Obsesión
cuando Clinton asesinó a Obama
por C. Fernández Rombi
03 nov 2017
“Soy el hombre más poderoso del planeta. En este primer año de mi segundo mandato ya no caben dudas de que soy uno de los cinco presidentes más importantes de la historia de este bendito país. He dejado muy atrás la patética imagen de Bush. Los logros económicos y sociales de mi administración se cuentan por doquier. Mi mandato termina en tres años y ya no podré ser reelecto, pero… ¿qué duda cabe? Voy a seguir siendo el árbitro del destino nacional y en el 2005 voy a volver a la Casa Blanca. La vida me sonríe y el mundo se inclina a mis pies.
¡Qué madeja maldita! Un momento de distracción y estoy envuelto en un escándalo nacional… ¡por una puta becaria! El mundo se me vino encima. Ya no soy creíble. Ahora tenemos un presidente de piel oscura y, a modo de gran idea, la designa a Hillary, Secretario de Estado; mi ostracismo es total… soy ‘el esposo mujeriego de’”.
El tiempo pasa y el hombre ya maduro, que fuera unos de los presidentes más jóvenes del imperio, no puede olvidar su pasada grandeza. Extraña los titulares de los diarios, la consulta de sus pares, la obsecuencia… en fin, el poder. En ocasiones, su mente busca sin suerte como “volver”. Sabe que es imposible. En ocasiones, desvaría.
20 de enero del 2013: Barak Obama, vuelve a asumir la presidencia. Entre las personalidades políticas invitadas, ocupa un lugar de preponderancia su Secretario de Estado, Hillary Clinton, acompañada de su esposo. En el momento del saludo presidencial, éste exhibe una expresión cálida y amistosa, ambos se saludan con enorme alegría, luego le toca el apretón de manos con el esposo.
El esposo extiende su mano armada y dispara. La pistola, al restallar en su mano, le produce una alegría inmensa.
“¡Ahora sí! Nuevamente… ¡soy el hombre más importante del mundo!”