivo de años atrás, el curso de martillera y la colegiación respectiva, así como la totalidad de la documentación de la inmobiliaria, están a mi nombre…  Conclusión: en adelante solo podrás tener acceso a mis oficinas como cliente.  Hoy hacen el recambio de todas las cerraduras exteriores.

Y ahora mi querido ya estás listo: ¡a disfrutar Miami! ¡Ciao, amore!"

 

Dos manos, a cada momento más temblorosas, dejan sobre la mesa la bebida sin tocar, el libro y la carta.  El hombre comienza a experimentar una taquicardia desconocida y creciente a lo que se suma una puntada en el pecho que le dificulta respirar.  Piensa un instante en despertar a su acompañante, pero le causa terror que entre explicar la situación y el parloteo que sin dudas  sobrevendrá, el infarto se haga imparable.  Se agarra a los apoyabrazos y trata de respirar hondo…  No lo consigue, pareciera que a cada instante el aire le escasea más.  Trata frenéticamente de pensar en sus cosas y, también de no pensar en nada; fracasa en ambos intentos.  Solo una sucesión de palabras aisladas sin aparente conexión llegan a su cerebro sin ser llamadas.  Volver y luchar, volver y pedir perdón, Visa, depto Junín, alhajas, cenas y hoteles, volver y luchar, volver y pedir perdón, membresía del CASI, inmobiliaria, titularidad  de sus bienes, martillera pública colegiada Victoria Campos, Victoria, Victoria, Juan Cruz, Nazareno…  Dios mío… ¿qué hice?

 

Sin que él mismo caiga en la cuenta, todas esas palabras dispersas e inconexas se van resumiendo en una sola y única que suena en su mente como sonsonete sin final.  Pelotudo, pelotudo, pelotudo, pelotudo, pelotudo…  Su mente va cayendo en un abismo que le impide todo pensamiento.

-Señor…  ¿Algún problema con su bebida?  No la ha tocado.

La gentil azafata se maneja con la soltura y simpatía para las cuales ha sido adiestrada.  Ante la falta de respuesta, desconcertada, mira atentamente a su pasajero y lo que ve no le gusta.  Sin proponérselo, levanta el tono de voz.

-¡Señor!  ¡Señor, por favor!  ¿Se siente bien?

Su voz, ya inevitablemente destemplada, despierta a la bella durmiente, quien se hace cargo en un instante de la situación.  Ambas mujeres tienen miedo, un miedo que crece a cada segundo por el balbuceo incomprensible del pasajero.  La mirada vidriosa y desconocida del hombre las aterra.  La primera en reaccionar es la azafata:

-Señora, desabróchele el cuello y las mangas de la camisa…  ¡Voy por ayuda!