por Uriel Fernández de la Vega 10 jun 2020

 

Transición

Por segunda vez, me resulta placentero ceder,

“mi espacio” a este joven escritor patagónico

C. Fernández Rombi

 

…me di cuenta, que podía elevar mis pies del piso.  Desplegué mis alas.  Danzaron mis plumas con tanta alegría y júbilo, como cuando un pequeño recibe a su madre después del trabajo.  Me sentí vivo.  Pleno.

 

Me tomó mucho tiempo planear el escape de la prisión.  Pensé en todo.  Lime barrotes (que son asperezas).  Grité y pedí ayuda.

 

Mí jaula, con el tiempo, se fue tornando más cómoda.  La fui decorando.  Incluso fregué los pisos, pulí los barrotes, saqué las telarañas del techo.  Sostuve charlas espirituales y sobre actualidad con los insectos.  Hay que observarlos largo rato para comprender cuánta sabiduría cargan.

 

Y como si de un sueño se tratase, mi jaula, mi prisión, se vio inundada por la luz.  De pronto, ya no era un lugar odioso.  Se convirtió en mí templo, y los insectos, mis peregrinos.  ¿Y yo…?  Yo me convertí en Espíritu Santo.

 

Nietzsche me comentó en una fantasía que le pasó lo mismo, pero que debido a su falta de tacto, la condena social lo acorraló.

 

Los barrotes ya no estaban.  Tomé vuelo.  Y volví, gustoso a mí hermosa morada.

 

Tal vez solo fue el día que volví a correr después de dos meses de cuarentena.  O tal vez, dejé de correr y encontré lo que no sabía que buscaba.  Tal vez sí lo sabía, pero correr era más fácil.

 

Pero ahora, yo tengo mi templo, que me llena de luz, y que me permite volar.

 

Bendita tú eres cuaresma, digo cuarentena.  Me recuerdas que todo sigue su ciclo.  Y como siglos atrás, en el exilio (digo, encierro)… ¡encontré la liberación!

 

Tal vez son desvaríos, y simplemente salí a correr después de dos meses de encierro.  Quién sabe, la locura y la cordura se enredan en las sábanas de un cuarto de hotel.

 

Los opuestos siempre se tocan en algún punto.  Las paradojas, tarde o temprano, se reconcilian.