Tierra del Fuego invadida por castores canadienses

por Osvaldo Pimpignano

22 feb 2017

 

 

La Isla de Tierra de Fuego tiene el privilegio de contar con la ciudad más austral del mundo y caracterizarse por sus encantos turísticos y por su escasa población estable. Es puerto casi obligado de los cruceros en viaje a la Antártida. Entre los atractivos turísticos se destacan: el Parque nacional Tierra del Fuego, El Museo del Fin del Mundo, el Museo del Antiguo Presidio, el centro de esquí Cerro Castor, el Faro Les Éclaireurs (que habitualmente es confundido con el Faro del Fin del Mundo) y el Tren del Fin del Mundo, que originalmente construido para servir a la prisión de Ushuaia y ahora operando para el turismo, es el tren más austral del mundo en funcionamiento.

 

La provincia comprende el sector argentino de la isla Grande de Tierra del Fuego. Al parecer, el origen del nombre de la isla de Tierra del Fuego tiene dos causas posibles: una, la de los fogones que hacían los pueblos originarios, por lo que Fernando de Magallanes (1520) la nombró Tierra de los fuegos al ver desde su barco las fogatas de los Onas; también, por el color rojo que en los otoños prolongados predomina en sus bosques.

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La isla es compartida por Argentina y Chile, países a los que les corresponde la parte oriental y occidental, respectivamente. 21 263 km² pertenecen a la Argentina, con el 48,51% del total; mientras que 22 593 km² pertenecen a Chile, con el 51,49% del total de la superficie de la isla.

 

Pero en Tierra del Fuego no todo es historia y belleza natural. Actualmente, sus casi 130.00 habitantes son superados en número por la población de castores que fueron introducidos en 1946 desde Canadá. El castor es un roedor de interés peletero, es el animal más importante de Canadá para este fin y se decidió introducirlo para ser utilizado en esta industria que finalmente no prosperó y estos animales terminaron generando un impacto negativo, de gran envergadura al ecosistema.

 

La población comenzó con la introducción de 25 parejas, que en absoluta libertad, en un ambiente propicio y ningún depredador natural, alcanzan en la actualidad a más 150.000 individuos.  Inicialmente se los liberó, en la cuenca del río Claro (en el centro de la isla), y de allí colonizaron todo el archipiélago magallánico, inclusive islas chilenas.  Es más, desde mediados de los ’90 hay indicios de su presencia en el continente.  Por esto se analiza un proyecto binacional de erradicación del castor, entre la Argentina y Chile.

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Los castores adultos pesan entre 23 y 25 kilos y suelen tener entre tres y cuatro crías por año.  Cada 18 meses, la población se duplica, se expanden rápidamente y pueden acabar con seis hectáreas de bosques nativos por año, que por las condiciones climáticas son de muy lento crecimiento: una lenga tarda más de 100 años en ser adulta y los castores no le dan tiempo.  Dañan el ecosistema porque sus construcciones inundan las riberas y ensanchan arroyos y ríos, lo que erosiona el suelo y altera la calidad del agua.  En tanto, los árboles anegados mueren por efecto de la inmersión, mientras otros porque son descortezados.

 

Se analiza la posibilidad de una caza o un trampeo más intensivo.  Hay una regulación en Tierra del Fuego que permite que se case de manera libre a lo largo de todo el año a pesar de lo cual no se logra controlar su crecimiento.

 

Todavía no se han resuelto las propuestas de erradicación, que van desde la masacre a la extracción selectiva de animales para su aprovechamiento.  En el segundo caso, la extracción selectiva para su aprovechamiento se lo debe hacer preservando las poblaciones más fuertes para preservar la especie.  De momento la primera opción parece la más probable.

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Esto se justifica por el impacto muy importante al ecosistema.  Avanzó en todos los ambientes del archipiélago de Tierra del Fuego, especialmente tuvo un marcado efecto en el “bosque de ribera”.  El bosque de ribera es importante porque protege al resto del bosque de todos los efectos erosivos, en especial de los vientos produciendo la desestabilización del suelo.  El castor tiene hábitos muy particulares, como roer la corteza de los árboles y construir diques, que tienen una gran superficie, pueden tener hasta 2500 metros cuadrados.  En la literatura especializada, se los denominan “ingenieros hidráulicos”.

 

En 1999 la Secretaría de Recursos Naturales de Tierra del Fuego intento un plan de manejo de la plaga, poniéndole precio a la cola de castor muerto en trampa y no con rifle.  Ahora bien, como el mercado de pieles es oscilante y el precio cambia mucho la propuesta no prosperó, entonces surgió el proyecto de aprovechar la carne.

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Posteriormente en 2005 el médico veterinario Carlos Garriz, del Instituto de Tecnología de Carnes del INTA Castelar, comenzó a estudiar las posibilidades de aprovechamiento de la carne de castor mediante el estudio de 30 ejemplares faenados, que luego se enviaron congelados a la provincia de Buenos Aires. Dicho estudio concluyó que la carne de castor es comestible en tanto y en cuanto se faene para esos fines; posee grasas insaturadas, las que desvelan a los nutricionistas.

 

"La carne cumple los tres requisitos: higiénicos-sanitarios, tiene valor nutritivo y calidad gustativa; siempre desde el punto de vista técnico. De manera que también desde el ángulo nutricional es una alternativa más para el consumo, incluso para el uso gastronómico, por lo que es un recurso totalmente utilizable", señaló el médico veterinario Carlos Garriz.

 

De 15 kilos de peso promedio, el rendimiento del animal es de 5 kilos aproximadamente: son comestibles el lomo, el asado y la paleta. El chef Álvaro Aristizábal, señaló que lo preparó de tres formas: "Pero lo más apetecible resultó la pata trasera al horno, con panceta, acompañada con fideos de chocolate; y no estuvieron mal las patas delanteras confitadas en aceite de girasol.  Esta carne va a tener su hora, igual que el resto de las carnes de caza, como novedad.  Y después, quedarán sus fanáticos y sus detractores", sentenció. Otro chef con una larga experiencia en distintos restaurantes señaló: "Resulta un poco incómodo de trabajar y la carne es un poco negra y grasosa, demasiado salvaje para mi gusto, pero como toda moda puede resultar durante un tiempo".

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Así como es común volver con ahumados y paté de ciervo y jabalí de Bariloche, en un futuro cercano quizá vendrán en la valija potecitos de paté de castor como recuerdo gastronómico del fin del mundo.  Y en los menús de Ushuaia, además de centolla, merluza negra, mejillones y truchas, estará el castor como delikatessen.

 

Independientemente, a estas experiencias gastronómicas le falta un eslabón: un frigorífico de proporciones adecuadas para el procesamiento previo, cosa poco probable vistas la escasa viabilidad económica.  De lo que no queda duda es que la suerte del castor está echada: o sobrevive él o la naturaleza.  Y la decisión será “natural”.