por C. Fernández Rombi – 24 jun 2019

 

Aplasta sobre la vereda el décimo pucho.  Hace rato que espera.  Sabe, por supuesto, que es una locura.  No lo puede evitar.  Ese beso de su alumna adolescente, dado al pasar en el corredor de la escuela, lo ha quemado por dentro.  Lleva una semana perturbado por ese beso en la boca.  No puede pensar en otra cosa.  Hoy, en la mañana escolar, ella dejó una nota en su escritorio:

“Te espero a las cinco en Beiró y Carrasco.  No me falles”

Alejandra

 

A fin de año se jubila… pero en este momento, el profesor de Castellano, no piensa en el retiro ni en los treinta años en la misma secundaria ni en su mujer ni en sus hijos ni en sus nietos.  Hace años que dejó de fumar; desacostumbrado, el pecho duele y arde la garganta.  Su mente y su corazón están centrados en esta cita con su hermosa alumna adolescente, Alejandra.

 

Comienza a relajar, afloja la postura erguida, sus hombros bajan; ya son pasadas las seis y ella no aparece…

 

Quizá sea mejor así.  Si ni idea tengo de cómo manejar esta cita amorosa y loca.  Fuera de todo orden y concierto; andate a casa… ¡viejo loco!

 

En ese mismo momento la ve venir hacia él, radiante y hermosa…  Pasa a su lado y le hace un guiño cómplice.  Va tomada del hombro de un compañero.  Alelado, emprende la vergonzante retirada…

 

Un divertido grupo de sus alumnos camina detrás de la parejita.

 

 

por C. Fernández Rombi – 16 jun 2019

 

Enronquecida de alcohol y tabaco, la voz de la mujer corre sobre el pequeño escenario del cabaret y la veintena de parroquianos.  Como destino final, ya muy atenuada, irá a morir contra los muros del fondo del reducido local.  Abúlicos aplausos tratan de premiar el cierre de actuación de la cantante.  La mujer madura agradece con dulce sonrisa y una pequeña reverencia.

 

Ahora, a lavarse un poco la jeta, cambiar de ropas y arrancar para la pensión.  Pero, por sobretodo, escaparle a los recuerdos de los tiempos vacíos… al pasado.  Y eso es  muy difícil.  Cada vez me cuesta más.  Vuelven a mi mente, una y otra vez, las noches de Caracas, de La Habana, de Río, de Asunción, cuando los hombres me acosaban…  como las moscas el azúcar.  Pero todo eso ya fue…  ¡Hace mucho tiempo!  Tiempo que, inmisericorde, arrastró con todo, belleza, amor y juventud.  Por suerte, no  tengo que reprocharme no haber sabido amar, viví el amor mientras duró, con todas mis ganas, con toda mi intensidad de mujer.  Quince años estuvo a mi lado el dulce y querido Miguel.  A él, la nicotina y el alcohol lo afectaron antes que a mí… ¡paciencia!  Fuimos felices durante años y no me arrepiento de haberlo seguido a este Buenos Aires que con él, me brindó tanta felicidad… pero que es muy duro para quién está sola y en pendiente.

─Buenas noches, Eugenia…

─¡Hola!  ¿Cómo están todos por aquí?

─Y se va tirando nomás, pero, mi querida…

─Ya sé Doña Anita… estoy atrasada de nuevo.  Pero usted me conoce, llevo seis años en su casa… mañana, viernes, seguro cobro algo y se lo arrimo.

─Está bien, mi amor.  No quiero ser cargosa, pero el jueves pasado me dijo lo mismo y todavía estoy esperando…

 

Asiento con la cabeza, tiene razón Doña Anita.  Tampoco es fácil para esta mujer llena de achaques convivir con ocho extraños y una hija que sólo aparece cada quince días para sacarle unos cuantos pesos.  Pero el viernes pasado se trabajo mal y el dueño se hizo bien el otario.  Ya caí otra vez, la palabreja era muy de Miguel, con él la conocí.

