Año 1883
por C. Fernández Rombi
27 dic 2016
Ni-Mao cree tener unos veinticinco años, tiene esposa y dos pequeñas.
Cada día, previo a ir al sembradío, se hinca y ora, con la frente baja en dirección al gran cono del volcán que se yergue amenazador sobre su isla, Krakatoa.
Desde hace un largo mes sus oraciones se han intensificado, la tierra tiembla en forma creciente; pareciera que el Pa-Volcán estuviera enojado una vez más. Como trasmiten los mayores de generación en generación, cada mil años el Pa-Volcán, desata su furia echando fuego, cenizas y lava; arrasando la isla por completo.
La mente y el corazón de Ni-Mao están puestos en sus hijas; ellas y la mujer están muy asustadas. La mujer insiste con marcharse, hace días que no puede dormir, el temblor de la tierra resuena en sus mismas entrañas…
Pero irse es abandonar todo, el hogar y el sembradío. La fuente de la vida. Por eso, Ni-Mao pone cada vez mayor énfasis en sus ruegos al Pa-Volcán.
El 19 de junio el volcán revienta sin más dilación. Las columnas de cenizas se elevan miles de metros. Ni-Mao y su familia permanecen el día entero tomados de la mano dentro de la choza. Hoy el sembradío quedará sin atención.
Después de mediodía la tarde se hace noche, las cenizas tapan la luz del sol. Días más tarde una terrible serie de explosiones se suceden unas a otras, el volcán de la Isla Krakatoa ha desatado su furia… finalmente, un tsunami barre las costas de Java y de Sumatra. Cientos de cadáveres flotan sobre esas aguas que eran cristalinas y de color esmeralda y ahora son una gris gelatina de piedra pómez y cenizas.
Ni-Mao, su mujer y las niñas yacen entre el cadaverío.
Pero… sus manos ya no se tocan.