por Diego Kochmann – 09 sep 2023

 

Maestro

Afirmó el escritor: “El principio de un cuento debe ser como una rampa con una cáscara de banana en el medio. Después de semejante porrazo, el lector no va a volver a distraerse hasta el punto final”.

También dijo: “Resulta muy fácil saber cuándo un libro está terminado. Hay que sujetarlo por el lomo y sacudirlo con fuerza. Si no cae ninguna palabra sobre la mesa, significa que ya está listo”.

Continuó el maestro: “Escribir es zambullirse de cabeza en el interior de uno mismo. Todos esos mundos nuevos y maravillosos por descubrir no están afuera, sino dentro de uno. Y hacia allí hay que viajar, llevando dos bolsos por todo equipaje: uno cargado con todas las lecturas y, el otro, con las vivencias propias”.

Y siguió desparramando sabiduría: “Muchas veces me preguntaron cómo se me ocurren las ideas, pero lo cierto es que a mí no se me ocurre nada. Resulta que en mi casa viven unas mariposas prácticamente invisibles, que todo el tiempo revolotean a mi alrededor, cargando una idea en el lomo. Como son casi ciegas, y un poco torpes también, a cada rato se chocan conmigo y se les caen las ideas dentro de mi cabeza”.

La sala quedó sumergida en un silencio absoluto. ¿Sería por asombro? ¿Por admiración? ¿O tal vez por indiferencia y aburrimiento?  Eso nunca lo sabremos.

 

Cautivos

Observando a toda esa gente en la calle, hablando con sus celulares, mandando mensajitos, jugando o comprándose algo, sentí que estos aparatos eran como esas bolas de acero súper pesadas que llevan los presos a cuestas, de las que es imposible desprenderse.

Entonces, con horror, y también con bronca, me di cuenta de que yo estaba en la misma que todos. ¡Pero no! Yo quería ser libre. Con rabia, lo saqué de la mochila y pensé arrojarlo lo más lejos posible. Y ya estaba tomando impulso con el brazo, cuando se me ocurrió que quizás podría llamarme mi mamá, o mi novia, o Delfi, que me tenía que contar cómo le fue con su amigo nuevo. Además estaba esperando un llamado importante de la oficina… Y también teníamos que arreglar con los chicos para salir el sábado, y con los de la facu, para reunirnos para el parcial del jueves… Y me iba a comprar unas zapatillas por Mercado Gasto…

Juro que intenté deshacerme de esa horrible bola de acero, pero no pude. La cadena que la tiene atada a mí es indestructible.

 

Se acumulan los años, ¡y los kilos también!

Se detuvo ante aquella fotografía, flanqueada por un original marco de madera tallada que colgaba en una de las paredes del comedor. Esbozó una sonrisa dado que no recordaba haber sido tan delgado. Pero, claro, habían pasado al menos cuarenta años. Y aunque aquel retrato le traía buenos recuerdos, decidió que era tiempo de reemplazarlo por uno más actual. Buscó una foto de sus últimas vacaciones en la computadora ("la menos desastrosa"), la imprimió en el tamaño adecuado e hizo el cambio.

Tras colocarle el vidrio protector, fue a su habitación a descansar un rato, y estuvo a punto de conciliar el sueño cuando un fuerte ruido lo despabiló. Aturdido, corrió hasta el comedor y se encontró con el cuadro en el piso, boca abajo y, entre los pedacitos de vidrio desparramados por todos lados, yacía moribundo el clavito, todo retorcido de dolor. Lógico. El pobre había sostenido ese nuevo peso todo lo que pudo, ¡hasta que no aguantó más!