 

Eugenia nació en Santa Elena de Uairén, Venezuela, a treinta kilómetros de la frontera con Brasil; su lengua materna fue el portugués.  Van ya cincuenta años bien pasaditos.  Tuvo su época de módico éxito.  Miguel, un “tocador de guitarra”, según se definía, la conoció en Río y se la trajo a vivir con él a su Buenos Aires natal.

 

Noche de sábado, pasadas las nueve de la noche, viaja en el subte de la Línea B, descenderá en Florida con tiempo para un emparedado y una gaseosa.  Luego, apenas unas cuadras hasta el boliche.  Sobra tiempo para maquillarse y vestirse.  Su primera presentación es a la medianoche.  Está muy contenta.  Fue un hermoso día de sol radiante y se siente optimista y con ganas de cantar.

 

Hoy le pido unos pesos al patrón y se los paso a Doña Anita… creo que se va a trabajar bien; sábado y primeros de mes... ¡no me puede fallar!  Es la tercera vez que mi mirada se cruza con la del hombre sentado frente a mí.  ¿Será el característico Don Juan de sábado por la noche?  Bastante bien vestido, tendrá, piojo más, piojo menos, mi misma edad… ¡y dale nomás!  Otra vez, lo pesqué mirándome.  No me puedo enojar, el hombre saca la mirada con educación.

 

Por suerte no me equivoqué, a pesar de que aún no es medianoche, en el boliche ya hay gente…  Bueno, bueno, tanto como gente… digamos, hombres nomás.  Luego de los cuatro boleros del inicio, siento que mi voz hoy anda bien.  Me animo y le aviso al tecladista que vamos con La Comparsita; la hago en portugués…  ¡Qué suerte, salió bien!  Los aplausos son casi entusiastas…  ¡Entonces lo veo...!  ¡El hombre del subte!

 

Está sentado a una mesa ni muy cerca ni muy lejos… ¿qué hace este tipo en el local?  No entiendo nada, pero no me molesta.  Su mirada, que no me deja un minuto, es franca y clara.  No le noto la lujuria típica de la mayoría de los porteños.  No ha aceptado en toda la noche, la compañía de ninguna de las cuatro chicas que alternan en Mon Petit Chaval.  Sobre las cinco, paga su consumición y se levanta…  ¡Zas! me pescó mirándolo.  Me hace una ligera inclinación de cabeza y se marcha.

 

Eugenia se va despidiendo de las chicas y los dos mozos.  Ya Don Javier, contento el hombre por una buena noche, le ha dado algo de dinero, más del que ella esperaba.  Son las seis de la mañana y se siente fresca y feliz…

─Eugenia, parece que hoy hiciste un levante, el fulano que domó casi toda la noche la mesa cuatro, me pidió que te entregara esta nota.  Yo, cumplo ─Leonardo, mozo cabaretero de toda la vida, le dedica una sonrisa llena de picardía mientras le pasa el papel─.  Que hoy termines tu día tan bien como cantaste.

 

Recién cuando estoy en la calle, caigo en la cuenta que ni le contesté a mi buen compañero.  ¡Pero hombre!  Hacía años que no me pasaba algo así.  Estoy tan contenta que, por ahora, ni quiero leer el mensaje.  Hoy nada de subte, me tomo un taxi hasta la pensión de Almagro.

 

Alto ya el sol sobre Buenos Aires, Eugenia, recién duchada, se pone un camisón, enciende el último cigarrillo y, ahora sí, leerá “su” nota:

“Estimada Eugenia: deseo de todo corazón no parecer un picaflor caradura.  No lo soy.  En nuestro viaje en común de esta noche, quedé impactado.  Quizá, impactado no es la palabra que debiera usar.  No sé.  Tal vez, estoy pasado de soledad y no sea este su caso.  Por favor, de ser mujer con compañía masculina, simplemente, ignore estas líneas.  Pero si se encuentra como yo, con la soledad de compañía habitual, le ofrezco mi amistad… compartir un café, charlar un rato.  No vale la pena anticipar el “después”.  Al dorso, le dejo mi teléfono.  Por favor, si se dan las condiciones, no deje de llamarme.  Reitero, por favor.  Con afecto, Esteban.

