por Patricia Grau-Dieckmann - 08 dic 2021

 

La huida a Egipto en Santa María la Mayor

En una de las cuatro basílicas principales de Roma, Santa María la Mayor, existe una serie de deslumbrantes mosaicos que cubren el arco de acceso al ábside. En ellos se representan escenas de la vida de María y de Jesús y, aunque es el primer ejemplo conocido en el que aparecen escenas de este tipo en el cristianismo, existen otras circunstancias que destacan aún más su importancia.

 

21 12 08 PGD Una huida a Egipto según los evangelios apócrifos Parte 2 1

 

Los mosaicos están distribuidos en tres registros horizontales con escenas a ambos lados del arco. En la clave se encuentra el trono vacío, la Etimasía, que aguarda la segunda venida de Cristo.

 

21 12 08 PGD Una huida a Egipto según los evangelios apócrifos Parte 2 2

 

Aquí ya se esbozan las tendencias del arte musivárico que florecerá en Ravena y en Bizancio: el mosaico remplazó a la técnica de la pintura mural catacumbaria. El procedimiento que utilizaba piedras de colores para formar imágenes era conocida por los sumerios desde tres mil años antes de Cristo. Los romanos utilizaron teselas de mármol natural o coloreado -duras y resistentes, pero con un colorido acotado y más bien opaco- para decorar sus pavimentos. Los cristianos emplearon brillantes vidrios coloreados, incluyendo la pintura de oro, que permitía una variedad de gamas e intensidades colorísticas imposibles de lograr con el mármol. La irregularidad de las caras de las teselas vidriadas permitía que la luz reflejara de diferentes maneras, creando así un ambiente etéreo y fragmentado que, sumado al resplandor del oro, conectaba al mundo celestial con el terreno.

 

El arco de Santa María la Mayor fue construido en 432 y es una clara ratificación de lo dispuesto en 431 por el Concilio de Éfeso en contra del obispo Nestorio (386-451), quien sostenía que en Cristo existían dos naturalezas separadas, la humana y la divina, negando a María como madre de la parte divina.

 

El Concilio declaró que María no solo era madre de Jesús, sino madre de Dios: era la Theotokos. Es por ello que la Virgen es representada con todas las galas de una emperatriz bizantina. Sus vestimentas, joyas, atributos y porte resaltan su maternidad divina. A partir de este momento, María cobrará cada vez mayor preponderancia en la devoción: será la Mater Dei, cuyo monograma es una letra M con una corona.

 

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La huida representada en esta basílica muestra el encuentro de la Sagrada Familia con el gobernador Afrodisio, según lo relata el apócrifo Evangelio del Pseudo Mateo (primera mitad del siglo II). Al entrar la familia a la ciudad de Sotina, cayeron de su pedestal los ídolos que allí se encontraban. Enfurecido, el gobernador sale con su ejército para castigar al culpable de tamaña calamidad, pero reconoce en Jesús al verdadero Dios:

 

“Entraron a una ciudad llamada Sotina y (...) fueron a cobijarse en un templo llamado el Capitolio de Egipto. En él había trescientos sesenta y cinco ídolos, a los que diariamente se tributaban honores sacrílegamente. (...) al entrar María con el Niño en el templo, todos los ídolos se vinieron a tierra, quedando deshechos y reducidos a pedazos. (...). Afrodisio, gobernador de aquella ciudad, vino al templo con todo su ejército (...) Pero (...) cuando entró al templo y vio que todos los ídolos yacían en el suelo boca abajo, se acercó a María, adoró al Niño (...) y se dirigió a su ejército y a sus amigos en estos términos: ‘Si no fuera este Niño el Dios de nuestros dioses, éstos no hubieran sido derribados ni yacerían en tierra’ (…)”.

 

La Virgen María, vestida como una verdadera emperatriz bizantina, es escoltada por cuatro ángeles custodios al uso romano, cual los funcionarios que escoltaban a los emperadores. El Niño, togado, presenta como indicación de su divinidad una forma no común de nimbo crucífero: un halo con una pequeña cruz dorada por encima de su cabeza. José, también togado, es representado como un hombre relativamente joven, de cabello y barba oscuros. La tradición posterior lo ha mostrado como un hombre mayor para no provocar suspicacia con respecto a la naturaleza de sus relaciones con María.

 

Esta iconografía es única y no volverá a repetirse. Un resabio de la misma serán los ídolos solitarios que caen de sus bases como parte del paisaje de las Huidas a Egipto posteriores.

 

Por otro lado, es interesante y paradójico que, en momentos en que estaba bajo discusión la validez de los textos apócrifos, se recreara, basándose en ellos, una inusitada escena para reafirmar el dogma de la maternidad divina, trasladando a Roma la omnisciente presencia doctrinaria del Concilio de Éfeso.

 

Y finalmente, es destacable la apropiación de la Sagrada Familia como miembros de la nobleza gobernante. Efectivamente, la representación de Jesús y de la Virgen como figuras imperiales romanas o bizantinas será una iconografía que se mantendrá a lo largo de toda la Edad Media.

 

Estos mosaicos, únicos para su época en Roma, continúan deslumbrado al visitante y dando pie a numerosas interpretaciones aún no resueltas.