por Diego Kochmann – 04 nov 2022

 

Como todos los miércoles a la noche, se celebraba la reunión cucarachil en el segundo subsuelo del viejo edificio de la calle Mugrosienta.

–Con tristeza debo decirles –tomó la palabra una de las cucarachas más veteranas– que esta semana han caído en combate mil trescientos veinticinco compatriotas. Setecientas seis a causa de diversos insecticidas, el resto por pisotones y chancletazos.

 

Desde todos los rincones comenzaron a oírse gritos de protesta, que invadieron el ambiente con un ruido ensordecedor. Instantes después, las miles y hasta millones de cucarachas unieron sus voces para entonar uno de sus himnos: “Malvados humanos”.

 

Al rato, cuando el bullicio perdió algo de intensidad, una cucaracha que estaba en el techo, boca abajo, estiró una de sus patitas para pedir la palabra. Las demás miraron extrañadas los redondeles blancos y naranjas que tenía pintados en el tórax.

–Los humanos son muy poderosos para nosotras –dijo en voz alta, luego de presentarse como Carlota–, por eso no nos conviene entrar en una guerra abierta contra ellos. Debemos ser astutas y preguntarnos por qué nos odian tanto y no así a otros insectos, como las vaquitas de San Antonio, por ejemplo. La razón es una sola, y muy simple: es que somos horribles. Sí amigas, reconozcámoslo. Ese es el motivo por el cual nos desprecian. Y nosotras, en lugar de pelear contra ellos, debemos tratar de hacernos sus amigas. Tenemos que caerles simpáticas, que nos tomen cariño. “¿De qué manera?”, se preguntarán. La respuesta es simple también: ¡poniéndonos más lindas! No por otro motivo es que antes de venir para acá me depilé las seis patas, me corté un poco las antenas y me hice decorar el cuerpo con estos colores alegres.

 

Las demás cucarachas, maravilladas, empezaron a aplaudirla, ¡porque de veras estaba bonita! Y corearon su nombre a viva voz: “¡Caarlooota! ¡Caarlooota!”. Seguramente con ese nuevo aspecto, pensaron todas, a ningún humano le nacería ese odioso instinto de aplastarla bajo su zapato al cruzársela en el baño o la cocina.

 

Al siguiente miércoles, estaban todas reunidas para seguir hablando de sus cosas salvo, por supuesto, las casi mil quinientas que habían sucumbido aquella semana. Pero sobre todo, las cucarachas esperaban a Carlota, para que les contara cómo le había ido. Pero ella…, nunca apareció.