P.D.: Desde ya que su nombre lo tomé prestado del cartel de la entrada.

Otra: No se rompa la cabecita pensando… la seguí desde que bajó del subte.”

 

Un año después, Eugenia, es una mujer feliz.  Más de lo que nunca lo fuera.  No es ya el amor apasionado de Miguel, pero sí la compañía mansa de todos los días, el cariño y la atención constante de Esteban.  Ese hombre solitario, educado y tierno que, cumplidos los tres meses de relación, le propuso venirse a vivir con él, a esta, su casa.

 

¡Qué cambio, Dios mío!  ¡Gracas a Deus!  Cada mañana, antes de prepararnos el café de manhá, me miro al espejo y me parece mentira.  Este es mi rostro de hace diez años.  Esteban dice, sonriendo, que  transpiro felicidad y que el cambio de vida me ha quitado años de encima.  Ya el ayer se me hace muy distante.  El derrotero de cabarets y pensiones, el lejano hogar de Santa Elena; Mamita y mis hermanas… y, aunque me hace sentir culpable el sólo pensamiento, hasta el propio Miguel, son sólo lindos recuerdos.  Miguel era la pasión, la locura, el frenesí… ¡la juventud!  Esteban, es un presente de cariño y tranquilidad…

 

Anochece.  Los últimos rayos de sol abandonan las ventanas del frente de la modesta casa suburbana.  Eugenia, transita la cocina canturreando en portugués.  Es la hora en la que cada día, llega Esteban del trabajo.  Ella siente que su hogar sólo se completa con la llegada de su hombre…

 

Afuera, el frenazo es brutal.  Adentro, una bandeja cae al piso; las manos que la sostenían quedan yertas a los lados de esa mujer inmóvil y de espaldas a la calle.

 

Una dura cuchilla de puro hielo se clava en mi corazón…  ¡Meu Deus!

 

 

por C. Fernández Rombi – 02 jun 2019

 

 

A las 3 y 57 del inicio del miércoles 12 de setiembre de 2018, comienzo estas líneas.  Que no tengo idea a donde me llevarán.

 

Hace una hora que abandoné el lecho, mis ojos se negaban a seguir cerrados.  Tomé un bocado acompañado de un fernet con soda, leí el Face, el correo y los diarios...

 

Ignoro si el sueño está volviendo.  ¡Ojalá!  Lo necesito, debo levantarme temprano y no tendré tiempo de “hacer cama” en la mañana.

 

He escrito tantas veces, bajo el influjo de este fiel e indeseado compañero.

 

Sobre esta tortura que es el insomnio: he escrito algunos de mis mejores relatos y gracias a este castigo del insomnio, también un  montón de páginas inservibles, en fin...  Seguramente se equilibran unas y otras.

 

En la tarde siguiente, pasadas las tareas de la mañana, me siento a la PC.  A mi común tarea diaria de escribir, leo las pocas líneas fruto del insomnio de la noche anterior.  No encuentro nada para rescatar... “viajan” al papelero.

 

 

por C. Fernández Rombi – 08 jun 2019

 

 

Se conocen desde niños…

 

Juntos en la escuela.  Juntos los estudios medios y superiores.  Atesoran la alegría particular de compartirlo todo…  ¡Hasta el nombre!

 

Se hicieron novios y hubo alguna pelea.  Asustados, se propusieron no discutir nunca más.  Malearon sus gustos y formas, los modificaron, los ajustaron.  Los de uno con los de la otra, y lo de ésta con los de aquél.

 

Y hubo muchos años de felicidad plena y rica.  Cumplieron las bodas de plata.  Fiesta, amigos e hijos.  Todos los rodearon y abrazaron.

