por Diego Kochmann – 05 ene 2024
Por supuesto que el problema de Karina no era de los más graves, pero tampoco había que ignorar que algo andaba mal con ella. Es que no le gustaba el chocolate, ni siquiera el blanco, el que viene con almendras o en rama. Ninguno. Cada vez que le ofrecían, en lugar de que se le abrieran los ojos como platos y se le hiciera agua a la boca, como a cualquier otro chico, ella giraba la cabeza para uno y otro lado. No había caso, ¡no le interesaba!
Como dijimos, no era peligroso, pero al mismo tiempo se trataba de algo que no debía ser. A todos los niños del mundo les encanta el chocolate, hasta chillan, se pelean y hacen berrinches por una mísera tableta.
Según varios especialistas, el trastorno de Karina podía estar en sus papilas gustativas. Entonces le rasparon la lengua con un aparato filoso, que hasta hizo llorar a la pobre niña, para tomarle muestras de sus células. Pero, al parecer, eran totalmente normales. ¿Entonces, qué era lo que le pasaba? Los padres, siempre angustiados, la llevaron a infinidad de médicos y le realizaron estudios de todo tipo, algunos muy molestos. Hasta la internaron un par de días para tenerla en observación.
Y ahí continuaban los científicos, intentando descubrir el mal de la pequeña, que no comprometía para nada su salud. Sin embargo, había que encontrarle la solución. ¡Karina debía ser una niña como todas las demás!