 

Ya llegando la madrugada, quedan a solas.  Se toman de las manos.  Están cansados, felices y algo mareados de risas y champaña.  Se miran a los ojos, pensando: ¡ahora, juntos a dormir!

 

Finalmente, se sueltan las manos.  Cada uno presa de un mismo pensamiento: ¡cómo te odio!

 

 

por C. Fernández Rombi – 26 may 2019

 

 

Cierta persona de mi conocimiento recibió un SMS, WA o correo ─ya no recuerdo─, firmado por su amada cuyo texto se limitaba a un punto.  Solamente un punto, así: “. Tu amada”.

 

Como supe tener cierta fama de lingüista, ya lejana y no merecida, mi querido amigo recurrió a mis conocimientos para desentrañar el significado del mensaje de su enamorada (condición a la que él respondía con singular entusiasmo).  No supe darle ayuda.  Pero tal hecho me llevó a pensar en el ordenamiento social, más que en el gramatical, de los signos de nuestra lengua.  En el gramatical ya han hecho aportes de fuste, Saussure, Chomsky y otros… ¡Ni pienso enmendarles la plana!

 

Hago públicas mis disquisiciones, con el simple objetivo de que, tal vez, sean de alguna utilidad para alguno de mis lectores. Veamos.

 

La coma

Es, en lo referente a la importancia social, el más sencillo y popular de los signos de puntuación.  Se utiliza para, dentro de una misma oración, aclarar, separar u ordenar dos o más frases o palabras de un texto.

 

El punto y coma

Acá la cosa se hace un poco más seria.  Indica una separación más larga; en especial, si en el párrafo ya hay una, dos o más comas.  Tiene de por sí, un peso social algo más definido.

 

La raya o guión

Es característica esencial del diálogo y va antes del dicho del interviniente.

 

Signos de interrogación

Aclaran, sin duda alguna, que alguien interroga a uno u otros.  Pueden también, manifestar nuestro esencial descreimiento por las estadísticas económicas, de empleo, de escolaridad y otras, expresadas con fervor por los administradores de la cosa pública.

 

Signos de admiración

Para resaltar el carácter admirativo de lo nombrado.  Es muy utilizado por los señores refiriéndose a la anatomía de algunas señoritas o por los políticos para nombrar las cualidades del pueblo (en especial de sus correligionarios), también los utilizan sin remilgos, los sindicalistas (refiriéndose a las bases).

 

Paréntesis

Encierran frases desligadas del párrafo que encierran.  También los usamos cuando no queremos quedar demasiado pegados a lo que referimos.  Ejemplo: “Según el Jefe de Gobierno, el paradigma de la democracia está totalmente reafirmado por la gestión de nuestro  gobierno” (En lo personal, tengo serias dudas).

 

Los dos puntos

Previo a la enumeración de objetos o situaciones, antes de iniciar una pregunta o hacer una cita textual.

 

Los puntos suspensivos

Deja una frase en suspenso (de ahí, ¡caramba!, lo de puntos suspensivos) o se interrumpe lo dicho por ser muy conocido.  Muy común en los refranes populares.

 

El punto y seguido

Separa frases dentro de una misma oración.  En realidad, es una coma con algo más de categoría.

 

El punto y aparte

Indica cambio de párrafo y de renglón, es decir que es per se, de mayor estatus que el anterior.

 

El punto final

Sin la menor de las dudas es, en lo social, el más importante entre los nombrados.  Indica el final de un escrito.  Por lo tanto, el dicente ya no tiene vuelta atrás, su opinión ha quedado registrada (como en los archivos televisivos), no la puede cambiar…  Sin embargo, la historia actual nos demuestra que cualquier autor que se precie, puede, sin mayor esfuerzo, decir que se lo interpretó mal… que lo que dijo o escribió, quería decir exactamente lo opuesto… que la definición que le adjudican es una falsedad ideológica… etc., etc., etc.  Su uso es ineludible para cerrar notas de rompimiento romántico o suicidas.